Por Vanesa de la Cruz Pavas
En español, biblia significa escritura sagrada, palabra de Dios. En la lengua wayuunaiki, del pueblo Wayuu, se dice karalouta y significa mensajero de la muerte. Tiene sentido: para esta comunidad ancestral, en nombre de ese libro se cometieron asesinatos y violaciones a los derechos de hombres y mujeres, de toda una cultura.
Si la lengua wayuunaiki desaparece, desaparecería una forma de ver el mundo, de entender el pasado, desaparecería una cosmovisión y solo habría una verdad: la que dice que la biblia es la palabra de un dios.
Por eso preocupa que, el 16 de febrero, falleciera en Chile Cristina Calderón, la última hablante de la lengua indígena yagán, una mujer de 93 años que pertenecía al pueblo con el mismo nombre que ha habitado el archipiélago de Tierra del Fuego, entre Chile y Argentina, desde hace más de 6.000 años.
Explica Selnich Vivas Hurtado, poeta y profesor de Literatura de la Universidad de Antioquia, que no es solo una forma de hablar, sino que cada lengua configura un sistema de orientación, de interpretación del mundo, “y por eso se necesitan varias, y no sola una, porque cuando nos sentimos estrechos, aprisionados por un sistema verbal, deberíamos tener derecho a conocer otro”. Las lenguas pueden limitar y ser terapias, sanación, “una cura a las incomprensiones y limitaciones del lenguaje”.
Hay otro ejemplo: en español hay palabras femeninas y masculinas y la “regla” es que lo masculino lo incluye todo. Decir “los artistas”, aunque dentro de ese grupo haya mujeres, está bien, pero decir “las artistas” cuando hay al menos un hombre no funciona: se entiende como que solo hay mujeres.
Diferente pasa en el inglés, donde no hay géneros en este caso y “the artists” puede implicar hombres, mujeres o ambos, sin distinción. Sol es masculino en español y en la lengua macuna es tanto femenino como masculino, lo implica que, para ellos, el género se concibe diferente y los seres son tanto masculinos como femeninos, por lo que no hay separación entre mujer y no mujer y esas concepciones “amplían la libertad, el estar en el mundo, ayuda a sanar a una sociedad llena de violencias hegemónicas porque para ellos no es posible pensar a la mujer como inferior al hombre”.
Entonces no son solo palabras, es toda una configuración de sentidos, de valores, que trascienden hasta el escenario social y que condicionan la existencia de cada ser.
Si todos los humanos hablaran una única lengua, se imposibilitaría entender la diferencia, comprender la diversidad, responder a los conflictos internos, porque “el problema fundamental de la guerra, del racismo, es que la lengua dominante terminó por eliminar sistemáticamente las otras comprensiones de la vida”, añade Vivas.
Peligros de una sola lengua
Imagine que en su casa el único que toma las decisiones es su padre, solo su voz es escuchada. Ni los hijos ni los niños, jóvenes ni la propia madre tienen voz propia. Este sería un modelo familiar autoritario, explica Vivas. Pasaría lo mismo si, en Colombia, solo se hablara español, la lengua del conquistador.
Juan David Martínez Hincapié, doctor en Lingüística de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y docente de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la UdeA, explicó en un conversatorio sobre el tema que el español es la lengua materna, primera, de la mayoría de los colombianos, que la perciben como tal porque es en la que se desenvuelven y encuentran en la mayoría de los entornos. Y lo es, de hecho, para 19 países del continente americano, donde el 90 % de la población lo habla.
Eso no significa, sin embargo, que haya que desconocer las demás. Es por esto que para la Organización Nacional Indígena de Colombia, con sus más de 400.000 hablantes en 30 de los 32 departamentos del país, sus lenguas maternas son más que un instrumento, es su “estructura de pensamiento, son los vínculos y las relaciones sociales que crean, su sabiduría y tradición”, su memoria y forma de entender el mundo, como ellos mismos explican.
Si estas se pierden, se pierde más que un sistema lingüístico: estilos de vida, sistemas económicos y de organización. Se posibilita la imposición de religiones (como pasó con la conquista española), de sistemas económicos y políticos. Se pierde música y alimentos y formas de consumirlos.
Habría también implicaciones económicas: el claro y más repetido ejemplo en el país es la minería extensiva, a la que le conviene que desaparezcan muchas veces las poblaciones indígenas y afrodescendientes que son contrarias al modelo de desarrollo extractivista y que se oponen a sus proyectos. Añade Vivas. “Hemos terminado por despreciar ese mundo indígena porque nos parece que es un obstáculo para el desarrollo del capitalismo, que creemos es el único modelo económico válido, y así no tenemos reparo en propiciar y permitir genocidios y masacres” que, muchas veces, comienzan desde el lenguaje.
Y hay, por supuesto, implicaciones políticas: poblaciones que no son escuchadas ni tenidas en cuenta, falta de representación, precariedad, pueblos que mueren de hambre y de sed, como es el caso de la Guajira, y un Estado ausente que se justifica en que no “entiende” las otras lenguas, pero que tampoco busca entenderlas.
El caso colombiano
De acuerdo con el Gobierno Nacional, el país tiene 68 lenguas nativas, 65 de ellas indígenas, dos criollas (palenquera y creole) y una romanés, hablada por el pueblo gitano o Rrom. Son 115 los pueblos indígenas que suman casi dos millones de colombianos. La Onic incluye la lengua de señas colombiana y la lengua de señas creole.
Están todas protegidas bajo la ley 1281 de 2010 que, según dice, considera que son “parte integrante del patrimonio cultural inmaterial de los pueblos que las hablan, y demandan por lo tanto una atención particular del Estado y de los poderes públicos para su protección y fortalecimiento. La pluralidad y variedad de lenguas es una expresión destacada de la diversidad cultural y étnica de Colombia”.
La Onic calcula que hace cinco siglos se hablaba más del doble de las lenguas que hoy existen, por lo que más de 70 se han extinto, de las que recuerdan el kankuamo de la Sierra Nevada de Santa Marta; el opón-carare y el pijao del Caribe; en la Amazonía el resígaro (familia Arahuaca), el mhuysqhubun, lengua nativa del pueblo Muisca que habitó lo que hoy es Bogotá desapareció oficialmente en el siglo XVIII.
Vivas recuerda que, entonces, Colombia no tiene solo una lengua materna sino muchas y que hay quienes hablan varias al mismo tiempo, por lo que es incorrecto priorizar solo al español.