En la Copa Libertadores, muchas veces no basta con plantarse con determinación frente al rival. Hay partidos en los que también hay que jugar contra las decisiones arbitrales, y Atlético Nacional lo supo de la forma más amarga en Porto Alegre, donde no solo fue víctima de un marcador abultado, sino de un juez que inclinó la balanza en momentos claves. En el Beira-Río, el verde disputó su partido no solo ante Internacional de Brasil, sino frente a la interpretación caprichosa de Felipe González, árbitro chileno que dejó una huella amarga en una noche difícil.
El equipo de Javier Gandolfi había encarado el duelo con valentía. Durante el primer tiempo no solo plantó cara, sino que en varios pasajes fue superior. Controló con inteligencia, cerró espacios, y en cada balón dividido dio la sensación de que podía competir sin complejos en ese entorno hostil. Hasta ahí, Nacional era un equipo digno, combativo, con ideas claras. Pero la historia cambiaría pronto.
Apenas iniciada la segunda parte, llegó el primer golpe. William Tesillo cometió una imprudencia, en la barrida tocó el balón, pero también se llevó por delante al atacante rival. Una jugada de interpretación, de esas que no todos pitan. González sí lo hizo. Penalti. Polémico. Alan Patrick, figura indiscutible de la noche, ejecutó con seguridad para abrir el marcador. El 1-0 cayó como una carga de agua helada sobre el trabajo bien hecho en los 45 iniciales.
Pero si esa decisión ya parecía dura, lo que vendría después fue aún más doloroso. Marino Hinestroza fue amonestado tras una fuerte disputa de balón. El árbitro sacó amarilla, pero desde el VAR lo llamaron. Y aunque en las repeticiones no se evidenció una agresión desmedida ni una fuerza fuera de lo normal, González decidió expulsarlo. Hinestroza se fue cabizbajo, sin entender del todo qué había hecho mal. Nacional, con uno menos, comenzó a perder el rumbo.
Como si el viento ya soplara en contra con furia, apareció otro penalti. Esta vez, Dairon Asprilla forcejeó con un rival dentro del área, un típico duelo físico por la pelota. El contacto existió, sí, pero fue leve, sin intención de derribar. El árbitro lo vio como falta. El VAR, que había intervenido antes para endurecer su postura, esta vez guardó silencio. Y Alan Patrick, de nuevo, convirtió. 2-0. La herida ya era profunda.
El equipo paisa no solo había perdido el control del partido. También se había quedado sin Juan Manuel Zapata, que se lesionó en el primer tiempo y no pudo continuar. Los golpes eran ya muchos, y la temperatura emocional del plantel subía sin freno. Con Nacional desdibujado, y el corazón herido por tantas decisiones adversas, Inter aprovechó la desconexión y liquidó con otro gol de Alan Patrick, que selló su triplete. El 3-0 no reflejaba lo que fue el partido en su arranque, pero sí la noche que vivió Nacional: de pesadilla.
El entrenador Javier Gandolfi también terminó expulsado, completando un escenario para el olvido. Pero ni siquiera en medio de la tormenta hay espacio para excusas vacías. Si algo enseña la Libertadores, es que a veces se juega contra todo: rivales, hinchadas, climas y, tristemente, también decisiones arbitrales cuestionables. Pero hay que resistir, hay que responder con fútbol, con coraje, con cabeza fría.
Ahora, Atlético Nacional deberá levantarse rápido. Este domingo enfrentará a Millonarios en un clásico cargado de historia. Y el 24 de abril volverá a tierras brasileñas, esta vez para enfrentar a Bahía. Dos partidos clave, no solo para el presente deportivo, sino para reconstruir la confianza que se resquebrajó en Porto Alegre. Porque aún hay camino, aún hay grupo, y aún hay Libertadores para pelear. Pero para lograrlo, el verde deberá aprender a jugar también contra los elementos invisibles que habitan esta copa indomable.