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Una semblanza de Jaime Sanín Echeverri

Este escritor antioqueño empezó su vida de letras en EL COLOMBIANO. Además del periodismo y la literatura, ejerció la política.

  • Jaime Sanín EcheverrI vivió de 1922 a 2008. FOTO ARCHIVO
    Jaime Sanín EcheverrI vivió de 1922 a 2008. FOTO ARCHIVO

Ningunas páginas más apropiadas que estas de EL COLOMBIANO, a las que ocasionalmente vuelvo, después de tantas décadas, para recordar a uno de los escritores más importantes en la historia de este diario, Jaime Sanín Echeverri (1922-2008).

No se me oculta que ahora este periódico es bien distinto de aquel de los años sesenta, cuando yo era asiduo colaborador, o del que apareció entre el año de 1942, cuando Jaime empezó allí de “todero”, hasta el año de 1959, cuando sus ocupaciones como rector de la Universidad de Antioquia, primero, y luego como presidente de la Asociación Colombiana de Universidades, lo alejan del fragor del periodismo.

Aunque como todo organismo viviente EL COLOMBIANO va pasando por diferentes períodos, no sobra evocarlo en los años en que allí se formó Jaime como escritor. Cuando llegó al periódico, este estaba inmerso en las luchas políticas que enfrentaban a liberales y conservadores, pero aun siendo conservador, ostentaba en su cabezote “El periódico de todos y para todos. Busque en este diario la noticia que desee”, con lo cual indicaba que superaba el sectarismo para llegar a todas las casas y acompañar el desayuno...

Era un periódico católico, y como la sociedad antioqueña era cristiana, Jaime encontró allí el medio ideal para madurar, primero como columnista y luego como escritor. Llega como un primerizo en Derecho de la Universidad Bolivariana, buen bachiller ignaciano y presidente de alguna federación estudiantil local y confesional. Como había pasado dos años en el Noviciado de los jesuitas, algo sabía de latín y ha preferido la literatura a los números. Voraz lector, desarrolló rápidamente un estilo ágil, elegante, incisivo, batallador, no exento de toques humorísticos.

Inició como reportero y editorialista anónimo. Existía allí un comité editorial encabezado por Fernando Gómez Martínez, buen escritor, director y condueño, o por Juan Zuleta Ferrer, de pluma cáustica, acerada, sarcástica y castiza. Se discutían los temas apremiantes y la redacción final de la pieza principal recaía en alguno de los muchachos: René Uribe Ferrer, Belisario Betancur, Jorge Montoya Toro y Jaime Sanín. El primero y el último llegarían a ser grandes escritores.

Jaime salió pronto del anonimato para tener columna propia, Sangría, firmada por “sagredo”. Quizá era la mejor del periódico, pero a pesar de la multitud de los temas, que él trataba con absoluta libertad, se sentía estrecho.

Sin embargo, la columna le dejó varios hijos: su primera novela, la invitación a dictar frecuentes conferencias y el dominio de variados asuntos económicos y sociales, como su hijo Álvaro ha podido rastrear recientemente en los archivos de la publicación.

A poco andar el periodista dio inesperado nacimiento al novelista. Como resultado de amable insinuación conyugal, porque Noemi siempre le exigía mayor rendimiento intelectual, y de jovial apuesta entre amigos — Mejía Vallejo y Castro Saavedra, frecuentes contertulios suyos en el Café sin Radio —, Jaime velozmente pergeñó Una mujer de cuatro en conducta, era 1948. La escribió a la carrera y se imprimió velozmente con el fin de alcanzar una feria local de libros donde se agotó la primera edición, de un millar de ejemplares, inesperado éxito para un periodista de 26 años, que así se convirtió en novelista de temas sociales. Andando el tiempo, se agotaron más de quince ediciones, y llegó a la televisión y el cine, con Laura García como Helena Restrepo (1961). Pero, más que el éxito literario, lo que su autor buscaba era llamar la atención sobre el indecible horror detrás de las tristes luces que acompañaban la degradación de la mujer y el infame lucro de los proxenetas.

Aquí nos volvemos a encontrar con el catolicismo de Jaime, porque la religión para él fue siempre la vivencia primordial y la inspiración de todos sus esfuerzos como periodista, escritor, promotor de instituciones de beneficio social y notable educador, para no hablar de la profundidad de su compromiso como esposo y padre.

Como novelista volvió doce años después, en 1960, con Quién dijo miedo, desgarrador relato sobre la violencia que no tuvo éxito mayor de ventas, a pesar de la importancia del asunto. Otras obras como La parentela de Chuzna Tortuga, de 1995, y las Crónicas de Medellín, de 1998, de refinada factura, no alcanzaron el reconocimiento que merecían.

Del novelista salieron el ensayista y el biógrafo. Su prosa, a medida que se acercaba a los 50 años, se hizo más sólida, encontrando la plenitud de su estilo.

En 1976 apareció Emilio Robledo, vida del gran médico, rector y escritor al que lo unían viejos lazos de amistad familiar y de gratitud personal.

En 1978, en Ospina supo esperar, recogió sus conversaciones con Mariano Ospina Pérez, quien era reacio a escribir sus memorias, porque decía que “no hay nadie tan parcial como el autobiografiado y nadie debe ser tan imparcial como el biógrafo”. Guiado por estas premisas, el libro trae quizás el mejor retrato que conservamos de ese gran estadista y dirigente político.

En 1981 apareció Austramérica, sorprendente ensayo sobre Sur (austro) América, continente dividido y disperso. En 1988 se publicó El Obispo Builes, quizá la menos conocida de sus obras — y para mí una de las mejores —, que reivindica la controvertida figura de un gran sacerdote enredado en las turbias aguas de la política, con la mejor intención y el peor resultado.

Nunca ha sido fácil la vida económica de periodistas, novelistas y ensayistas, y menos si son padres de quince hijos, situación que no le permitió durante muchos años ser escritor de tiempo completo, como tal vez fue su deseo. Es verdad que hubiera podido ubicarse en la empresa privada. Talento para los negocios no le faltaba, pero sí el capital. Derivó entonces hacia el sector público, porque este le ofrecía las oportunidades para servir al pueblo. El hambre del niño y la indefensión de las esposas de trabajadores mal remunerados, en medios que no ofrecían solaz distinto a la embriaguez, laceraban su alma. Después de largos años de estudiar esa problemática publicó su estudio sobre la posibilidad de establecer el subsidio familiar en Colombia (1953), iniciativa que promovió incansablemente, y fue acogida por la naciente Asociación Nacional de Industriales, a finales de 1956.

Ya había sido secretario privado del gobernador de Antioquia, en 1946, funcionario luego de los Seguros Sociales, director del ISS en Antioquia y cónsul en Génova, Italia, cuando en 1958 la Junta Militar de Gobierno dictó los decretos requeridos para el establecimiento de las Cajas de Compensación Familiar y para la fundación del Sena, sobre proyectos de ley elaborados por Sanín Echeverri. Se le confió la Dirección Regional de Antioquia. Construyó entonces aulas y talleres para la preparación de obreros calificados.

Pero el Jaime Sanín que más se recuerda es al que fue rector de la Universidad de Antioquia entre 1959 y 1963, y luego director de la Asociación Colombiana de Universidades, hasta 1969, cuando pasó a la Rectoría de la conflictiva Universidad Pedagógica Nacional, hasta 1972, cuando, a los 50 años pudo entonces jubilarse. De esos años en que actuó en primera fila sobre la política universitaria nacional dejó en dos libros, La Universidad nunca lograda y Acercamiento a la Universidad, constancia de ese enorme esfuerzo que cambió al país con la admisión, en la educación superior, de enormes contingentes de bachilleres de escasos o mínimos recursos. No se le escapó, entonces, prever que esa explosión de los efectivos universitarios exigiría grandes campus. Por esa razón, durante su Rectoría se avizoró el futuro crecimiento físico del claustro.

Larga fue su jubilación de 36 años en Bogotá. Es verdad que atendió con éxito asuntos privados y por fin pudo dedicarse plenamente a las letras como subdirector durante mucho tiempo de la Academia Colombiana de la Lengua. Pudo dedicar largas horas a la lectura. Con tiempo para pulir y repulir surgió, después de largos años de estudio, preparación, meditación y devoción Jesús el de José, bello relato sobre la vida de Nuestro Señor, cuya tercera edición tuve el privilegio de realizar.

Nunca dejó de trabajar. Durante doce años regresó al periodismo como director de la revista ARCO y como socio de PROMEC, promotora de tv dedicada a exigentes programas culturales y de promoción social. También en esos años Jaime estudió detenidamente los problemas demográficos, y como defensor permanente de la vida, pocos meses antes de su muerte me entregó para su publicación un sobrecogedor artículo sobre el horror del aborto masivo de niños para satisfacción de las multinacionales y de los practicantes de ese atroz y destructor negocio que cobra millones de vidas cada año. Esa fue su última página, aparecida en El Mundo, de Medellín.

*Historiador y columnista.

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