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La meta: que la cultura sea un ecosistema

Cada eslabón de la cadena es importante. La idea es tener conexiones más diversas y fuertes.

  • ilustración sstock
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10 de septiembre de 2020
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Una familia se reúne alrededor de la mesa. Todos tienen buena comida, empleo y hay condiciones óptimas de salud. En medio de la vianda, a pesar de que todo parece bien, de repente no hay de qué hablar, nada que dé placer o llanto, ningún chiste o historia para recordar, ni una canción que se pueda cantar. Padre, madre e hijos tiene físicamente posibilidades de vida, pero no las condiciones para vivirla.

El ejemplo lo trae el dramaturgo Fabio Rubiano, director del Teatro Petra, para explicar que la cultura se da más allá de los museos, teatros o conciertos, es eso que conecta a las personas a través de lo que las une: lenguaje, memoria, historias, estética, gustos, sabores, risas, sonidos. “Eso que engloba y representa al ser humano. Una sociedad nos define por ser mayor cultivador de arroz. Reconocemos una sociedad por la cultura”, dice el autor de Labio de Liebre.

Aún así, algunos todavía lanzan al aire la pregunta: ¿para qué sirve la cultura? “En la búsqueda de la “utilidad”, las últimas décadas han sido testigos de una creciente instrumentalización del arte, que casi siempre ha ido en detrimento de nuestras aspiraciones transformadoras”, apunta el gestor cultural Octavio Arbeláez. “En esta era de “utilidad” e “impacto”, quizás la visión más radical no sea instrumentalizar el arte, sino estetizar el mundo”.

“Nos ponen en un falso dilema – añade Rubiano –. A las personas les dicen, usted qué prefiere, cuatro libras de lomo o escuchar una sinfonía. En estos tiempos, evidentemente uno dice deme el mercado porque con eso me alimento, con la música no... La pregunta no es esa, sino por qué me ponen a escoger entre los dos elementos si deberían estar garantizados”.

Reflexiona que cuando un espectador va a ver una obra de teatro, a un museo, o un concierto, “uno no dice que va a ir para aprender historia, a reflexionar o ver una clase. Uno va a divertirse y pasarla bien, no a que lo regañen, guíen o enseñen”. Lo que hacen los artistas es producir placer, “independientemente de que lo que cuenten sea doloroso”.

David Escobar, director de Comfama, dice que considera importante darle una nueva definición a las palabras valor y utilidad. “Lo más valioso es lo que lleva hacia el lado más humano, eso que nos conecta como seres humanos y creemos que pocas cosas hay más importantes para este momento como lo son la expansión creativa a través de la cultura y las artes”.

Unión

Se ha acudido a todo tipo de palabras y definiciones para dar cuenta de cómo se entiende la cultura como un sistema dentro de la sociedad. Se ha hablado de sector, los subsectores, el mundo o el campo cultural y creativo e incluso de clústeres, pero esas definiciones “parecen quedarse limitadas”, cuenta Paula Trujillo, quien estuvo a la cabeza de Bodega Comfama y es estratega de Conexiones Creativas, una corporación que asesora gobiernos, organizaciones y emprendedores a entender mejor cómo tender puentes entre diferentes actores que interactúan en la cultura.

Se ha acudido a otro término, el de los ecosistemas culturales. Arbeláez apunta que para entender mejor a qué se refiere ese término hay que consultar al antropólogo J. H. Steward y su libro Theory of culture change (1955). Allí el autor ofrece una primera aproximación a la ecología cultural, que tiene por objeto “el estudio de los procesos a través de los cuales una sociedad se adapta socioculturalmente a su ambiente”.

Actualmente el término se utiliza para describir el estado de las industrias creativas, sus niveles de interacción y las maneras como es posible llegar a una mayor y mejor coexistencia entre sus diferentes actores: cómo conversan y actúan en pro de ir más allá de su bienestar propio.

Cuando se toma eso en consideración no solo se habla de artistas y museos, músicos y disqueras, actores y compañías de teatro. También allí figuran bookers, managers, productores, festivales, ferias, agencias literarias, editoriales, librerías, galerías, escenarios, empresas privadas y públicas, el estado y otro muy importante: el público.

El exsecretario de Cultura de Medellín, Jorge Melguizo, lo ejemplifica de una manera sencilla: el ecosistema es como una sombrilla que se crea y se sostiene de manera colectiva para que “todos quepamos, para que nos de sombra o nos proteja a todos”. En ese sentido, la idea es que esa unión los cobije sin distinción, que “impida que nos caiga la lluvia y que sirva de escudo, de protección”.

Trujillo apunta que el centro debe ser la transdiciplinaridad. A diferencia de un clúster, en el que muchas veces se alude a “organismos que se definen desde lo empresarial”, este término y su construcción busca incluir y reconocer comunidades, agentes, colectivos y organizaciones que “entre más diversas sean, mejor”.

Respetar diferencias

¿Para qué es necesaria esa diversidad? Porque esta idea se parece más, dice ella, “a un bosque tropical donde esos agentes conviven sin lógica y donde se dan resultados inesperados”. Que un músico colabore con un diseñador de moda y al mismo tiempo con un artesano o un colectivo hacia un propósito común donde la prioridad no sea un bien individual sino una suma.

“El ecosistema es como un acuerdo y una construcción colectiva, la posibilidad de la suma no como 1+1+1 sino 1+1+ los dos juntos”, explica Melguizo. “Esa coexistencia de agentes muy diversos, grandes y pequeños, es lo que hace que ese ecosistema sea sano, que sea activo y que permita la diferencia, la disidencia”, añade Trujillo.

Para ella es cuestión de que los lazos de confianza que se vayan construyendo se hagan cada vez más fuertes para que cada vez más se integren otros actores en el escenario y que desde otros ámbitos económicos se sumen fuerzas. Más empresarios, instituciones dedicadas a la ciencia o a la ingeniería, “donde pueden suceder conexiones más potentes y transformadoras de los entornos”.

Melguizo apunta que es cuestión de pasar de pensar no solo en montar una obra o crear un disco, sino de en generar un espacio donde ese producto sobreviva y se sostenga.

En el mundo

Ha habido varios ejemplos destacados a nivel mundial sobre esos ecosistemas fuertes en la cultura y que, ante todo, pueden servir como un mapeo mucho más real de todos los actores que intervienen de manera activa en actividades del sector, mucho más allá de los roles que tradicionalmente se vinculan a la cultura.

En Francia, por ejemplo, se ha recorrido un camino largo de evaluación y reconocimiento de ese ecosistema creativo y cultural durante 15 años. Trujillo lo ha trabajado de cerca con el Instituto París Región, “con ellos encontrábamos la importancia de espacios nuevos y alternativos como detonantes de dinámicas territoriales”.

Ella señala que aunque quizá en algún momento el Museo de Louvre pudo haber sido uno de los mayores dinamizadores de ese ecosistema, hoy ese movimiento empieza en espacios más pequeños, incubadoras de ideas o con colectivos que tienen una mayor flexibilidad en sus acciones.

Describe que el ecosistema en Francia tiene seis ejes. Primero está la oferta cultural, (museos, teatros, cines), vienen luego las formaciones especializadas o la oferta educativa formal e informal asociada al sistema. ¿Quién forma a los mánagers o a los bookers de un artista musical?

Tercero, los actores públicos y privados volcados a apoyar el sistema, aquellos que pueden financiar o apoyar propuestas desde sus posibilidades. Cuarto, las dinámicas de relación entre los agentes que interactúan y sus conversaciones con otros sectores (tecnología, educación, turismo). Quinto, el consumo de los productos culturales por parte de los ciudadanos y, por último, las prácticas artísticas en sí mismas.

Melguizo, por otro lado, destaca esfuerzos en ciudades como Barcelona y Buenos Aires. Son lugares donde “la cultura es uno de sus símbolos”, explica. La española fue una de las primeras ciudades que consiguió 5 % para su presupuesto municipal en cultura, que logra crear “propuestas urbanas, de desarrollo económico a raíz de la cultura”.

Por otro lado, destaca a Buenos Aires, que cuenta con un número grande de equipamientos como de actores privados, que incluye empresas o artistas, con todo su equipo. Además, un público que permite sostener que haya aproximadamente 270 obras de teatro diarias, en tiempos sin pandemia. .

A nivel local

Medellín figura entre esas elegidas por Melguizo. Él destaca que en la ciudad hay proyectos culturales que tienen raíces muy profundas que permiten que haya iniciativas que se hayan sostenido en el tiempo. “Los museos más importantes acá son privados”, no dependen de lo público ni de la voluntad de una única persona. “Si dependen de una persona, no hay ecosistema”.

En Medellín hay, además, talento formado y riguroso, “basta con mirar entornos como diseño, artes plásticas y visuales, música o la ilustración, donde tenemos un talento valioso y potente”, enfatiza Paula Trujillo. Destaca la unidad que ha habido desde lo público y privado. Cajas de compensación, empresas y Alcaldía han trabajado de la mano. “Hay que cuidar, hoy más que nunca, esas conversaciones”

Pero todavía hay varios aspectos por ajustar a nivel local, incluyendo una mayor participación de otras empresas locales en labores de mecenazgo. Hay una tarea pendiente, cuenta ella, con nuevas dirigencias empresariales y sectores de la economía para que entiendan que ello “permitirá que esa sociedad, y ya está demostrado en esta tierra, tenga mejores niveles de convivencia y resiliencia, sino porque también estas prácticas hoy son mecanismos muy potentes de conversación con la sociedad”.

Por otro lado, indica que en la región los ciudadanos pueden ser cada vez más comprometidos con el consumo cultural. El público es un eslabón fundamental de ese ecosistema y debe caer en cuenta de ese rol para tener un papel cada vez más dinámico allí, más aún en una época en la que la cultura sigue buscando maneras para no perecer. Melguizo señala, además, que estos ecosistemas necesitan de tres partes fundamentales, “un engranaje entre lo público, lo privado y lo comunitario”. Si una falla, es posible que el resto del ecosistema no funcione como podría.

“Este es el momento para que la cultura nos sacuda, nos ponga a pensar y permita imaginar el futuro. Nos recuerde que de ahí vienen las soluciones, las ideas para que nos demos cuenta qué es lo que debemos cambiar”, concluye Escobar.

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niños hicieron parte de las redes académicas de arte en Medellín entre 2016 y 2019.
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