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Mide apenas 6 centímetros de ancho y 8 de largo, pero la excepcionalidad de su hallazgo ha sorprendido a la comunidad arqueológica europea. Se trata del fragmento de un ánfora de aceite de la Bética romana, fabricada hace unos 1800 años. En su superficie hay un texto escrito.
El objeto se ha encontrado en las prospecciones realizadas en el entorno del término municipal de Hornachuelos, en Córdoba, por los integrantes del proyecto OLEASTRO de las Universidades de Córdoba, Sevilla y Montpellier. Hasta ahí nada nuevo.
Existen miles de millones de piezas de alfarería procedentes de la Antigua Roma. Solo el Monte Testaccio de Roma ya es una fuente infinita de información sobre la industria oleícola y vitivinícola romana.
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De hecho, en un primer momento, el equipo de investigación tampoco se sorprendió, especialmente al recibir el fragmento de la mano de Francisco Adame, vecino de la aldea de Ochavillo, la primera persona que reparó en aquel trocito romano cuando paseaba por la zona del arroyo de Tamujar, en una zona muy cercana a la aldea de Villalón (en Fuente Palmera).
No era extraño encontrar un trozo de un ánfora en una zona como la vega del río Guadalquivir, considerado uno de los centros neurálgicos de la producción y comercio de aceite de oliva de todo el Imperio. En el entorno de Corduba, la actual Córdoba, se producía y envasaba buena parte del aceite de oliva que consumía Roma, tal y como atestiguan, por ejemplo, los restos de ánforas con sello de la Bética conservadas en el Monte Testaccio.
Así las cosas, un trozo de un ánfora con letra impresa pareció, en principio, una pieza más, sin un interés especialmente destacable. Todo cambió cuando se descifra aquella epigrafía, en la que se leen los siguientes fragmentos de letras y palabras:
s
vais
avoniam
glandem m
aresta, poqu
tis Aqu
it
Los investigadores averiguaron que eran fragmentos de los versos séptimo y octavo del primer libro de las Geórgicas, un poema de Virgilio dedicado a la agricultura y la vida en el campo escrito en el 29 a.C., que dice:
Auoniam[pingui]
glandem m[utauit]
aresta, poq[ulaque]
[inuen]tis Aqu[eloia]
[miscu]it [uuis]
C[ambió] la bellota aonia por la espiga [fértil] [y mezcl]ó
el ag[ua] [con la uva descubierta]
Virgilio fue el poeta más popular de su época y de muchos siglos después. La Eneida era enseñada en las escuelas y sus versos escritos habitualmente como un ejercicio pedagógico para muchas generaciones.
Por eso es habitual encontrarlos en restos de materiales cerámicos de construcción y por eso muchos autores le han otorgado a esas tablillas funciones educativas —los escolares romanos escribían a Virgilio en sus pizarras— y funerarios (los versos de este autor sirvieron de epitafio en muchas ocasiones), pero ¿por qué en un ánfora? ¿y por qué las Georgias y no la Eneida?
Ahí es donde los científicos se dieron cuenta de que aquel diminuto trozo de cerámica podría ser una pieza verdaderamente única y con un extraordinario valor, ya que nunca se han documentado versos de Virgilio en un ánfora destinada al comercio de aceite.
La tesis principal de los autores del trabajo, publicado en el Journal of Roman Archaeology de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), es que aquellos versos fueron escritos en la zona inferior del ánfora, sin intención de que nadie reparara en ellos, solo como una muestra de conocimiento y cultura de la persona que lo hiciera, lo que muestra cierto grado de alfabetización de un área rural como fue esta zona de la vega del Guadalquivir.
¿Y quién fue la persona que lo hizo? Aquí, los autores plantean varias posibilidades: que fuera un trabajador especializado del establecimiento con cierto grado de alfabetización o bien personal de las villas cercanas relacionado con alguna familia aristocrática propietaria de la industria.