Tenía puesto un pantalón oscuro, camiseta negra alusiva a Nacional, unas chanclas doradas como el color de su cabello y pintó de rojo sus labios que hacían más notoria su sonrisa.
En el sofá de su apartamento, en el sector de El Poblado, había puesto recortes de periódicos, fotografías con René Higuita, Alexis García, Miguel Calero, Pacho Maturana y cientos de objetos que dan cuenta de su amor por el equipo verdolaga.
La mujer, de 71 años, estaba lista para dar su testimonio de las vivencias en la final de la Copa Libertadores de 1989, un episodio que disfrutó con intensidad y le dejó huellas imborrables: sufrió un preinfarto durante el partido en pleno estadio El Campín, recibió como premio los guantes con los que tapó Higuita esa noche memorable e hizo varias promesas al Señor con tal de que el equipo antioqueño levantara su primer trofeo en ese certamen continental.
A Mariana Pérez sus hijos la llaman la Mamá de Nacional y se convirtieron cómplices de esa pasión que les transmitió desde pequeños, pues al lado de la barra Comando Tribuna Verde, de la que fue fundadora, les acondicionaba toldillos mientras ella disfrutaba las tardes futboleras en el Atanasio Girardot.
Hace 30 años, un día después del triunfo sobre Olimpia de Paraguay (2-0 y luego 5-4) tras el cobro de 18 lanzamientos desde el punto penalti, regresaba de la capital, feliz y orgullosa de su divisa...
“Era una fiesta grandiosa que merecíamos vivir en Medellín, pero nos mandaron para Bogotá. Yo le dije al Señor Caído: ‘si me das esta Copa te prometo que cuando regrese me voy a pie hasta Girardota’. Días después de la hazaña salí de la casa con mi esposo (Luis Guillermo Correa) a las 5:00 de la mañana y a las 3:00 de la tarde llegamos a la iglesia de ese municipio. Cansada, pero con la satisfacción del deber cumplido, evoqué el viaje a la capital de la República...
La aventura
Recuerdo que iba con mis dos hijos mayores, Juan Guillermo y Sol Consuelo, pues al menor, Luis Felipe, que tenía 6 años, el papá no lo dejó ir. Nos fuimos por carretera en la camioneta de un amigo, la gente estaba feliz, era una caravana larguísima, con carros pitando, banderas. Una cosa que te quedás asustado.
A las 4:00 de la mañana comenzó la travesía y arribamos a Bogotá a las 2:00 de la tarde. Llegamos directo al estadio porque las filas para entrar no era cualquier cosa. Me metí al baño de las mujeres a bañarme, para quitarme un poco el polvo y el cansancio. Cuando salí me cogió un dolor de cabeza que ni veía, se me bajó la presión. Con todo y eso nos subimos a las tribunas del tercer piso, en occidental, a esperar la hora del partido, en una antesala jamás vista, con el sufrimiento de tener que remontar el 2-0 de Montevideo que, por fortuna, llegó. Pero quedaba el temor por los penaltis.
-Dios mío, no vamos a ser capaces, esto es la muerte. A las promesas que le había hecho al Señor de Girardota le sumé una a María Auxilidora de Sabaneta, otra al Señor de la Misericordia en Manrique, al Espíritu Santo en Prado Centro y gracias a Dios todas las cumplí.
Antes de finalizar los 90 minutos me volví a sentir mal y yo pensaba: ‘no ve vayan a quitar esta dicha’, uno viendo ese escenario verde y blanco, esa gritería... De repente sentí que me iba a morir y vi el estadio oscuro. Se me fue el mundo y me desplomé. Me cuentan que los paramédicos me bajaron en una camilla con una soga y me llevaron al camerino de Nacional por petición de mi hijo.
El médico me conocía, porque yo era la que hacía los altares en los que los jugadores rezaban antes de los partidos, algo que infortunadamente la Dimayor quitó. Allá también habíamos guardado la bandera gigante con la que dieron la vuelta olímpica.
Cuando fui volviendo del desmayo, sudando y temblorosa, pregunté: ¡Dios mío, perdimos, ¿cierto? Me dijeron que todavía no habían empezado a cobrar los penaltis y me agarró un ataque de nervios y llanto que no podía controlar. La gente que me estaba prestando apoyo médico me pedía tranquilidad. Les dije que me iba a manejar bien con tal de que dejaran ver los cobros, y accedieron.
Llega el frenesí
Encima de la chaqueta negra me puse el poncho, y aferrada al escapulario de la Virgen del Carmen y la bandera salí a la puerta del camerino.
Y al ver que René tapaba y otros botaban los penaltis la angustia fue mayor. Pero cuando Leonel hizo ese gol, yo no sé cómo llegué a la mitad de la cancha y lo único que hice fue arrodillarme y decir: ‘Gracias Dios mío por este triunfo tan hermoso. Y lloré mucho, como lo puede ver en este recorte del periódico (señala, mostrando la hoja de papel en la que se ve la reseña).
-Al final del festejo me le arrimé a René y le dije: ‘Qué hubo pues, qué hay para mí Loco? Y me respondió, ‘tenga’ y me dio los guantes. Desde ese momento los cuido como un tesoro, nunca saldré de ellos. Y si me muero, que mis hijos se queden con ellos.
La gente estaba como clavada en el estadio, eso era una locura en Bogotá. No sentíamos frío, ni hambre, solo era dicha y alegría...”.
Mariana quería regresar esa misma noche a Medellín para no perderse el recibimiento en el Atanasio al día siguiente, pero una hermana que vivía allá la convenció de que no era conveniente. Y a pesar de que madrugaron, la gran caravana les impidió llegar a tiempo a Medellín. En casa, su esposo le tenía los recortes de los diarios. Luego la llevaría a chequeos médicos que confirmarían una lesión en el corazón, producto del preinfarto del que salió ilesa en la final de Copa.
La Mamá de Nacional, que en el título de 2016 estaba en Francia y se la pasó rezando y haciendo promesas mientras veía la final contra Independiente del Valle, hoy, tres décadas después, sigue firme en su amor al Rey de Copas y por estos días días celebra la primera hazaña.
Maturana revela algunos secretos
Tres décadas después de su logro deportivo con Nacional, Francisco Maturana revela detalles del proceso. Dice que no fue algo que se dio de la noche a la mañana, sino por la construcción de una familia que se fortaleció a partir de la experiencia, la convicción y el respeto desde 1987 y que tuvo respaldo directivo.
Cuando le preguntan por los integrantes del equipo, asegura que cada uno tiene una distinción especial. “Todos son mis hijos, mis hermanos, mis ídolos”.
De Higuita, al confesar que fue él (Maturana) quien tuvo que ir a pedir la mano de Magnolia a la suegra para que le permitiera casarse con René, lo describe en una palabra: “Fantasía”. Añade que esa relación sentimental hizo que el arquero fuera mejor persona y “un ser humano maravilloso”.
A Bendito Fajardo, su paciente en el consultorio de odontología, lo conoció desde que este tenía 8 años. Luego se convirtió en una persona importante en la estructura del equipo verde.
De Alexis García considera que fue la “piedra angular” del fútbol de Nacional.
Pacho también manifiesta que la llegada de Andrés Escobar (q.e.p.d.) al primer equipo sucedió tras un altercado entre Hugo Gallego (asistente técnico) y Nolberto Molina (zaguero central), en el que primó el ejercicio por el respeto a la autoridad. Y el 2 se quedó con el puesto, a pesar de su juventud.
Todavía recuerda que la gente se burlaba cuando supo que el refuerzo que había pedido era Albeiro Usuriaga (q.e.p.d.). Sin embargo, él nunca olvida que este delantero les había “pintado la cara cuando este jugaba en el Cúcuta”. A este jugador, a Felipe Pérez, René y a otros que dirigió “no los veía como ‘locos’, eran hombres diferentes y siempre los respeté. Todos se comprometieron y sacamos el proyecto adelante”. Otro detalle del que poco había hablado es la asesoría del médico Herinulfo Londoño, de la U. de A., quien lo orientó en la preparación neurolingüística y esto le permitía conocer cómo estaba el bioritmo de los jugadores. Por eso en Nacional se daba una especie de rotación, de la que tanto se habla hoy.
También resalta la unión del grupo que había. Por ejemplo, cuando León Villa no jugaba, su remplazo, Gildardo Gómez, recibía todo el aliento y respaldo de su compañero.
“Es que en ese equipo si le daban una patada a John Jairo Tréllez, o a cualquiera de los muchachos, nos dolía a todos”.
Cuando terminó el juego en Bogotá y venían los penaltis, se fue para donde Luis Cubillas (dt de Olimpia) y este, que había sido su maestro, le dijo: “tranquilo, nosotros dos ya hicimos todo”. Y cuenta que el día del recibimiento en Medellín, la caravana iba tan lento que Maturana se bajó del carro y se fue a ver el desfile por televisión.