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Los malabares de los artistas para sostener su arte

El problema del Teatro de Metropolitano dejó en evidencia los avatares de las instituciones para mantenerse a flote. Es un trabajo que, de todas maneras, vale la pena. La rentabilidad es social.

  • El problema del Teatro de Metropolitano dejó en evidencia los avatares de las instituciones para mantenerse a flote. FOTO Manuel Saldarriaga
    El problema del Teatro de Metropolitano dejó en evidencia los avatares de las instituciones para mantenerse a flote. FOTO Manuel Saldarriaga
Infográfico
<p> Los malabares </p><p>de los artistas para sostener su arte</p>

Siempre se ha dicho que los artistas viven por amor al arte. El imaginario colectivo ha elaborado una lista de actividades para morirse de hambre: pintar, actuar, cantar, bailar o vender pinturas, actuaciones, cantos, bailes. La cultura en general.

Sin embargo, si bien es cierto que los artistas y los gestores de arte no son los que más ganan y ni siquiera ganan como deberían, se sostienen, eso sí, moviéndose como locos para conseguir los recursos. A pesar de que en un país como este y en una ciudad como esta no se consideran los asuntos del espíritu como de primera necesidad.

Cada una de esas entidades culturales vienen a ser, como llamaba Gonzalo Arango, en su Medellín a solas contigo, “una fabriquita para alimentos del alma”, tan importantes como los alimentos y demás accesorios para el cuerpo. No obstante, por más que sean del alma, sus gastos y sus productos son concretos, como el de las otras fábricas.

¿Quién habría de pensar que una casa teatral como la del Matacandelas requiera, para su funcionamiento anual, 500 millones de pesos?

Al preguntarle al director de este colectivo artístico, Cristóbal Peláez, si hacer cultura es rentable, contesta: “¡Cultura es un concepto tan amplio! Lo restrinjo sólo al ámbito del teatro que es donde puedo hablar con mayor puntualidad: no es rentable para nosotros, actores y directores. Nunca hemos pensado en beneficios económicos (tampoco es que los evitemos), pensamos más en el teatro como un ejercicio de libertad, como una necesidad creativa, una pulsión por expresarnos, por comunicarnos con los otros, pero hay rentabilidad social, muchas son ya las personas que han logrado una pequeña economía que les permite vivir con una mínima dignidad, piénsese en todo el personal de servicios que convoca la actividad (secretarias, mensajeros, comunicadores). Una pequeña industria nacional que se mueve siempre en quiebra, pero milagrosamente”.

Por este mismo camino va la idea de Álvaro Morales, director de la casa museo Pedro Nel Gómez. Él considera que trabajar por la cultura no puede ser evaluado bajo el esquema costo-beneficio, porque el resultado esperado es social, comunitario, generador de unos indicadores que son difíciles de cuantificar. “Una entidad cultural tiene el deber de convertir la rentabilidad económica en rentabilidad social, pues en su quehacer es más importante el valor que el precio”.

Decimos que estas “fabriquitas” son tan importantes como las otras, las de mercancías, no en el sentido demagógico y vacío de los políticos, que no quieren pasar por incultos ni quedar mal con nadie. Su importancia se sustenta en la idea de que sociedades con gran movimiento creativo forman individuos con mayores capacidades de imaginación e inventiva, las cuales son útiles hasta para la subsistencia. Germán Carvajal, director de El Teatrico, considera que las artes fomentan una dinámica de convivencia armónica entre los ciudadanos. De modo que para quienes piensan en dinero, el que le ahorra y le hace ganar el arte, es incontable.

María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, coincide con ellos. “Si bien en términos de espacio, carácter y edificio tiene un costo económico, lo más importante es la altísima rentabilidad social”.

En la misma línea está María Mercedes González, directora del Museo de Arte Moderno. Para ella hablar de rentabilidad económica no aplica en este universo. “El beneficio es intangible y se produce a la sociedad que habita”.

¿Cuánto cuesta?

En esas cosas de la cultura está la idea de que el artista vive del aire, o no se reconoce el oficio como digno de un pago. El artista, sin embargo, también come, y así como la profesión de médico es la medicina, la del artista es el arte. También estudian. Algunos de forma autodidacta, otros van a la universidad a formarse en artes plásticas, escénicas o música, carreras que existen, si bien muchos no lo saben.

A los artistas no les sale gratis hacer una obra. Un pintor necesita de pinturas, de un lienzo. Una puesta en escena requiere investigación, vestuario, maquillaje, iluminación, música. Jaiver Jurado, presidente del Consejo municipal de cultura, señala que puede costar unos 25 millones de pesos, como mínimo, pero puede ser más. Cuando Farley Velásquez montó Electra, que todo el escenario estaba lleno de sal –eran tres toneladas–, habló entonces de que los costos llegaban a los 80 millones de pesos. Un escritor, para dedicarse a escribir, debe vivir de algo. Y así sucesivamente.

Porque tener una casa abierta para el arte o la cultura tiene los gastos de cualquier otro negocio. Tiene secretarias, comunicadores, mensajeros y a veces cocinera o aseadora. Pagan servicios públicos –de los gastos más altos de un museo–, arriendo o –los artistas o grupos que son dueños de su sede– impuestos prediales.

El funcionamiento es lo más costoso. Salarios, operación del edificio, vigilancia, aseo, mantenimiento. En algunas instituciones hay que tener un rubro de restauración y cuidado especial, sobre todo en las que tienen espacios patrimoniales.

Eso suma y las cifras son altas. El Teatro Pablo Tobón Uribe, indica su director, Sergio Restrepo, necesita por día 3.900.000 pesos. Sin contar los domingos –y las cuentas son nuestras– sobrepasa los 1.200 millones al año.

El costo de funcionamiento del Museo de Arte Moderno, con su nuevo edificio, incluyendo programación, es de 5.400 millones al año. Antes de la ampliación era un 35 por ciento menos.

El Museo de Antioquia necesita, solo en servicios y vigilancia, 500 millones de pesos anuales, sin contar temas propios de mantenimiento del mismo edificio.

Ahora bien, pequeñas salas, que parecieran no requerir tanto a simple vista, requieren mucho, si la vista es en detalle. Jaiver, quien es además el director de la Oficina central de los sueños, expresa que un teatro como el de ellos, pequeño, se gasta 250 millones de pesos al año, en términos de mantener el espacio, el personal administrativo, los actores.

Más ejemplos pasan por El Teatrico, un espacio que lleva ya tres años y medio dedicado a los espectáculos. Para mantenerlo abierto, apunta Germán Carvajal, su director, tienen que desembolsar 120 millones de pesos al mes, que son 1.400 millones en 365 días. De los 120 millones destina la mitad para pago de deuda a bancos que le prestaron para construir la sede y la otra para gastos de mantenimiento, incluida la nómina de 21 personas. Él añade que todavía no han llegado al punto de equilibrio, en tanto están recibiendo mil millones al año, 400 menos de lo estimado. En las proyecciones de las directivas el plazo para lograr sobreaguar es de cinco años. Les queda uno y medio.

Por supuesto, cada institución tiene sus gastos individuales. Guardadas las proporciones, no obstante, es una labor que requiere una gestión importante de recursos, en tanto, ya se vio, las cifras son altas.

¿De qué viven?

Si los dirigentes de los equipos de fútbol, que mueven multitudes y que ganan miles de millones de pesos en cada espectáculo, afirman que no viven de las taquillas, las entidades artísticas, menos.

Ojalá la mayor parte de los humanos que habitan esta ciudad, después de trabajar como máquinas y consumir como autómatas, se acordaran de que tienen alma, pero, como sigue el poema de Gonzalo Arango, “el tiempo del ocio lo ocupas en engrasar tus poderosos engranajes que mueven día y noche tu filosofía del Hacer, tu pensamiento reproductor”.

Por eso, las taquillas apenas son una de las fuentes de ingreso y ni siquiera la más fuerte. Los artistas no son como los tenderos que pueden darse el lujo de esperar que los clientes acudan a su negocio y les lleven la plata. El arte de los artistas se centra precisamente en eso: en subsistir.

Cuando la galería Duque & Arango abre una exposición, como la que abrió esta semana, Contundente de Oswaldo Vigas, ilusos fueran Germán Duque y Sergio Arango, los dueños, en esperar que quienes acudieran cada día a observar los cuadros en forma gratuita, fueran a comprárselos. Por la puerta de esa entidad, por supuesto que también ingresan compradores y uno que otro coleccionista, pero tan escasos, que no podrían subsistir solo de ellos. Quienes quieren comprar, explica Arango, visitan la galería antes o después de la fiesta de inauguración, pero no esa noche. “Los recursos llegan, más que nada, de coleccionistas y galeristas del exterior, especialmente de Miami”.

Juan Carlos Céspedes, director del teatro de la Universidad de Medellín, un lugar para presentación de espectáculos, revela que tiene tres fuentes de ingresos: la coproducción de eventos, el alquiler del espacio y el montaje de productos artísticos para empresas.

En la casa museo Pedro Nel Gómez no pueden vivir de la taquilla, porque no hay, allí la entrada es gratuita. Su director explica que esa entidad, así como sus dos hermanas, la Casa Gardeliana y el Museo de Ciudad, se sostienen con recursos que llegan de dictar talleres artísticos, ofrecer servicios de marquetería y restauración de obras de arte, vender souvenires en la tienda, despachar almuerzos en el restaurante, y hasta de brindar servicios a terceros, como impresiones en gran formato y en plotter, asesorías museológicas, alquiler de espacios, patrocinio de algunas salas, entre otras cosas.

En El Teatrico, como es empresa privada, no pueden recibir recursos oficiales. Están impedidos para acceder a la plata que da el Ministerio de Cultura a través de su programa Salas Concertadas. Desde el año pasado, sin embargo, al menos una de esos programas se abrió para ellos: Salas Abiertas de la Secretaría de Cultura de Medellín.

Fue con el respaldo de las salas de teatro asociadas en Medellín en Escena, que la Administración local estudió su caso y aceptó que cumplía la misma función que las demás, brindar espectáculos creativos a la gente. “El año pasado, por Salas Abiertas recibimos 48 millones de pesos –informó Germán Carvajal–, y eso equivale a menos de quince días de funcionamiento”. Como los demás, el alquiler de su espacio y la organización de eventos para empresas es lo que más plata les genera.

La clave en la que parece coincidir casi todo es en la diversidad de fuentes de ingreso y en la necesidad de mantenerlas activas. El tema de la cultura es un asunto que pasa por la cooperación de varios. Otro caso es el del Teatro Pablo Tobón, que tiene cinco unidades de negocio: el alquiler y venta de espacios, realización de producciones y coproducciones, venta de servicios, venta de alimentos y bebidas (incluye el café) y la gestión de recursos a través de fundaciones, empresas privadas, estado y diferentes actores.

¿Cómo se sostiene el Matacandelas? Cristóbal Peláez cuenta que “son cinco fuentes de ingresos: 1. Convenios con entidades públicas y privadas (Ministerio de Cultura, Alcaldía de Medellín y Confiar Cooperativa Financiera). 2. Taquilla. 3. Venta de obras de teatro y talleres a entidades publicas y privadas. 4. Donación de tiempo y trabajo de los actores (principales aportantes). 5. Los “ingresos” que nunca ingresan y que constituyen en sí la pobreza”.

Como en Medellín, en general, a la gente le gusta lo gratuito. Los líderes culturales dicen que lo más difícil de su trabajo es atraer público. “En esta ciudad, en lo que menos invierte la gente su dinero es en cultura”, indica Céspedes. Carvajal dice lo mismo, pero distinto: que lo más complicado es mantener el interés del público en el trabajo de El Teatrico. Esto hace que ni siquiera unos tipos dedicados al arte durante 35 años, como los de la Galería Duque & Arango se salven de tener días en que piensen: “estamos pendejeando”.

Sostener edificios

No todas las instituciones culturales tienen un espacio propio o alquilado para hacer su labor, en parte por lo costoso que significa. En teatro es común que haya grupos sin sala, que hacen convenios con las que ya existen para mostrar sus obras. Es una opción, porque se ahorran gastos de sostenimiento, si bien implica no tener libertad para presentarse donde y cuando quieran.

El asunto de sostener un edificio implica destinar un dinero para mantenimiento, aunque es variable, porque depende de las necesidades.

El de revisar la estructura debe estar, pero cuando resulta un daño mayor, entra al tema de lo urgente. María del Rosario Escobar precisa que hay presupuestos que son revisados en un balance entre lo urgente y lo importante, así que en temas de infraestructura son dineros variables, que pasan por procesos de costos y evaluación financiera.

A veces llegan ayudas importantes. Hace cinco años, por ejemplo, cuando Sergio Restrepo empezó en el Pablo Tobón se hizo una inversión en infraestructura de más de 1.100 millones de pesos, con ayuda de fundaciones, empresas privadas y municipio.

No obstante, sigue el director, ello no significa que estén totalmente al día. Primero porque siempre hay que pensar en el tema de mantenimiento, y segundo porque llegan otros problemas a solucionar. En este momento están gestionando los recursos para arreglar unas cubiertas, que si bien no presentan riesgos estructurales, deben reparse.

Sobre los espacios, Sergio opina que no hay que pensar que los lugares que tiene la ciudad son competencia, porque cada uno tiene “unas competencias” distintas, que se deben potenciar. Para él, el Metropolitano no compite con el Pablo Tobón, porque cada uno se especializa en temas distintos.

Con el problema del Metropolitano, sigue Restrepo, algunos creen que eso los beneficia, y no, porque el Pablo Tobón tiene una línea estética y una programación construida, distinta. “Desde lo estético curatorial no nos sirve, la línea para formar nuestro propio público se ve alterada”.

El cierre del Metropolitano afecta a unos actores que Medellín Cultural, la asociación dueña del teatro, apoya y cuida y, que más que irse a otros lugares, necesitan de ese espacio y el trabajo conjunto que hacen.

Otro tema, agrega el director del Pablo Tobon, es que en la búsqueda de recursos, ahora también les responden que la prioridad es el Metropolitano. Así que el problema no es individual.

En el asunto de ayudas para infraestructura, la Ley de espectáculos públicos es un apoyo a las artes escénicas, porque en los espectáculos con entrada a más de 85 mil pesos, el 10 por ciento se invierte en infraestructuras escénicas.

Eso es una posibilidad para dotación o adecuación. Con ese dinero se hicieron las ampliaciones del Teatro Matacandelas y del Teatro Popular de Medellín. Manicomio de Muñecos, Nuestra Gente, Carantoña, Pablo Tobón y Metropolitano, según Jaiver, recibieron ayudas por dotación.

Es importante, comenta el presidente del Concejo municipal de Cultura, porque se ha beneficiado un sector “que estuvo desprotegido por 60 años. Antes, para dotar una sede o comprar un espacio había que ganarse la lotería o acabar sus vidas pagándole a los bancos”.

Oferta cultural

¿Qué hay para hacer en Medellín? La oferta es interesante, coinciden muchos, y para distintos gustos. Pasa por el teatro, el arte, la música, hay temporada de ópera, de tango, danza contemporánea, eventos del libro.

Los personajes con quienes hemos hablado representan distintas artes y, además, sus instituciones tienen naturalezas jurídicas diferentes: unas con ánimo de lucro, la mayoría sin él. Y, sin embargo, de acuerdo a lo que cuentan, sus dificultades, afanes y satisfacciones son semejantes. Casi todos ellos coinciden en su percepción del panorama cultural de la ciudad, lo consideran alentador. Los galeristas citados dicen que han visto cambiar la escena artística y hasta elevarse el interés del público por los asuntos del arte durante el tiempo que han tenido la puerta abierta. Céspedes cree que con el dólar tan alto, los espectáculos internacionales cederán el paso a favor de los artistas propios.

Álvaro Morales ve las cosas “con esperanza”. Porque Medellín es una ciudad dinámica, las comunidades se apropian cada vez más del arte y la labor creativa. Considera además que el trabajo cultural se viene anticipando a eso que el país va a necesitar para el posconflicto.

María Mercedes González, quien además no es de Medellín, cuenta que le parece que la oferta en la ciudad es amplia y variada, con una infraestructura de primer nivel que pasa por parques culturales, museos y universidades. En ello coincide María del Rosario y se suman, las dos, a una idea de muchos: falta un trabajo colectivo para compartir eso que se hace en distintos lugares, porque si bien cada institución hace un esfuerzo individual por mostrar qué hace, debería también tenerse una comunicación, una agenda general y amplia de las distintas posibilidades en los diferentes lugares.

Sergio se hace una pregunta, “¿no cabemos o estamos mal repartidos?”.

Porque hay varios escenarios, muchas personas trabajando en el tema de la cultura, pero mientras la oferta en enero es pobre, en agosto o septiembre hay días en que se debe elegir entre varias opciones. Debería también darse una conversación entre todos en ese sentido. Repartirse, quizá.

En el Festival de Monólogos lo saben, y en una idea que resultó entre varios amigos, propusieron el evento en enero, en el Teatro Matacandelas, al que se sumaron varios: nueve grupos de la ciudad, dos nacionales y seis internacionales. Lo hicieron sin patrocinios, “porque no se trata de plata, sino también de proponer”. Edwin García, coordinador y gestor de la actividad, señala que tuvieron una muy buena respuesta por parte de los espectadores, fueron unos 1.200 durante tres semanas. “Eso es completamente valioso. Quedamos muy satisfechos, y hace falta porque en enero no se hace nada. Para mí vale la pena”. De todas maneras era un proyecto que venían trabajando hace cinco años y en 2016 decidieron crecer, apostarle con más fuerza, hacerlo un festival como tal y aprovechar el público cultivado. Funcionó, y la idea es continuar.

No obstante, la mayoría se va porque hay oferta, pero todavía falta un trabajo en formación de públicos, más gente dispuesta a ir y, también, a pagar por aquello que ven.

Al fin y al cabo, la sostenibilidad es un tema que no es sólo de quienes deciden dedicarse a la cultura, que en todo caso, y después de las altas cifras, no es para tener ganancias monetarias, tanto como darle sosiego al alma. La cultura se construye entre todos: las instituciones culturales, el público, el gobierno y las empresas privadas.

Las cosas del alma, del espíritu, que son las que ganan con la cultura, también son necesarias.

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