Puerto Candelaria cumple 25 años pero celebra el doble, porque lo suyo no ha sido sólo hacer música, sino todo lo que hay detrás, la gestión, la financiación, la independencia.
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En estos años, la banda liderada por Juancho Valencia e integrada por Eduardo González, Catalina Calle, Didier Martínez, Lucas Tobón y Juan Esteban Rua, se ha convertido en un referente de la música local. Lo suyo es pura explosión, juego, provocación; con sus canciones han construido todo eso que somos, yendo de la cumbia al jazz, pasando por el rock, el Chucu Chucu, la papayera y el despecho.
Para recordar como han sido estos años, EL COLOMBIANO habló con Juancho Valencia.
Puerto Candelaria está cumpliendo 25 años y la celebración es doble...
“Estamos en doble celebración, porque si no tuviéramos a Merlín Producciones, Puerto Candelaria no existiría.
Cuando empezamos con esto nos dimos cuenta que necesitábamos un lugar donde gestionar un proyecto que no tenía precedentes, que no tenía un camino, no solamente desde la financiación, sino también desde la difusión, la circulación y 25 años después, somos un referente de gestión de proyectos musicales”.
Esto se parece a lo que se imaginó...
“Yo creí que 25 años después podría, por ejemplo, parar una semana de trabajar y que la empresa siguiera, y no. Con los proyectos autogestionados la sostenibilidad es constante, es diaria, y el mundo cambia muy rápido en la música”.
¿Cuánto ha cambiado la música en estos años?
“La música sigue siendo la misma, las mismas notas, los ritmos pueden ser más o menos los mismos, se está cantando más o menos lo mismo de siempre, pero la manera como las personas se están relacionando con la música es totalmente nueva”.
Puerto Candelaria de una u otra manera nace en usted, en su singular historia con la música desde niño, ¿cómo fue?
“Sí, yo crecí en un lugar muy afortunado, la casa de mi papá y de mi mamá fue un espacio abierto, para el compartir musical; siempre digo que mi casa era el YouTube de los años 80 porque mi papá fue de las primeras personas que coleccionó videos de música en Betamax, en VHS, entonces los músicos y los productores musicales iban a mi casa a ver sus artistas en video, porque estaban acostumbrados a verlos en una fotografía, en una carátula de un vinilo.
Por mi casa pasaban productores y compositores como Jorge Cottes, Fruko, Diego Gale, y pues yo desde muy pequeño fui muy juicioso. Mi papá me dijo, siéntese ahí y yo me senté ahí a escucharlos hablar y pues eran los años 80, el boom musical era absurdo. Hoy podemos hablar de un boom económico musical en Medellín, pero no musical en cuanto a creación. En esa época había un espíritu muy grande de generar cambios desde la estética musical y desde la música tropical”.
Cuando empieza Puerto Candelaria...
“Puerto Candelaria empieza a rondar en mi cabeza a finales del bachillerato. El día que yo terminé de leer Cien Años de Soledad dije: ‘Quiero hacer un pueblo al lado de Macondo pero en ese pueblo no se va a matar todo el mundo, sino que ahí va a estar la música, la alegría, va a estar la inocencia, el juego’. Es un lugar donde se trafican influencias, donde llega gente con todo tipo de elementos y se combinan”.
¿Qué le decían de su música en ese entonces?
“Los primeros demos se los mostré a ejecutivos de Discos Fuentes, de Codiscos, de estas grandes disqueras y me decían: ‘Juancho, nadie duda de tu talento, pero eso no está en tendencia’, y esa es un frase muy exquisita para excluirte, para decirte que esas ideas nadie te las va a comprar”.
De alguna manera Puerto Candelaria es un lugar donde esas ideas sí tienen espacio...
“Exactamente, a través del tiempo he podido comprender varias cosas y una tiene que ver con eso, con crear un espacio donde eso fuera posible. Pero también es un refugio de la vida en la que estábamos creciendo. Los 80 y los 90 en Medellín fueron más que una serie de Netflix, era una realidad donde nosotros como personas, como ciudadanos vivimos situaciones muy complejas, y a través de tiempo me he dado cuenta que seres creativos en espacios de mucho conflicto tienden a generar espacios imaginarios, divertidos e inocentes. Entonces Puerto Candelaria también es ese lugar utópico, ese lugar donde no solamente estás a salvo sino que también musicalmente puedes hacerlo todo”.
¿Cómo fueron desarrollando el sonido?
“Cuando uno ve las discografías, incluso el arte de las carátulas, puede ver mucho ese proceso. El primer álbum, Kolombian Jazz, que se hace en el 2000, yo lo compuse más o menos a los 18 años y lo grabamos a los 19. Es una obra de arte súper juiciosa, de alguna manera mostrando que tenemos la técnica, que tenemos un arte con el rigor que se merece.
Ese álbum la revista Semana lo catalogó como uno de los mejores cinco álbumes de Colombia. Eso obviamente nos catapultó a nivel nacional y nos fuimos con un espíritu totalmente rebelde a un nivel de música muy elevado, siempre muy influenciados con la idea esencial del jazz, que se dice que fue una manera del negro sublevarse al blanco desde el intelecto musical, desde la inteligencia y no desde la fuerza. Una filosofía aplicada por Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Telonious Monk, nuestros maestros desde el jazz.
Y dijimos, bueno, ¿y qué pasa si eso lo aplicamos desde otras maneras? Y cuando aplicamos esa filosofía a Colombia, nos salió una banda papayera totalmente desafinada. Porque cuando traes eso y lo mezclas con la realidad, con tus ritmos musicales, con las realidades de cada músico, con esa mezcla que ha tenido Puerto Candelaria de músicos de las academias, mezclados con chicos que vienen de municipios, con experiencias de tablados, de ferias de pueblo, pues sale un monstruo deforme, disonante, pero cuando eso sonó yo dije ahí hay algo que nadie ha experimentado, ahí hay un sonido que definitivamente vale la pena ir domando. Ahí nace otro álbum llamado Llegó la banda. Lo que hicimos fue que sacamos la batería, la guitarra, nos parecía demasiado tendencia y volvimos la banda una papayera, porque realmente una papayera desafinada es el mejor recurso estético para hablar de Colombia”.
Es una aproximación a la música como muy celebratoria...
“Estridente, muy celebratoria, extrovertida. Siempre me preguntan por qué el primer álbum se llama Kolombian Jazz, y es porque cuando nosotros empezamos a hacer esas músicas que tienen porros, cumbias, pasillos, bambucos, vallenatos y además guitarra eléctrica, batería, dijimos, bueno, pues esto tiene como rock.
Entonces nos presentamos en los eventos de rock y nos decían no, no, no, eso está muy guapachoso, entonces nos íbamos para otro lugar más guapachoso y nos decían, no, no, no, qué es eso, dónde está el cantante, dónde están las bailarinas; entonces dijimos, aquí hay bambucos y pasillos y nos fuimos al festival del Mono Nuñez y nos sacaron”.
Les dijeron que eso no era colombiano, ¿no?
“Nosotros estábamos tocando y sentíamos una bulla en el coliseo, eso fue en Ginebra, Valle y nosotros nos miramos y decíamos la estamos rompiendo papi, pero entra el señor de la señal en vivo y paramos la música, escuchamos que nos están diciendo es fuera, fuera. Un coliseo entero, pero era muy bonito eso, porque dijimos, no, esto entonces parece que tampoco es pasillo ni bambuco.
Hasta que un día nos invitaron a un festival de jazz y nadie dijo nada. Y nosotros dijimos, ah, entonces esto es jazz. Y por eso se llama Kolombian Jazz”.
Más adelante viene Cumbia Rebelde y el viaje a Brasil qué lo cambia todo...
“Esa es la primera llamada internacional. Octavio Arbeláez, el creador de Circulart, que es una persona que ha movido los hilos de una manera increíble, no solamente para Puerto Candelaria sino para la música en Colombia, llevó ese disco a Brasil y les dijo: ‘Esto es lo que está sucediendo en Colombia’ y los brasileros dijeron: ‘Queremos escuchar eso’.
Fuimos y desde entonces Puerto Candelaria no ha dejado de viajar por el mundo, hemos tocado más en China que en Barranquilla, conocemos más ciudades en Francia que en Colombia y tenemos unos públicos increíblemente diversos, precisamente porque esa sonoridad, tal vez otros lugares en el mundo estaban más dispuestos a escucharla, porque son cosas que no están encasilladas en la moda.
Y lo otro que nos pasó con ese álbum fue que unos añitos después nos llamaron de Berkeley College en Boston, Estados Unidos, que es la escuela de música popular más importante del mundo, y nos dijeron, queremos que vengan y nos den un taller, una masterclass sobre ese álbum porque nosotros aquí lo estudiamos en algunas materias y queremos que vengan ustedes con sus palabras y nos expliquen qué fue lo que hicieron en ahí”.
¿Qué significó eso para ustedes?
“Eso nos dio otros indicadores muy diferentes a los de un artista que hace una canción, a la gente le gusta, pega y repite y entra a la moda.
Para nosotros fueron indicador desde la construcción, desde la arquitectura de ese álbum y la conquista de unos espacios totalmente inhabitados por la música colombiana como fue Brasil, Europa, Berlín, lugares donde no había llegado mucho de la música de aquí”.
¿Qué tendría en cuenta para formar una banda como Puerto Candelaria en 2025?
“Yo creo que Puerto Candelaria hoy es inviable por una cosa muy sencilla y es la atención de la gente. Puerto Candelaria es un proyecto musical que requiere de atención y la gente no te está dando tres segundos de atención.
Antes un artista competía con otro artista, una canción con otra canción. Hoy un artista compite con todo, con el gatico que se cae, con el perrito que baila y con la influencer que está mostrando los desayunos más increíbles en el mundo. Es muy difícil competir en igualdad de condiciones con un proyecto como este que toma tanto tiempo.
Nosotros hoy existimos porque tenemos un bagaje, una historia, unos seguidores, personas que nos aman. Incluso yo digo, nosotros no tenemos fans, nosotros tenemos amigos. No son números, son gente con la cual hicimos un acuerdo: cada año nosotros vamos a hacer algo musical y garantizamos que va a ser positivo para tu salud, que va a ser positivo para nuestro colectivo como sociedad, pero nos tienes que dejar, darnos la libertad y ese acuerdo ha sucedido desde siempre.
El de hoy es un mundo difícil, veo los chicos con ideas muy arriesgadas luchándola para lograrla, es complicado y tendremos que jugar a que no todo es una reacción de tres segundos, esa es una de las luchas bonitas y seguro saldrán los artistas y las mentes que logren hackear eso”.
Hay otro momento importante en la historia de la banda y es Amor y Deudas..
“Ahí pasamos de las improvisaciones o las melodías musicales como elementos prioritarios a la canción, que es un formato totalmente diferente, pero que nos acerca mucho al público. Hasta el momento esa sigue siendo la canción más reconocida de Puerto Candelaria, y es una de las que más versiones tiene grabadas, está en francés, portugués, alemán, inglés y se ha grabado en rock, en jazz en infinidad de ritmos y se ha vuelto un clásico de la música colombiana.
Con Amor y Deudas llegamos a la radio. La gente empezó a pedirnos y empiezan a llamarnos de los municipios para tocar, entonces terminamos redescubrimos Colombia, fue un momento muy importante para la historia de nosotros”.
Y luego llega el Grammy...
“En el 2019 nos ganamos un Latin Grammy, un premio que representa la industria, que te lo dan en Estados Unidos, o sea es el centro de la tendencia. Las primeras personas que se nos acercaron fueron Andrés Cepeda, Juan Luis Guerra, Fonseca, Juanes, y nos dijeron, ustedes se ganaron ese premio a pulso, sin industria, sin maquinaria, ustedes solos, nosotros sabemos lo que es eso y estamos increíblemente emocionados y orgullosos de ustedes.
Entonces nos dimos cuenta que todas las personas que nosotros admirábamos de la industria nos conocían, nos querían y nos respetaban. Y esa ovación de esas personas para mí fue el reconocimiento más grande, porque al final fuimos escuchados en el nivel más alto. Hoy Puerto Candelaria sigue luchando para ser escuchado en nuestro país, pero el reconocimiento en la industria es gigante”.