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Mujeres, entre ángeles y brujas

A las mujeres se les cataloga como brujas o ángeles, ¿de dónde vienen estos calificativos?

  • La censura de la Inquisición no solo le quitó a las mujeres el control de su cuerpo, también las individualizó. El aquelarre, esa reunión de mujeres para compartir sus saberes y vivencias, se convirtió en una práctica demoniaca.
    La censura de la Inquisición no solo le quitó a las mujeres el control de su cuerpo, también las individualizó. El aquelarre, esa reunión de mujeres para compartir sus saberes y vivencias, se convirtió en una práctica demoniaca.

Antes de que acabara el siglo XIX las mujeres no tenían voz propia, no existían hasta entonces obras literarias firmadas por mujeres, a pesar de que la escritura se hubiera inventado en el resplandor de la antigua civilización egipcia, casi cuatro mil años atrás. Hasta ese entonces, ellas se dedicaban a leer y escuchar lo que era aprobado por sus familias o por las autoridades religiosas, sus expresiones personales se limitaban a los diarios que llevaban en secreto, donde muchas veces se censuraban por la vergüenza que les causaba encontrarse con ciertas emociones que las podían llevar al pecado.

Estaba mal sentir, estaba mal compartir esos sentimientos y estaba mal transgredir el ámbito de lo privado para tratar de buscar en las congéneres una voz amiga que les permitiera entender mejor su condición de mujer, las particularidades de su vida y, Dios no quisiera, la posibilidad de tratar de cambiar esas situaciones opresoras. Eso lo hacían las malas mujeres, las indiscretas, las pecadoras, las brujas.

Encarnación del mal

Según la académica italiana, Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja, esta opresión femenina fue una necesidad del capitalismo para controlar la fuerza laboral de las mujeres y aprovecharse de su capacidad reproductiva (2014, p. 192). Antes del cambio de modelo económico, que sucedió en paralelo a la cacería de brujas, las mujeres se dedicaban a la ciencia médica, por ejemplo; eran las naturales encargadas de todo lo relativo a lo que hoy conocemos como ginecología, y aunque no escribían tratados o publicaban estudios, compartían con las demás sus conocimientos en temas como las propiedades de las plantas de manera oral (Federici, 2014, 200).

Esta serie de conocimientos que las mujeres estaban acumulando sobre su propio cuerpo y la maternidad, les hubiera permitido tener control sobre su reproducción, lo que sería perjudicial para la creación de la fuerza de trabajo y de consumo que requería el capitalismo, además, su desarrollo intelectual haría que surgieran en ellas inquietudes acerca de su verdadero rol en la sociedad y de las posiciones de poder que podrían ocupar en ella. Si la mujer abandonaba su papel como ama de casa y cuidadora de la familia, esto se convertiría en una nueva carga económica para el hogar y tal vez al hombre le hubiera tocado asumir algunas de estas funciones, como está sucediendo hoy.

Para ese entonces, era preferible evitarlo con los horribles juicios de la Inquisición que se expandieron por Europa durante el siglo XIV, de igual forma la mujer era una criatura inferior y estaba marcada por el pecado desde el Génesis, así que era su deber servir al hombre por haberlo privado del Paraíso.

La censura de la Inquisición no solo le quitó a las mujeres el control de su cuerpo, sino que también las individualizó. El aquelarre, esa reunión de mujeres para compartir sus saberes y vivencias, se convirtió en una práctica demoniaca. Según Federici, la amistad femenina se volvió algo sospechoso y desde el púlpito se denunciaba que la alianza entre mujeres era perjudicial para la conservación del matrimonio, evidentemente; además, los inquisidores se encargaron de reforzar esa separación de congéneres al convertirlas en acusadoras las unas de las otras (Federici, 2014, 186). Los principales testigos en los juicios de la Inquisición contra las brujas eran otras mujeres, muchas veces presionadas para dar esos testimonios. Por increíble que parezca, las consecuencias de estos hechos históricos las vemos aún hoy, pues mientras los hombres son cómplices entre ellos y se apoyan mutuamente, las mujeres son enemigas mutuas que sospechan de cualquier éxito de sus congéneres y saltan rápidas a desacreditar la belleza, el éxito profesional o la estabilidad emocional de las otras.

Modelo de bondad

La oralidad femenina se silenció y su acceso a la pluma se desaconsejó por años, pues actividades como escribir, leer y pensar se consideraban enemigas de la feminidad, así lo cuentan las académicas estadounidenses Sandra Gilbert y Susan Gubar en la introducción a su trabajo sobre la literatura femenina, La loca del desván (1998, p. 23). Los textos que podían leerse en familia o que estaban dirigidos a las mujeres se dedicaban a reforzar su papel como “ángel del hogar”, incluso muy entrado el siglo XX. De hecho, el texto que acuñó ese término fue publicado a finales del siglo XIX, en él María del Pilar Sinués describía a la mujer ideal como “buenas y tiernas madres, hijas sumisas y cariñosas, esposas irreprensibles” (2008, p. 43).

De obras como esta surgieron las revistas femeninas de corte más tradicional, entre las que se encuentran Letras y Encajes, que circuló en Medellín durante la primera mitad del siglo XX. Sus páginas se abrían para compartir los textos de las lectoras más sensibles, las últimas tendencias de la moda, eventos de sociedad, consejos de belleza, experiencias de maternidad y soluciones de limpieza y cocina.

Temáticas no muy lejanas a las que abordan las revistas femeninas de hoy, exceptuando la parte de expresión literaria, que las cabeceras modernas consideran muy pesada. Si bien es cierto que este arquetipo de ángel del hogar se ha ido desmontando lentamente, aun falta mucho por hacer, por ejemplo, no ha salido la primera revista con consejos de crianza y hogar para hombres, pero sí existen otras publicaciones para ellos que llenan sus páginas de otro tipo de seres alados.

Mientras el ángel del hogar sale de casa, hay otras mujeres con alas en la actualidad que representan la represión de su sexo, son las que desfilan para una reconocida marca de ropa interior femenina estadounidense. Delgadas, jóvenes y hermosas de manera “natural”, hablan con desparpajo del poco esfuerzo que tienen que hacer para ser como son y de lo normal que es para ellas verse así. Una suerte de cruel recordatorio para las poco favorecidas genéticamente del mucho trabajo que les espera si quieren rozar tal grado de perfección. Estas modelos son seres tan sobrenaturales como los ángeles que personifican.

La escritora estadounidense Naomi Wolf señala en la edición de 2002 de su libro El mito de la belleza que en Estados Unidos hay 450 modelos de tiempo completo y son estas el deber ser de 150 millones de estadounidenses, cifras que no son muy actuales, pero sirven para hacerse una idea del porcentaje de mujeres de rasgos físicos sobresalientes, frente al número de mujeres de un físico promedio. Para ella, este tipo de modelos promueven una industria de la belleza que distrae a las mujeres de sus verdaderas potencialidades y las pone a invertir su tiempo y dinero en tratamientos, dietas y ejercicios, cargándolas con una serie de frustraciones que afectan su estabilidad laboral y emocional, pues persiguen un imposible que el mundo les dice deben alcanzar para encontrar el amor o el éxito. Una forma de mantenerlas en una posición secundaria, bajo las mismas lógicas del sistema capitalista que comentaba Federici, luego de que finalmente pudieran lograr algo de protagonismo en la sociedad.

He ahí la paradoja. Los modelos de bondad que circulan en los medios y en la sociedad de hecho son perjudiciales para las mujeres, no solo para conseguir una posición de igualdad frente a los hombres, sino para su bienestar físico y emocional.

Por otro lado, las malvadas y feas brujas son las representantes del dominio del propio cuerpo, los saberes ancestrales, las opciones de vida fuera del matrimonio y la solidaridad de género. Las figuras de terror han representado por años al otro, lo desconocido y por tanto peligroso, pero muchas veces ese otro no es más que una amenaza al statu quo, la representación de un cambio que amenaza las relaciones de dominio, algo que para las mujeres en el mundo de hoy no puede ser más que positivo.

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