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Buscar una ballena, aunque no haya mar: sobre el nuevo libro de Sara Jaramillo Klinkert

  • Sara Jaramillo Klinkert estudió una maestría en Escrituras Creativas en España. Allí escribió Cómo mató a mi padre y Donde cantan las ballenas. Foto: cortesía Alejandro Velásquez.
    Sara Jaramillo Klinkert estudió una maestría en Escrituras Creativas en España. Allí escribió Cómo mató a mi padre y Donde cantan las ballenas. Foto: cortesía Alejandro Velásquez.
  • Donde cantan las ballenas es el segundo libro de Sara Jaramillo Klinkert. Foto: Portada libro.
    Donde cantan las ballenas es el segundo libro de Sara Jaramillo Klinkert. Foto: Portada libro.
18 de mayo de 2021
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En Parruca vive Candelaria, su mamá, su hermano Tobías, una guacamaya en peligro de extinción, unos conejos con cascabeles para que no se los coman los zorros, unas ballenas que no necesitan mar, hay una casa a la que le crecerá un árbol en la mitad, llegará un cuervo llamado Édgar, con un dueño, Santoro, que le tiene miedo a todo, y una mujer, Gabi, que lleva de mascota una serpiente y que nunca, pese a lo difícil del terreno, se quita los tacones. Ni siquiera para nadar. Viven ellos tres, y luego ellos dos y Facundo, un ornitólogo. Pero desde la primera página, es más, desde antes de la primera página, no vive el papá de Candelaria. Se marchó un día dejándola sola y aburrida, contando el tiempo con renacuajos que se convierten en sapos: son tres meses.

Parruca es como le decía el papá a Sara Jaramillo Klinkert. A todos les ponía apodos, y el de ella era ese. Parruca es el sitio donde está la casa, donde Candelaria va creciendo y extrañando a su papá. Es ese lugar extraño en el que pasa Donde cantan las ballenas, la novela de Sara que será presentada el 25 de mayo, a las 12:00 m, en una conversación con Manuel Vilas por el Facebook y el YouTube de Penguin Colombia. A ese papá que le decía Parruca, quizá ya lo conoce: lo mató en su primer libro, Cómo maté a mi padre.

–Tal vez el padre siempre te vaya a perseguir, en Donde cantan las ballenas hay uno ausente...

–No sé. En lo que estoy haciendo ahora ni siquiera hay un papá. Ni siquiera lo menciono, y hace días que estaba en un club de lectura me di cuenta de algo muy teso: ese club fue con Diana Ospina, la escritora de Parece que dios hubiera muerto. Ella decía que le cuesta mucho hacer personajes de mamá porque la suya se suicidó cuando estaba muy chiquita, y sí, en mis relatos yo nunca tengo un papá. Si no sé lo que es vivir con un papá, no tengo elementos para crear un personaje paterno. Reflexioné sobre eso, y sí que es verdad. En esto que estoy haciendo ahora dije, bueno, ya, no voy a hablar más de ausencia paterna, pero no menciono nunca un papá.

–Cómo maté a mi padre era una autobiografía, y está tu papá. Aquí, ya en la ficción, hay una ausencia de otro padre.

–Claro, el libro empieza cuando el papá se fue. Yo me aseguré de que se largara de la historia lo más pronto posible, porque no tenía elementos... Por qué eliminé al papá tan rápido, y fue por eso, porque cómo iba a narrarlo, no tuve el modelo. Mientras que de una mamá y unos hermanos sí tengo el espectro completo. Es muy teso cómo la experiencia de uno permea todo, es que incluso sin que uno se dé cuenta. Esa reflexión la hice hace poco. Revisé todo lo que he hecho hasta ahora, y nunca hay un papá. No tengo la figura, o si la tengo es medio mencionada, o el papá es medio ausente, pero no entro en ese campo, porque no lo siento.

La ausencia

Al papá de Sara, que era abogado y no perdía ni un caso, lo asesinaron cuando ella tenía 11 años. No había escrito de él hasta ese primer libro que se publicó a finales de 2019. Una historia en la que lo va construyendo, y se va construyendo ella, en una primera persona de una niña que se quedó sin papá. Es una despedida, una muerte. En Donde cantan las ballenas ya no está Sara, pero es muy difícil, de todas maneras, alejarse de ella misma. Aquí hay una niña, un padre ausente, una mamá perdida en ella misma, un hermano que se va yendo y unos visitantes que llegan a ayudarla a crecer.

–Esta novela está narrada desde Candelaria, una niña de 13 años

–Para mí fue muy claro poner el narrador en ella, porque tengo que aprovechar eso. Siento que no hay mucha literatura narrada desde allí, desde ese momento en el que uno crece, que es tan específico. De hecho es que a mí las novelas iniciáticas me gustan mucho, esas en las que uno ve el crecimiento del personaje. A mí El guardián en el centeno me encanta, La campana de Cristal me gusta mucho, Grandes esperanzas me encantó. De ahí saqué muchas cosas, entre ellas esa, el crecimiento del personaje, y el de la casa: está esta imagen de Miss Havisham, que representa la decadencia, que se le está cayendo la casa y se niega a levantar la mesa. A mí eso me parecía alucinante. Luego me di cuenta, lo ligué a este capítulo que está en Cómo maté a mi padre, “La casa de nadie”, y yo dije, es que de verdad un lugar puede reflejar lo que ocurre al interior de una familia. Tenía muy claro desde el principio que quería usar el lugar como metáfora de desintegración de la familia.

–Y a la casa de Donde cantan las ballenas le va pasando eso, precisamente

–Es maravillosa, un refugio de un artista, y Candelaria estaba impregnada de toda esa fantasía que él le inoculaba, porque estaba en esa edad en que todavía se creía todas las cosas que él le decía, y él se va y todo se le empieza a desmontar, a caer. Esas fantasías, la canción de los conejos, cuáles, esos cascabeles eran para que no se los comieran los zorros, o que la madera cuando chirria es porque los árboles se están comunicando, cuál, eso es porque la cortaron verde y se va a caer la casa. Todo se le va desmoronado, y pasa de ver a un papá que le inocula fantasía, a tener un papá mentiroso. Todo lo que le decía era mentira. Yo me aproveché de todo eso para reflejar el crecimiento. Se ve muy claro: la Candelaria inocente que se cree todo, que su hermano es ídolo, y luego la que se apersona y casi que se vuelve la mamá de su mamá, porque su mamá es mentalmente muy débil. Casi que empieza a recibir inquilinos en la casa porque está preocupada por el mantenimiento, “cómo vamos a sostener esta casa”, y finalmente mira que ella, que eso me pareció muy valiente, toma la decisión de buscar al papá. Yo hacía el paralelo de Cómo maté a mi padre, y decía, Candelaria hizo lo que yo nunca hice: salió a buscar respuestas. Yo siempre me quedé con “ah sí, lo mataron”, “quién lo mató”, “no sabemos”, “por qué”, “no sabemos”. Yo me quedé con eso. Así que sí tenía muy claro que quería darle el giro a ese personaje. Hice la reflexión de que si en Cómo maté a mi padre ese narrador desde la niña me funcionó tan bien, quería conservarlo.

–¿Qué más querías mostrar, además de ese crecimiento de Candelaria?

–Cambiar ese paradigma de que las mujeres nos quedamos esperando a que nos salven. Ella es la que decide, a pesar de que está chiquita, ir a buscar. Otra cosa que refleja el crecimiento es que se vuelve manipuladora. Ella a Facundo lo convenció manipulándolo y diciéndole mentiras, que ella sabía dónde estaba esa guacamaya, y ella no tenía ni la más mínima idea. Entonces mira que es esa Candelaria ingenua del principio termina siendo manipuladora para conseguir sus objetivos. Romper ese paradigma de princesita, voy a esperar en casa a que me salven.

–Hay una obsesión más...

–Era resolver la pregunta que me ha obsesionado desde que mataron al papá, la de qué es peor, si a uno le maten al papá o al que al papá lo abandone a uno. Es una cosa obsesiva. Yo tenía una compañera en el colegio a quien su padre los había dejado, tenía otra compañera que su papá era alcohólico, y estaba yo que lo habían matado. Siempre las miraba y pensaba, qué es peor, tener el papá en casa borracho todo el día, o que el papá decida no dar más la cara y apersonarse de su familia, pero estar vivo, o como el mío que no tomó la decisión, pero está muerto. Qué es peor. Tenía clara la voz infantil, tenía claro que quería responder esa pregunta y tocar otros temas que me interesaban. Ahí hay unos gordos, ahí como endulzados y en esos personajes tan mágicos: la drogadicción, las enfermedades mentales, que están reflejadas en la mamá, el abandono paterno, que estos días estaba buscando la cifra, y es altísimo el número de familias que están lideradas por madres solas en Colombia. Somos un país de mamás solas. Hay además otro tema, yo soy muy animalista, y quería mostrar lo de la extinción animal, porque sí que es verdad que esa guacamaya, la Ara Ambigua, está en peligro de extinción, sí es verdad que quedan superpoquitas.

–Siguen en este libro, aunque sea ficción, muchos temas que pasan por vos...

–Total, lo único en lo que yo siento un cambio grande es en la mamá, y la razón es muy sencilla: si yo ponía una mamá tan fuerte como la mía, se me cae la historia. Porque una mamá tan fuerte no va a dejar que la hija se apersone de todo, que se vaya con cualquiera, una mamá fuerte me cambia la historia. Yo encuentro muchos puntos en común. En estos días le decía al profesor de Lectura Crítica, “ay Nacho, usted coge los dos textos y desenmascara todo, es casi lo mismo, solo que uno es ficción y otro es realidad”.

Donde cantan las ballenas es el segundo libro de Sara Jaramillo Klinkert. Foto: Portada libro.
Donde cantan las ballenas es el segundo libro de Sara Jaramillo Klinkert. Foto: Portada libro.

Marañas que se arman

Ver una guacamaya es pensar en Sara. Una vez se fue para Costa Rica a hacer un voluntariado con guacamayas. Allá estuvo con la amarilla, azul y roja, y descubrió la Ara Ambigua, la que sabe que está en peligro de extinción. Otra vez escribió que tenía una gata, Siracha, y una vez más que había llegado Curry, un perro mono como ella, que es capaz de reírse a su par. Es dueña de gallinas raras que ya han tenido pollitos, y hace poco apareció Kafka, un gato que no escribe pero que le quita la silla en la que escribe. Tan negro que se pierde en la oscuridad.

–Entonces para este libro yo tenía muy claro que era en tercera persona, porque Cómo maté a mi padre estaba muy avanzado y quería hacer otro narrador distinto; tenía claro esos cuatro grandes temas y también que quería darle varias capas. Por ejemplo, si mis sobrinos agarran esa novela, creo que les va a gustar porque la van a ver desde qué tan chulos los personajes, qué curiosos que esta tenga una serpiente de mascota, que este le dé a probar al cuervo todo. La otra capa era poner el foco en esos temas que te mencioné, que no se me fuera en “ay, sí, tan divertida”. Finalmente la otra capa era simbólica. A mí me gustan mucho los animales y las plantas. Se nota mucho. Yo no puse ningún animal de adorno o porque se ve bonito. Yo le busqué el simbolismo a los conejos, al águila, a la serpiente, a todo. Los conejos son evocación del Señor Conejo en Alicia, El País de las Maravillas. Es muy mágico cómo mide el tiempo Candelaria, por el crecimiento de los renacuajos. Ella ya sabe que cuando son sapos han pasado tres meses. Yo ni siquiera quería meter reloj. Esa capa es la que más me gusta, fue a la que más tiempo le dediqué. ¿Por qué Gabi tiene una serpiente de mascota? Gabi, como personaje, tiene una explicación clara, como la mamá es tan débil mentalmente, en un momento dado Candelaria necesitaba una figura femenina. Ella es la que le ayuda a crecer, le abre los ojos. “¿Usted por qué esta creyendo eso? Si su papá no está acá es porque no le da la gana”. Se lo dice con cariño, pero muy de frente. El tema de la serpiente es muy ambiguo, está presente en todas las culturas. En la biblia, en Grecia, en Roma. Hay gente que le tiene miedo, hay quienes la aman, hay gente que le tiene respeto. Nadie sabe cómo comportarse ante una serpiente, y Gabi tiene esa ambigüedad. Nunca se sabe si es confiable, buena, mala. Nunca se comprueba nada. Son casi que el mismo animal.

–Aunque la serpiente depende de Gabi, ella le caza ratas para que coma

–Claro, la domesticación, que de alguna manera le dice a Candelaria que si no se emancipa, lo que le queda es que alguien vaya y la domestique. El águila está asociada en el mundo chamánico a lo espiritual, a la búsqueda de la verdad. Es ese animal que está mucho más alto, que tiene un ojo que todo lo ve. Por eso se la endilgué a Tobías, porque de alguna manera lo que buscaba con los hongos era acceder a un mundo oculto. Yo a todo intenté ponerle hondura. Y mira por ejemplo Santoro, que yo con ese personaje quería el arquetipo del miedo. Porque él se ve todo handyman, se sabe cuidar, pero al final es un miedoso que se mantiene huyendo y que desconfía de todo el mundo. Lo que no vas a creer es que todos esos personajes, como se ven de mágicos, están inspirados en alguien, yo conozco a una persona que es Santoro, y su casa tiene doble circuito cerrado de televisión, y cerca y malla eléctrica, y se mantiene armado. Él oye un ruido y sale a disparar. No tiene un cuervo, pero tiene un perro. Esa capa de la simbología para mí era tan importante. La obra tiene cierto homenaje a Edgar Allan Poe. Elegí un extracto del cuervo para el epígrafe, y el cuervo se llama Édgar por él. Y ese autor maneja mucha simbología, entonces desde el inicio poner un poema es un anuncio de que va haber una simbología. Hay más cosas de Poe, lo del péndulo, porque él tiene un relato que se llama El Péndulo, menciono un escarabajo de oro... Tiene varios guiños, pero el más grande es el cuervo.

–Esos dos personajes tan extraños, Gabi y Santoro, ¿existen?

–Gabi es una mujer que conozco, que es muy trepadora. Inicialmente está inspirada en ella, y después me di cuenta de que necesitaba una Gabi más inteligente, más manipuladora. Que Santoro le dispare a las nubes es porque mi vecino de finca tiene un cultivo de flores y exporta, y cada vez que va a llover le preocupa mucho porque si cae granizo le daña el follaje. Entonces no dispara, pero tira voladores, y cada que va a llover, uno escucha. ¿No es muy loco?

–La magia está en la vida real...

–Yo en clase (Sara estudió un máster en Escrituras Creativas en España) tuve esa discusión muchas veces, si eso se catalogaba como realismo mágico o no, y yo decía, pues, yo tengo evidencia que todo es real. Tengo muy claro que soy colombiana y que es inevitable que se haga la mención. Estoy leyendo a la Nobel, Olga Tokarczuk, Un lugar llamado antaño, y hay un montón de similitudes, ella tiene un ahogado que habla, y tiene ángeles que hablan, y es una comunidad muy aislada, en plena guerra. Tiene muchas cosas de la realidad, unos toques de surrealismo. Ahí es donde yo digo, si lo hace Olga Tokarczuk es surrealismo, si lo hace Alessandro Baricco, que también lo hace mucho, es surrealismo. Me vi la película Lazzaro Feliz, que ganó el premio a mejor guion de Cannes, esa película yo la vi cuando estaba escribiendo el libro, y hay personajes que salen volando. Paolo Sorrentino, que es mi director favorito, tiene en La gran belleza esa escena de una monja en un balcón. Yo la vi mientras estaba escribiendo el libro: una monja, casi un cadáver, rezando, solo se le ven los labiecitos, y de repente abre los ojos y el balcón está lleno de flamingos. A mí esas cosas me alucinan. Entonces lo hace Sorrentino y es surrealismo, pero lo hace cualquier colombiano y es realismo mágico. Yo eso no lo discuto. No sé si leíste Las malas, de Camila Sosa, qué librazo. Es una historia de unas travestis y de ese mundo sórdido y horrible, y ella lo narra, ella es travesti. Se nota mucho cuando uno conoce de lo que escribe. Ella lo narra con una entereza. Es una novela muy coral, narra la historia de todas, pero hay una de ellas que es muda, y se va convirtiendo en pájaro. A mí esos toques me gustan. Me gusta sorprenderme, porque para la realidad está la realidad. Si la literatura nos permite acceder a otros niveles... Aunque la prueba es que yo no me inventé que un señor le dispara a los pájaros. Eso ocurre. Esos toques me gustan mucho porque están ahí pero nadie los ve. Y no sé si es la mirada, la sensibilidad, pero a mí me sorprenden mucho. Esa capacidad de sorprenderme con un montón de cosas. Así que qué rico que la gente se sorprenda como yo.

–Parruca es un pequeño mundo creado, en el que no pasa nada, pero todo pasa. El lugar ayuda a contar

–Y si vos hilás delgado, fue un poco la experiencia de mi propia casa. Salimos porque se estaba cayendo. Como familia estábamos naufragando, y la casa también. Como que decíamos, la casa está de pintar, pero no la pintemos porque... Diez años nos demoramos vendiéndola. A mí eso me sacudió. Ese árbol, en el libro es de mangos, pero en la casa era un papayo. Como había unas guacamayas, y como era un lugar tradicional, con patio por dentro, en ese patio colonial comían papayas y ahí nació un papayo. Esas cosas la gente no las ve, y por eso en el libro quedó un árbol de mangos. Este tenía un límite y cuando Facundo se puso a romper el techo, era romper el límite: puede crecer tanto como quiera, si usted rompe los límites. Facundo es un personaje que conozco, un ornitólogo brasilero, metrosexual, un pajarero, surfista. Hay una escena de un mico, que Candelaria experimentó con Facundo, eso a mí me pasó en Costa Rica. Y yo dije, si logro que Candelaria coja un cuchillo, si una niña está dispuesta o pretende ser capaz de matar un animal, es una niña capaz de todo. Vuelvo al principio: yo tenía muy claro el sentimiento de Candelaria, muchas de las escenas están para mostrar eso. Muy pensadas para llevar la historia, para dejar esa sensación de que esta pelada creció. Tenía que hacer creíble que se fuera a buscar el papá. Y no era capaz ni sabía cómo. Pensaba en eso: tengo que lograr que Candelaria sea capaz de buscar.

De las ballenas

Sara escribió Donde cantan las ballenas durante el segundo año del máster. En el primero fue haciendo Cómo maté a mi padre. Fue un año intenso de escritura, de lecturas, de revisiones. De ella creciendo como la escritora que quiso ser desde cuando escribía esos diarios gordos que una vez quemó para que sus hermanos no los leyeran. Esa que escribía historias y las dejaba empezadas porque le faltaban elementos. Una Sara que estudió periodismo porque quería escribir, aunque le salió trabajo en televisión, pero no en prensa, y que cada tanto le decía a Juanro (su esposo) que ella quería irse a estudiar, pero siempre pasaba algo, hasta que un día no pasó nada y terminó en España, y Sara fue, por fin, una escritora.

–Cómo maté a mi padre es un libro más personal, y está escrito con mayor desparpajo, por decirlo así. Donde están las ballenas es más preciso en la escritura, más limpio, con más detalles...

–Yo lo hablé con la editora de Lumen (en esta editorial se publica el libro, y ya lo puede conseguir en Colombia). Ella me preguntó mucho la diferencia entre las dos obras. Cómo maté a mi padre la escribí muy por mi lado, y fue una escritura más desorganizada, la obra siento que está más desconectada, en cambio esta está muy amarrada. Le puse demasiada curia a que todo estuviera justificado, tuviese símbolos. Y obvio esta obra la escribí durante el máster, tuvo tutorías, el lector final fue Luisgé Martín, que se ganó el premio Anagrama de Novela. Tuvo muchos ojos, y llevaba un año muy intenso. Yo creo que la otra va a ser muy insuperable, porque es autobiográfica, así esta esté mejor escrita. Ausencia es ausencia, sea quien sea. Las dos novelas son iguales, pero distintas.

–Hay un tema ahí con las ballenas, que aparecen, pero no.

–Hace días alguien escribió una reseña en Instagram, y en un comentario le preguntaban que si aparecían ballenas, y ella respondía, qué te dijera, sí, pero no. Y sí, tiene razón. Las cosas no son como parecen. El título fue posterior, yo no sé por qué. Tenía claro que el papá sería artista, necesitaba una razón que justificara el hecho de que se hubiera llevado a su familia para un sitio lejano. Un artista que quiere evadirse, tener un lugar donde crear. El título llegó muy al final. Estaba en esas lecturas de corrección, y llegó de pronto. Terminaron siendo protagonistas las ballenas, sin ser protagonistas.

–¿Y ahora estás escribiendo?

–Estoy escribiendo otra. Empecé una y me aburrió. Llevaba más de cien páginas, pero se me cayó la historia. No sé, no me provocaba, así que dije, no le voy a gastar tiempo. Escribir es tan jodido, que si uno no está enamorado, es muy difícil escribir. No solo el tiempo de escritura, sino que yo me levanto pensando en eso, me acuesto pensando en eso. Todos los días trato de solucionar cosas literarias, entonces debe ser un tema que lo mueva a uno. En el máster muchos terminaron odiando sus novelas, desenamorados. Uno no puede escribir si no está enamorado.

–¿Siempre quisiste ser escritora?

–Toda la vida he escrito mucho. Diarios regordos que los quemé, me acuerdo perfecto el día. Estudié periodismo porque quería escribir. A mí siempre me ofrecían trabajo en tv, pero todos los años yo le decía a Juanro, “yo quiero escribir”. Tengo muchos proyectos literarios, pero no los terminaba. Yo sabía que podía escribir, pero me faltaban herramientas. Por eso quería hacer el máster, por darme herramientas y el tiempo y el espacio. Un día le dije a Juanro, esto es ya. La mejor decisión de mi vida. Yo agradezco no haber hecho ese máster antes. No hubiera podido escribir antes Cómo maté a mi padre. De las cosas que escribía no he querido releer nada. Solo escribí de mi papá en ese libro.

–La pregunta que a mí me obsesiona es qué es mejor, si que el papá se hubiera muerto cuando era un bebé, sin tener recuerdos, como me pasó a mí, o si cuando ya tuviera recuerdos, pero fuera difícil la muerte.

–Creo que es peor chiquita. Yo tengo unos recuerdos superlindos, que son de los que yo me pego.

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