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Armar a un ser querido desde las ausencias, la experiencia del libro de Marta Orrantia

  • La escritora y periodista Mara Orrantia publicó su primera novela, Orejas de Pescado, en 2009. Foto: cortesía Ricardo Pinzón
    La escritora y periodista Mara Orrantia publicó su primera novela, Orejas de Pescado, en 2009. Foto: cortesía Ricardo Pinzón
  • Cipriano recorre los pasos de un hombre que, ya en su vejez, se da cuenta de los golpes que agrietaron su vida. Foto: cortesía Penguin Random House
    Cipriano recorre los pasos de un hombre que, ya en su vejez, se da cuenta de los golpes que agrietaron su vida. Foto: cortesía Penguin Random House
01 de febrero de 2021
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Volando sobre tepuyes, como los que se alzan tan altos en Chiribiquete, así se imaginaban a Juana quienes la querían y finalmente la dejaban ir. Entre quienes se reunían estaban esas amigas de siempre, las que la recordaban desde el colegio, ese exnovio que hubiese querido casarse con ella y su padre, con el que no habló por años y mantuvo los más largos y dolorosos silencios.

Cipriano le pidió perdón esa noche, con el dolor que solo puede sentir un padre que ve morir a sus hijos. Ese, opina la escritora y periodista colombiana Marta Orrantia, debe ser el peor entre todos los dolores que puede padecer el ser humano.

Ella es también la creadora de Cipriano, la novela donde se aloja ese hombre de setenta y tantos que tras un accidente debe decirle adiós a dos pedazos de su vida. Dos hijos. El otro se llamaba Felipe, pero de él solo vino a saber después de su muerte.

La novela que publicó la autora en 2020 narró la experiencia de ese hombre que ya en su vejez debía enfrentarse a un montón de preguntas y, sobre todo, silencios que se acumularon con el tiempo y que con ese accidente de avión se hicieron insoportables. Por primera vez enfrentaba la vida distinta y se miraba a un espejo que ponía en jaque lo que había sido su vida, el peso de sus decisiones.

En este libro, Orrantia aborda las complicidades y las rupturas, la vejez y el tiempo, al igual que los engaños y el perdón. EL COLOMBIANO conversó con la autora durante su participación en el Hay Festival Colombia 2021, donde presentó esta novela y también tuvo un espacio para conversar con el autor norteamericano Paul Auster:

Cipriano, como personaje y como experiencia, ¿de dónde vino?

“En Cipriano a mí me interesaba explorar el tema de la vejez porque no solo yo me estoy envejeciendo, sino que mi papá también se ha envejecido y esa relación de papá e hija, que siempre ha sido súper importante en mi vida, tampoco la había explorado del todo. A raíz de la muerte de mi mamá, me quedé muy pendiente de él y empecé a descubrir un montón de cosas de él que yo no sabía: que mi papá es un ser falible, que es un ser humano con todos sus defectos y todas sus bellezas, las contradicciones. Me impresionó mucho porque creo que uno no ve a los papás así nunca, los ve como seres perfectos, como una especie de héroes. A raíz de eso empecé a explorar esa relación de padre e hija y con la vejez. Ahí empieza a nacer Cipriano, fue hace muchos años y ni siquiera nacía como un personaje sino que tenía una especie de intuición”.

¿Y de dónde surgió la trama como tal?

“Uno solo escribe de los bollos de uno. Siempre he tenido un susto visceral no a volar, porque me gusta viajar y viajar en avión me da igual, pero cuando alguien que yo quiero se monta en un avión, siento que algo le va a pasar y me muero del miedo. Entonces creo que era una manera de exorcizar ese miedo irracional que yo tenía, particularmente de que algo le pase a mi hijo. Cada vez que él se monta a un avión, no tengo paz hasta que sé que aterrizó. Me asusta un montón, de ahí viene eso. Creo que si le pasa a una persona que ya conozco como Cipriano, que ya lo conozco, pues ya no me puede pasar a mí”.

¿Entonces la relación suya con su papá es muy distinta a la que tienen Juana y Cipriano en el libro?

“Sí, claro. Juana y Cipriano fueron muy cómplices, mi papá y yo no solo fuimos cómplices, sino que nosotros seguimos siendo muy cómplices. Obviamente hubo las rupturas normales en la adolescencia, ese tipo de cosas, pero a diferencia de Cipriano, mi papá fue muy presente. Mi papá tuvo el matrimonio más espectacular del mundo. Hay cosas muy distintas, obviamente. Sí quería mostrar ese cantidad de contradicciones y en algún momento Juana se aleja porque lo quiere muchísimo, ella nunca dejó de adorarlo, sino que ella siente que él la traicionó. En ese orden de ideas, mi relación con mi papá ha pasado por las etapas normales de una relación madura, ya no lo veo como un dios sino como ser humano. Ya yo soy la mamá, me volví la mamá regañona de mi papá, pero nunca hubo un distanciamiento así. Jamás en la vida, tiene puntos en común pero es una relación completamente ficticia”.

A veces pareciera como si la gente esperara que las personas mayores, después de tantas pérdidas, sepan ya manejar el duelo. ¿Será que la edad va deshumanizando en esta sociedad en vez de dignificar?

“Creo que cada duelo es distinto, dependiendo de quien se le muera a uno y en qué época. Cada duelo es diferente, pero el que creo que no se puede superar y que es el duelo más verraco que puede existir es el de un hijo, a cualquier edad. El hecho antinatural de que un padre o una madre pierda a su hijo es algo absolutamente insuperable y es el peor de los duelos que han existido en el planeta, para mí no hay ninguna duda. Creo que uno nunca aprende a manejar los duelos: puede que la persona esté enferma, que lleve no sé cuánto tiempo enferma en una cama. Aún así, se muere y es un shock. Hoy la ves y mañana ya no. De pronto se te olvida la voz y son estas pequeñas ausencias las que componen el duelo. Creo que para los viejos, cada duelo que tienen es peor que el anterior incluso porque es que es empezar a sentir que se están quedando solos en el mundo.

Qué cosa tan difícil tiene que ser. Uno siente que un niño con un duelo es terrible y sí, pero esto tiene una capacidad de que la memoria sea diferente. Mi abuelo siempre decía que el tiempo es el mejor aliado y el peor enemigo del hombre, los viejos no tienen el tiempo para curarse y para sanar ese duelo. Creo que se mueren en un constante dolor, además. Hemos subestimado a la vejez, pero además le hemos quitado todo tipo de derechos: el derecho de salir a la calle por la covid, el derecho de decidir por sí mismo, en muchas ocasiones. Un montón de derechos le estamos quitando y, además, les quitamos la posibilidad del duelo”.

Cipriano recorre los pasos de un hombre que, ya en su vejez, se da cuenta de los golpes que agrietaron su vida. Foto: cortesía Penguin Random House
Cipriano recorre los pasos de un hombre que, ya en su vejez, se da cuenta de los golpes que agrietaron su vida. Foto: cortesía Penguin Random House

Piedad Bonnett hablaba en Lo que no tiene nombre de esa experiencia que le ocurría en los cementerios, que se imaginaba historias cuando veía las lápidas y trataba de recrear esas vidas que no conoció y que ya habían terminado. ¿Es un poco lo que Cipriano tiene que hacer aquí, inventar a sus hijos?

“Sí, hay una invención y una idealización de Cipriano frente a lo que ve con los hijos. Incluso cuando tiene que contrastarlo con la realidad, Juana se quedó como una niña bella y perfecta con la que él tenía esa relación bellísima. Juana lo abandona y lo deja ahí, se larga de su vida, mucho tiempo antes de mandarlo al carajo y Cipriano se queda con esta idealización de Juana. Incluso cuando él está en ese apartamento de ella, que está viendo que es vegetariana y fuma marihuana. Para él, Juana era absolutamente pura, era esa niña todavía. Empieza a descubrirla en toda esa dimensión y también se la tiene que inventar para poder llenar esos vacíos.

Igual con Felipe, con él se tiene que inventar todo a través de fotos y de lo que dice Hikaru (esposa de Felipe), pero porque él no tiene ni idea, nunca oyó ni siquiera el tono de la voz. No supo en realidad cómo hablaba ni qué decía. Por eso empieza a preguntarle a Hikaru, qué le gusta, también para ver si se parecían en algo y poderlo encontrar a través de sus propios recuerdos. Se da cuenta de que está mortificándola a ella. Él tiene que inventarse a ese Felipe. Cipriano, de alguna manera, decide que tiene que quererlo a través de lo que él dejó: de Hikaru y los nietos que ahora tiene, pero eso es aprender a quererlo de manera distinta, a través de la ausencia pero sin tener la posibilidad real de conocerlo, sino inventándoselo”.

Esta novela habla de la posibilidad de seguirse conociendo, incluso cuando se es mayor. ¿Cómo ve a ese Cipriano que conocemos al comienzo y el que vemos al final?

“Es un Cipriano que por primera vez en su vida, ya casi a sus 80 años, se cuestiona. Él jamás se había cuestionado ni se había preguntado: ¿Qué estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo? Es un producto de su tiempo. Colombia ha sido un país tremendamente machista y Cipriano nunca sintió la necesidad de cuestionarse, porque estaba acostumbrado a echarle la culpa de todos, sobre todo cuando es fácil echarle la culpa a una mujer porque era muy fácil. Todo era culpa de las demás, del exterior y del mundo y nasa era culpa de él. Cuando de pronto se da cuenta de que Juana no es que se haya ido por ser una terca o rebelde, sino porque él había sido un desgraciado, se da cuenta de que Juana siempre lo adoró y que quien estaba equivocado y lleno de rencor era él. De pronto empieza a ver que las mujeres son una cosa diferente a las que pensaba, que tomó unas decisiones que obligó a una mujer a regalar a ese hijo. Empieza a ver qué va a hacer frente a eso. Es un cambio gigantesco porque primera vez mira hacia adentro y lo que ve le desagrada un montón. Lo que ve, lo asusta un montón. No vemos todos los momentos de cambio ni convertirse en ningún santo, pero empieza un camino hacia el conocimiento, a conocerse a él”.

El personaje se permite una sensibilidad absoluta, sentir ese dolor. ¿Se permitió conocer a Cipriano a través del dolor o mantuvo una distancia con el personaje?

“Yo soy de lágrima floja, lloro un montón y con todo. He descubierto, también, que los viejos lloran un montón. ¿Mi papá qué iba a llorar en la vida? Él era un roble, jamás lloraba, y ahora es un llorón. No sé si mientras uno envejece se le va aflojando un poco la lágrima. Cuando estoy escribiendo no ocurre, pero cuando releo y reescribo, en ese proceso me he dado cuenta de que había muchos pasajes en los que me hacía llorar lo que le estaba pasando a ese pobre viejo. Lloro con Cipriano todo el tiempo, pasamos ese duelo juntos”.

¿Qué es lo que más le costó del proceso de escritura y qué aprendió?

“Aprendí tantas cosas. Yo siento que esta novela es muy personal y me sorprende un montón que la gente la lea y que le duela. Comunicar dolor me parece muy complejo, me sorprende mucho. Aprendí de cosas técnicas, de estructura, de cómo avanza una novela, sobre todo donde no pasa mucho, porque la vejez es un momento donde hay un montón de pasividad. Aprendí cómo manejar una cantidad de emociones, sentimientos y adentrarse en cosas, pero sobre todo aprendí que uno tiene un poder extraño que es una posibilidad de comunicar un dolor. Eso me parece mágico, una responsabilidad enorme y como un privilegio, al mismo tiempo”.

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