En el 2013, Óscar Murillo se volvió noticia de repente en Colombia, la casa subastas Christie’s en Londres vendió una obra suya por 391.000 dólares, que en ese entonces eran alrededor de 756 millones de pesos, pero nadie sabía quién era. La obra hacía parte de un lote de ocho que puso en subasta, una la compró Leonardo Di Caprio.
Óscar solo vivió diez años en el país, hasta que sus padres decidieron emigrar al Reino Unido, quería ser futbolista pero se enamoró del arte, lo estudió y empezó a trabajar como instalador en el circuito de galerías, hasta que las mismas galerías que lo contrataban para hacer trabajos técnicos lo empezaron a incluir en sus exhibiciones.
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Por eso su llegada a la fama en 2013 fue polémica, su trabajo no aparecía en exposiciones permanentes o temporales de ningún museo, ni existían estudios sobre su obra, pero estaba tan cotizado como Botero y Salcedo, y había superado las cifras de Obregón. Se decía que el coleccionista Charles Saatchi lo había inflado. Tenía solo 28 años.
En ese entonces se pensaba que era una treta del mercadeo, un fenómeno de poco valor cultural y más bien una elaborada construcción de las galerías para vender por precios astronómicos una creación de un artista negro de un país perdido, con una historia exótica. A su llegada a Londres, su padre limpió oficinas, trabajo que también desempeñó Óscar para financiar su paso por la universidad.
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