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Hay lazos que solo puede tejer el río

La novela de Lorena Salazar Masso es un viaje por Chocó, la maternidad y la condición de saberse parte de algo. Estrena colección en la editorial Angosta.

  • Hay lazos que solo puede tejer el río
  • Hay lazos que solo puede tejer el río
22 de abril de 2021
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Una mamá incompleta, ¿alguna mamá está alguna vez completa? Quién sabe. Entre una mujer que escoge serlo y otra que debe dejar de serlo, ¿alguna es más que la otra? Entre las aguas del río Atratonavega una blanca, repleta de preguntas, de inseguridades, de amor. Su hijo es negro y ambos navegan, convencidos, de que son suyos (y quizá eso sea más importante que todas las preguntas anteriores).

Esta herida llena de peces es la primera novela de Lorena Salazar Masso, quien nació en Medellín pero narra con maestría un Chocó que la acogió con todo el cariño cuando tenía 9 años.

No nació en un hogar negro, pero entre su narración se cuelan los alabaos y gualíes, la hermandad hecha trenzas entre las mujeres y un respeto absoluto por ese territorio donde creció y se percató de que existen olvidos inmensos frente a un lugar como ese, donde la violencia respira muy cerca.

El libro conduce con sutileza al lector hacia preguntas sobre la pertenencia y los lazos, tanto entre los humanos como con las tierras que habitan y las aguas que navegan. La novela, que se presentará este jueves en compañía de José Ardila, hace parte de la más reciente colección de Angosta, Ópera Prima, un espacio para la publicación de las primeras obras de autores novelles, tanto en novela como en cuento (ver Radiografía).

EL COLOMBIANO charló con la autora, cuya carta de presentación ya se publicó en España con la editorial Tránsito. La novela será traducida al italiano, inglés, francés, checo y polaco.

¿Cómo fue ese encuentro con Chocó y esa relación con el departamento?

“Llegué a los nueve años y a esa edad creo que uno está pendiente de muchas cosas, está dispuesto a ver mucho más allá y a hacerse muchas preguntas. Fue especial para mí porque el recibimiento que tuve como niña que quiere jugar y hacer parte de grupos fue muy bueno. Eso me marcó mucho y por eso está esa relación con la pertenencia y sentirse parte de algo. Si bien en la novela hay muchos detalles, es ficción y hay muchas cosas que están deformadas o no están completas. No se trataba de un calco ni una etnografía. Es una invitación o un abrebocas a la cultura afro del Chocó colombiano”.

¿A Chocó le hace falta una madre? ¿Colombia lo dejó huérfano?

“Más que necesitar una madre, Chocó es la madre, es su propia madre. La necesidad principal que hay frente al territorio es visibilización y estar allí, hay un abandono total por parte del estado colombiano, de muchas instituciones y de los medios, que hace que se vaya quedando a la sombra un territorio inmensamente rico, no solamente lleno de paisajes y riqueza, sino de personas, de talento y otros factores que han sido descuidados. Yo uso la palabra abandono que está ligada a la maternidad y que también está en la novela. Es como una cadena, cuando tienes que dejar algo porque sientes que de todos lados te han abandonado. Si el estado abandona al territorio, las madres tienen que abandonar a sus hijos porque de alguna forma no tienen como mantenerlos y cuidarlos a todos. El territorio y las mujeres son los que lo sufren principalmente”.

A pesar de que se ficcione a ratos sobre Chocó en el libro, ¿qué esencia del departamento quiso conservar en el texto?

“Cuando uno está escribiendo ficción eso es lo que lleva el hilo: la esencia y lo que hay detrás. A mí, personalmente, me movían las mujeres, esa solidaridad de raíz, esa forma como se comportan y como actúan desde que las niñas son pequeñas. Ellas crecen con esa forma de actuar, de cuidarse, con esa solidaridad. Además, como la naturaleza está tan ligada a las personas, como en alguna parte dice que alguien puede ser hermano del río y cómo es el río el que va tejiendo las relaciones desde algún punto. Eso era lo principal, lo que estaba de fondo, además del tema de la pertenencia y cómo hacerlo desde esta mirada, que no es la única ni la más importante, pero que es la que ofrezco como autora”.

El río está presente de muchas formas, ¿es el que otorga esa condición de igualdad, ese lazo?

“El río es, más bien, un eje, es lo que hila la vida de todos. Es el que alimenta, es el medio de transporte, es el que da historias porque los paseos y los momentos están alrededor de él, pero el río también es por donde llega el conflicto armado, es el que sube e inunda las casas. Para muchas comunidades a lo largo de la historia, el agua y establecerse al lado del agua es lo que ha permitido el desarrollo. En este caso, más allá del desarrollo, ha condicionado esa forma de vida, esas posibilidades y también los problemas a los que se van enfrentando, por eso el río es tan importante. Así mismo, la estructura de la novela está construida a partir del río, va avanzando en tiempo presente y a medida que avanza van llegando recuerdos que son como el agua cuando llegue, que se cuela en ese río y aunque puede hacer que se desborde, sigue avanzando. El río está presente tanto en la estructura como en la vida de los personajes y el territorio”

Dentro de la noción de maternidad que hay en el libro se toca el punto de sentirse como una mamá incompleta, ¿cómo fue la llegada a esa noción de “sentirse incompleto” en cuanto a la maternidad?

“Creo que me favorece mucho, en este caso, no ser madre porque escribí una novela desde la perspectiva de una no-madre siendo una no-madre. Intenté observar a mis amigas, a mi madre y a otras madres en lecturas. Es un tema que me llama mucho la atención y siempre tengo mi atención puesta en qué puedo reflexionar alrededor de eso. Pensaba en esa carga que tienen absolutamente todas las madres de ser perfectas y de hacerlo todo bien. Incluso las que abandonan a un hijo, porque en ningún momento se contempla “¿por qué una mujer tiene que abandonar a su hijo?”. En este caso, juzgarían a la mujer negra por abandonar a su hijo, es lo que primero harían. Hay momentos, lugares y territorios que están pasando por tantos problemas, que no hay opción y yo quería hablar de eso. También de cómo las madres no tienen el apoyo completo en la sociedad como deberían tenerlo y además de todo este lado romántico que ya conocemos de ser mamá, también hay un lado muy difícil, muy complejo. Siento que muchas veces una madre se sentirá como mi personaje: incompleta, porque siempre quiere dar mucho más, pero la sociedad está exigiendo aún más. A veces las condiciones no son aptas para eso e incluso si lo son, siempre faltará algo”.

¿Y qué hace tan especiales esos lazos entre mujeres que encontró en Chocó, a diferencia de otros lugares?

“Para mí son especiales porque están muy ligados a lo que viví, desde muy niña, pero siento que hay una fuerza detrás de todo, hay inteligencia y una sabiduría en las mujeres negras que yo no he encontrado en otros espacios. Es algo que solo tienen ellas y eso tiene muchísimas razones: han tenido que vivir muchas cosas que nosotras (mujeres de otras partes del territorio) no hemos vivido, por ejemplo. Entonces, esa historia, esa fuerza y esa forma de enfrentarse a la vida, me llamó la atención. Eso es algo en lo que la narradora de la historia se centra mucho, es contar esa diferencia entre ella y estas mujeres. Ella siempre se siente inferior y ve que ellas son capaces de hacer todo, que pueden hacerlo, y ella siente que no es capaz. Más que sentirse víctima por eso, tiene una admiración y un respeto total hacia esas mujeres. Además, querer ser como ellas, pero evidentemente es imposible”.

¿Cómo ve que se atraviesa la narración oral en esta novela o en otros escritos?

“Para mí esto es muy importante porque crecí con la tradición oral, muchas de esas historias son las que más recuerdo. Cuando voy al recuerdo es lo primero que pienso y lo que me inspira un montón. Encuentro mucho valor y riqueza en la tradición oral y por eso era inevitable que no hiciera parte. Todo lo que hace parte de la novela es porque se va colando en el día a día, no es gratuito. En algún día sale un canto, un alabao o un arrullo porque hacen parte de la vida cotidiana y lo que va sucediendo. Esto es mucho más amplio, mucho más vasto y hermoso. Es una invitación a conocerlo mucho más a fondo. No solo la tradición oral, cómo se llevan a cabo los rituales y cómo viven las mujeres”.

¿Cuando vivió en Chocó sintió la violencia rondando cerca? ¿Cómo percibe esa relación entre el territorio, la violencia y la vida que transcurre allá?

“Para mí siempre estuvo presente, a toda hora. Estuve allí desde el 2000 y fue una de las épocas más difíciles del territorio, me tocó directamente y me impactó muchísimo todo lo que veía que pasaba, pero nadie me explicaba por qué pasaba. Crecí con esa rabia y ese dolor, todos tenemos una historia ligada al dolor y al conflicto, pero más que hablar de mí, era hablar de esas preguntas que me hacía de niña y que solo pude responder a medida que fui creciendo. Como, ¿por qué pasaba lo que pasaba en el río? ¿El río era culpable de que los disparos vinieran de allí? De todo lo que pasaba ahí, uno le echaba la culpa al río. Después uno crece y entiende que no es el río el culpable y que hay muchos otros factores que determinan esas cosas que pasan”.

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