Franz Kafka se murió sin intuir que sería un autor de culto, que sus libros traspasarían fronteras y cautivarían lectores distintos, en todo el mundo. Es casi un cliché la historia de que su amigo Max Brod no siguió sus deseos de desaparecer sus escritos, y en cambio se publicaron para convertirse en clásicos.
Algunos dicen, sin embargo, que si Kafka hubiese querido asegurarse la no publicación, habría quemado por sí mismo los textos. Esa misma teoría se la aplican a otros. Se comenta que Truman Capote no quería que Crucero de verano saliera al público y que quizá pasaba igual con muchos de los textos de Papeles inesperados de Julio Cortázar.
Porque los textos póstumos son esa posibilidad para los lectores de disfrutar un poco más las letras de su autor, pero son, de todas maneras, el camino abierto para leer algo que el escritor –siempre en pregunta– no consideraba para ser libro.
Es una ruleta rusa. En lo póstumo hay obras que vale la pena leer –El proceso, del mismo Kafka–. Igual hay otras que quedaron hechas y que por otros motivos no se editaron en su momento. Por supuesto, detrás también hay un negocio.
Para los seguidores de Eduardo Galeano será interesante leer su último libro, El cazador de historias, que se publica este miércoles. “No es un libro que la editorial haya querido hacer con textos que hubieran quedado sin publicar. No es así. Es ideado, pensado y cerrado antes de su fallecimiento”, dijo el editor Jesús Espino.