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Trueque de relatos leídos que viajan en los libros

El Trueque literario es una propuesta del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, de la Universidad Eafit, para intercambiar libros.

  • El Trueque es hoy de 10:00 a.m. a 7:00 p.m. Puede llevar 8 libros originales. Hay cerca de 2.000 títulos. Participan 15 editoriales, dos librerías y una biblioteca. Entrada libre. FOTO Julio C. Herrera
    El Trueque es hoy de 10:00 a.m. a 7:00 p.m. Puede llevar 8 libros originales. Hay cerca de 2.000 títulos. Participan 15 editoriales, dos librerías y una biblioteca. Entrada libre. FOTO Julio C. Herrera
08 de abril de 2016
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Es un trueque. Entrego un libro que ya me leí, Historia oficial del amor de Ricardo Silva Romero –en realidad que tengo repetido–, y me dan un papelito para ir en busca de otro que quiera llevarme a mi biblioteca, entre todos esos que están en los estantes que, aunque no andan jugando baloncesto, se ubican en la cancha de baloncesto de la Universidad Eafit, en reemplazo y solo por dos días, mientras pasa el Trueque Literario.

Empiezo en la sección de poesía, y en la primera línea quiero gastar mi única oportunidad de cambio, yo que no llevé más libros para tener más papelitos: La universidad desconocida, de Roberto Bolaño. Lo abro, a ver si me convence el azar con alguna frase. “Al personaje le queda la aventura y decir ‘ha empezado a nevar, jefe’”. Me convence.

Con un libro gordo en la mano, sigo a una señora que cambió ocho libros –tenía ocho papeles– y andaba con una bolsa con más libros, que no pudo cambiar porque por persona solo son ocho por día.

Luz Mary, dice que se llama, se lleva Su poesía, de María Mercedes Carranza. Me gusta, pienso, pero por ahora prefiero experimentar con Bolaño. Ella va, sobre todo, por los libros de autoayuda, porque es psicóloga, pero al tercer libro ya llevaba en la mano otro de poesía y uno de cuentos. Buen intercambio, piensa, porque esos que trajo de casa ya los leyó y releyó, y para qué tenerlos guardados.

Se adelanta. Me quedo pensando que hay gente que cambia no solo los leídos, sino esos que no se va a leer nunca. Veo uno de Roy Barreras y, solo por chismosa, vuelvo al azar y leo “en este valle de lágrimas” y es suficiente para soltarlo como si me hubiese dolido el cliché. Tan difícil que es ser poeta.

Me parece que un trueque es la posibilidad de encontrarse autores conocidos, pero, sobre todo, autores por conocer. Por eso la búsqueda es lenta: leer las contracarátulas, abrir alguna página, buscar frases. De todas maneras es difícil elegir, aunque yo no he soltado a Bolaño, por si las moscas.

Tal vez es la razón de Dylan Piedrahíta, que está sentado en el sofá blanco, porque hay sofás y sillas para quedarse a leer. Llegó a las 12:00 m., entregó ocho libros, hizo la primera revisión, almorzó, y a las 4:00 tenía tres volúmenes en una bolsa: Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas y Un mundo feliz. Su idea es que hay que quedarse un largo rato, porque aumenta la oferta de libros, en tanto se van renovando, así que hay que dar varias vueltas cada cierto tiempo. Mientras tanto, estudia.

Dylan, estudiante de Licenciatura en Lenguas extranjeras, ha hecho lo mismo en tres ediciones de El Trueque. Tanto que sabe que esta vez hubo un cambio: los nuevos libros que van llegando los ubican desde atrás, no desde adelante, y así es más difícil darse cuenta que hay novedades, aunque se evita que muchos se vayan en montón a ver qué hay.

Su idea era quedarse hasta las 6:00 de la tarde, por lo menos, e irse con todos los cambios a los libros que eligió de su biblioteca porque considera que ya los leyó y no los va a volver a leer.

Buscar es también devolverse en el tiempo, porque algún título trae un recuerdo. Política para Amador, de Savater, que me lo leí en el colegio, pero ya no me acuerdo. La Ilíada, que me recuerda a Mauricio, el mejor profesor que he tenido. Porque detrás de cada libro que uno lee, hay historias de la vida que se tenía en el momento en que se leyó ese autor.

Ahí estaba, por ejemplo, Y por eso rompimos, de Daniel Handler, que alguien cambió dejando cinco separadores de colores, que es también compartir una lectura, la huella sobre qué le gusto. Pura curiosidad, separador azul: “Si abres esta caja, verás que se encuentra vacía y, por un instante, te preguntarás si estaba así cuando me la diste”. No es mi tipo, pienso, y sigo.

Cuando se abre un libro, hay un sello que dice “este libro es solo para trueque. Ni se compra, ni se vende”. Hago el trueque, y me voy pensando en el muchacho del puf blanco, que se quedó leyendo. Se puede “truequear” un libro, me da envidia, pero no el tiempo para quedarse leyendo, o para esperar, como Dylan.

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