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El mundo entero cabe en el carriel antioqueño

Este elemento propio de la región Andina nos pone a conversar de Expoartesano, que comienza hoy.

  • En Jericó hay una decena de guarnielerías; en Envigado, un taller y dos puestos de venta. Fredonia, Andes, San Pedro de los Milagros y Amalfi son otros municipios fabricantes. FOTO Juan Antonio Sánchez
    En Jericó hay una decena de guarnielerías; en Envigado, un taller y dos puestos de venta. Fredonia, Andes, San Pedro de los Milagros y Amalfi son otros municipios fabricantes. FOTO Juan Antonio Sánchez
08 de julio de 2016
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Cuando cumplió quince años, Darío Agudelo entendió que la agricultura no era para él. Lo suyo era la guarnielería y decidió aprenderla. Corría el año 1950 y esta artesanía era un negocio próspero en Jericó. Sin embargo, su padre le dijo entonces que ellos bien pobres y él perdiendo el tiempo entre cueros. Él es el mayor de los guarnieleros de esa localidad del Suroeste.

En su tienda situada en el centro de este municipio, surtida no solo de carrieles, sino de billeteras, correas, bolsos, sogas y aperos, pasa todavía gran parte del tiempo. Su hijo, Oliberio, se encarga del negocio. Una máquina de coser Singer doble O, de 120 años, sigue trabajando con más bríos que las nuevas.

“Eso de arar la tierra para sembrar café y plátanos era muy duro y muy ingrato —evoca—. Muy mal se pagaba. Aprendí a elaborar carrieles en el taller de Gildardo Uribe. Debía venir cada mañana desde la vereda Palenque, situada a una hora de camino, hasta el pueblo. Él no me pagaba: yo le pagué 300 pesos para que me enseñara. Demoré como tres o cuatro meses. Cuando los demás trabajadores salían a tomar tinto, yo, sin plata, no los acompañaba; aprovechaba para ‘cacharriar’ en la Singer y darme cuenta cómo se hacían los ribetes”.

Aprendió a elaborar los bolsos de principio a fin, pero solamente cuando hizo unos cuatro guarnieles bonitos, bien terminados, Uribe comenzó a pagárselos a dos pesos cada uno. Fue entonces cuando decidió quedarse a vivir en el pueblo y, muy pronto, abrir su propio taller. Con los años vinieron los hijos, ocho, y con los hijos, más talleres y almacenes.

Sobre el origen de esta artesanía hay discusión. Unos afirman que es envigadeña y otros, que jericoana. También hay quienes sostienen que se inició en Amalfi. En varias partes del departamento se han elaborado. Además de los municipios mencionados, también la han hecho en San Pedro de los Milagros e Ituango.

Origen jericoano

A media cuadra del taller de Darío Agudelo, en la esquina de la carrera 5a con la calle 5a, está el de Saulo, uno de sus hijos. Está convencido de que “el carriel y la Madre Laura son jericoanos. Que esa tradición, de la que seguramente le ha hablado su padre mientras cortaban cueros o los cosían y se embriagaban con su olor, tiene por lo menos 120 años en la Atenas del Suroeste. Y menciona, como precursores de la artesanía, a “los Calle, Apolonio Arango y Rubén Santamaría”.

“Este local ha sido taller de fabricación de carrieles hace 95 años —sostiene—. Lo hemos ocupado, sucesivamente, Sigifredo Calle, Apolonio Arango, Rubén Santamaría y sus hijos, Darío Rodríguez y sus hijos, y ahora Saulo Agudelo y sus hijos”.

Por tradición oral se ha enterado de que el carriel nació en Jericó por la arriería. Había unas cinco posadas en los alrededores de este pueblo. Esos muleros cargaban sus utensilios en un bolso sin compartimentos. A finales del siglo XIX, a personas “de este lado de la Aguada”, se les ocurrió que se diseñaran bolsos con varios bolsillos, hasta llegar a 12, para los distintos elementos que cargaban. Entre los bolsillos, son famosos los “invisibles”. Secretas, les dicen unos; secretos del amor, les dice Saulo.

Por ética, Saulo no les muestra a los compradores ese bolsillo cuando están en compañía de otra persona. Ni siquiera de su esposa. “Tal vez es mejor que ella no sepa de su existencia”.

Cuenta que una vez, un bogotano llegó a su tienda con su esposa. Compró un carriel. Saulo le habló del tema y el cliente dijo: “Yo lo rebusco en la casa”. A los días, desde la capital, el sujeto lo llamó a reclamarle ofuscado: ¡Este carriel no tiene 12 bolsillos. ¡Los negocios deben ser serios!”.

Después de calmarlo, Saulo le indicó que se sentara con el carriel delante suyo, lo destapara y siguiera sus indicaciones para que lo viera en detalle. Al llegar a uno de los bolsillos, le ordenó: “introduzca su mano hasta el fondo y hale el cuero. Ahí está el secreto del amor. ¿Lo vio?”.

Origen incierto

El historiador jericoano Nelson Restrepo dice que el origen del carriel es muy incierto. Los arrieros, quienes andaban por medio país, fueron dando uso a esta prenda que se acomodaba a sus necesidades, como la de cargar papeles correspondientes a las mercancías que transportaban. Cree que en Jericó, la tradición tiene más de 130 años.

“Uno de los diseños más famosos del carriel es el que lleva los colores de la bandera de Jericó, amarillo y rojo, especialmente en los ribetes”.

Nelson hace énfasis en que los guarnieleros que trabajan en Envigado, Andes y Fredonia son jericoanos.

Origen envigadeño

¿Y a todas estas, qué dicen en Envigado? En este municipio, solamente Luis Osorio practica la guanielería. Carrieles Jericó, su negocio, lleva su nombre en virtud de que él nació en ese municipio del Suroeste.

Aprendió a confeccionarlo hace más de 24 años, “en parte con Jorge Gil y en parte con Orlando Atehortúa”. Porque el celo que había para enseñarlo era grande.

“Los artesanos viejos manejaban los celos —opina Osorio—. No querían enseñar”. Cuenta que el negocio sigue vital. Lo que se necesitan son manos para elaborar las cantidades que pide el mercado local y externo.

Contrario a lo que podría suponerse, Luis Osorio cree que el origen es envigadeño.

“Hasta donde entiendo, los primeros productores fueron envigadeños. Algunos se fueron a vivir a Jericó y llevaron el arte”.

El historiador envigadeño Vedher Sánchez Bustamante respalda estas palabras. Cuenta que la tradición se remonta más de 300 años en el pasado. Explica la idea diciendo que la prenda llegó con los primeros asturianos que poblaron estas tierras. Y que el carriel, si bien oriundo de Provenza, en Francia, era popular en Asturias, España, por ser tierras vecinas.

Distinto a lo ocurrido en el resto de Antioquia, los envigadeños no se dedicaron a la minería. Ocuparon sus suelos en la producción agrícola y ganadera, para proveer de alimentos y materiales a los mineros del Valle del Aburrá y el departamento.

Uno de los desechos de la ganadería era el cuero. Muy temprano, desde el siglo XVII, habitantes de este municipio se dedicaron a la producción de aperos, sogas, taburetes de vaqueta y carrieles.

En ese tiempo, Envigado ya era conocido por su nombre; en cambio “ni Jericó ni Amalfi habían sido fundados”.

Sánchez Bustamante explica el recorrido del carriel. En su libro De Envigado y otros tiempos, publicado por la Alcaldía, cuenta que “en la colonización del Suroeste antioqueño, Envigado jugó papel fundamental, como fundador de la mayoría de los pueblos de aquella comarca, incluido Jericó, lugar a donde llegó con los envigadeños la industria de los carrieles”. Se apagó el auge cuando comenzó la industrialización, a comienzos del siglo XX. “Más tarde regresó de nuevo a Envigado con las migraciones que a mediados del siglo XX produjo la violencia política de aquellos fatídicos tiempos”.

Menciona a Apolonio Arango, “pariente de Cástor Arango”, el padre de Débora, la pintora, quien en unión con Víctor Calle Arango “regresan a Envigado en 1946 y montan Guarnielería Jericó, que luego venden a don Sigifredo Calle, quien en definitiva impulsó el carriel en Envigado a mediados del siglo XX”. Por eso, las primeras fiestas del carriel, en este municipio, se celebraron en 1951.

Hombres y mujeres

En Jericó, este oficio es de hombres. Solamente algunas empleadas de los Agudelo se dedican a cortar o coser algunas partes interiores.

Saulo Agudelo les enseñó a sus hijos hombres, Sebastián y Santiago. Y después de haber trabajado por años a su lado en ese local que lleva casi 100 años dedicado a esta manufactura, les abrió espacios aparte, porque estaban estrechos.

No ha querido que la hija aprenda esta artesanía por la rudeza del oficio.

“Las manos se llenan de callos, porque muchos de los procesos son manuales”, y porque es preciso permanecer varias horas de pie, cortando y ensamblando, con la cabeza vuelta hacia abajo, y yendo a la máquina a coser los ribetes, a pasar otros ratos con la cabeza inclinada, “posición que cansa bastante de la columna vertebral”.

Contrario a esto, en Envigado, en tiempos pasados, mujeres también hacían parte de la elaboración de estos bolsos, según cuenta Vedher.

“A veces las esposas de los guarnieleros eran quienes se encargaban de la decoración. Algunas bordaban en lomillo el nombre del dueño”.

De modo que si los orígenes de esta prenda son envigadeños, en Jericó es donde actualmente más se guarda su tradición. Unas diez guarnielerías están diseminadas por este municipio.

“No sé si la tradición tenga un largo futuro —desconfía Saulo Agudelo—. Porque entre los muchachos de hoy, entre ellos mis hijos, conocen el arte y dicen disfrutarlo, pero cada uno está estudiando una profesión y uno no sabe qué decidan en unos años”.

170
mil pesos cuesta un carriel número 12, el estándar. Los tamaños van de 0 a 16.
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