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No hay reyes, pero sí dos castillos en Medellín

Uno es la sede de una entidad estatal en el barrio Prado y el otro se convirtió en un museo en El Poblado.

  • El Museo El Castillo se convirtió en atractivo turístico y alberga la mayor colección de artes decorativas de la ciudad. Fotos Santiago Mesa

    El Museo El Castillo se convirtió en atractivo turístico y alberga la mayor colección de artes decorativas de la ciudad.

    Fotos Santiago Mesa

  • La Casa de Protocolo es sede de un programa de la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos de la Alcaldía.
    La Casa de Protocolo es sede de un programa de la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos de la Alcaldía.
  • Este es el inmueble en Manrique al que los vecinos llaman “castillo”. Es una casa esquinera ubicada en la carrera 48 # 66 - 08. FOTO Santiago Mesa

    Este es el inmueble en Manrique al que los vecinos llaman “castillo”. Es una casa esquinera ubicada en la carrera 48 # 66 - 08.

    FOTO Santiago Mesa

13 de agosto de 2019
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Los primeros castillos de la Edad Media en Europa eran estructuras militares, fortificaciones con murallas para proteger ciudadelas, con patio de armas y puertas acorazadas. Sin fines bélicos, pero inspiradas en este tipo de construcciones, en Medellín existen dos edificaciones de este tipo.

La RAE define “castillo” como un “lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones”. Etimológicamente, el término proviene del latín castellum, diminutivo de castrum, como los romanos nombraban a los asentamientos fortificados para defender sus predios.

En Colombia hay varios, entre los más conocidos está el Castillo de San Felipe de Barajas, construido en 1657 en Cartagena. La misma ciudad alberga el San Luis de Bocachica de 1646, ambos pensados como estructuras de defensa en la época de colonización española y las guerras contra indígenas, así como proteger los puertos de ataques extranjeros.

En Medellín hay dos, uno conocido como el museo El Castillo, ubicado en el barrio El Poblado (ver Radiografía), declarado como patrimonio cultural; el segundo, la Casa de Protocolo, en Prado, declarada como “bien de interés cultural de carácter municipal”.

Hay quienes suman tres, y esta es la explicación: existe un inmueble de dos plantas en Manrique, cerca al templo del Señor de las Misericordias que los habitantes del sector llaman “El Castillo”. Sin embargo, no está declarado como patrimonio, en tanto adentro no funciona como tal y es usado como vivienda. Solo tiene una estilo similar a esta arquitectura en la parte de afuera.

Espejo de una época

Algunas edificaciones patrimoniales de Medellín durante el siglo XX se erigieron en una época de crecimiento y bonanza. “La alta burguesía de mediados del siglo quería sentir el ambiente europeo y diferenciarse de la clase media y de la ciudad miserable que también había alrededor”, dice el historiador con estudios en Urbanismo y de Estética, Darío Ruiz.

El experto indica que en Prado, por ejemplo, hay varios “remakes” de este estilo, residencias que imitaron las estructuras de otras latitudes, como el Palacio Egipcio o la casa andaluza de Joaquín Jaramillo.

Casa de Protocolo

Parece sacada de un cuento de hadas. Este edificio está sobre la carrera Palacé, en Prado. Según un inventario de bienes del Departamento Administrativo de Planeación, el inmueble perteneció a la familia Mora y fue adquirido por la Alcaldía de Sergio Fajardo en 2004, como parte de los planes municipales de renovación del Centro y Prado.

Este “castillete” tiene antejardín, verja, arcos, vanos, balcones y remate superior –le da la apariencia a los fuertes europeos–. La fachada tiene una torre cilíndrica que termina como un cono.

Museo El Castillo

Fue diseñada como la casa de campo en la que viviría José Tobón Uribe, médico y fundador de la farmacia Pasteur.

Levantada en 1930, esta instalación se inspiró en los castillos del Valle del Loira en Francia, con estilo gótico medieval y fue construido por la primera oficina de arquitectos de Medellín, H. M. Rodríguez.

En 1942, lo adquirió Diego Echavarría Misas y allí vivió junto a su esposa, Benedikta Zur Nieden, y su única hija, Isolda, quienes ampliaron los salones y lo amoblaron.

A don Diego lo secuestraron y mataron en cautiverio en 1971. Un año después su esposa donó el inmueble con todo el ajuar para que se recordara su historia y se convirtiera en el centro cultural que es hoy.

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