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Astrid González y el poder del arte para crear una imagen propia

La obra de Astrid González gira alrededor de un tema tan antiguo como urgente: la racialización.

  • Obra Cultura negra (citación a la obra de Liliana Angulo. Pelucas porteadores 1997-2001). Foto cortesía Astrid González
    Obra Cultura negra (citación a la obra de Liliana Angulo. Pelucas porteadores 1997-2001). Foto cortesía Astrid González
  • Astrid González estudió Artes plásticas en la Fundación Universitaria Bellas Artes y es egresada con grado de honor. Foto Camilo Suárez.
    Astrid González estudió Artes plásticas en la Fundación Universitaria Bellas Artes y es egresada con grado de honor. Foto Camilo Suárez.
01 de septiembre de 2023
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Astrid González (1994, Medellín) empezó a hacerse preguntas muy grandes desde muy pequeña. Cuando empezó a ver que la vida dentro y fuera de su casa era diferente, cuando quiso entender por qué cruzar el umbral de la puerta era como entrar a otro universo.

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A partir de esas preguntas se desarrolla su arte, que se ha concentrado en las imágenes, en cuestionarlas, en construirlas. Porque la diferencia al cruzar el umbral tiene que ver con la forma como se construye la idea de lo afro. Como se le mira desde afuera, como se ve desde adentro. Su obra ha sido expuesta en Brasil, Chile, Perú, Angola, Portugal y Colombia. EL COLOMBIANO habló con ella.

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¿Cómo se interesó por el arte?

“Yo siempre le echo la culpa a mi mamá. Mis papás son profesores, entonces con mi hermana siempre estábamos en clases extracurriculares y una de esas clases fue de pintura. Ahí empecé a tener relación con las imágenes. Me acerqué a la pintura, pero más que la técnica, me interesaba la construcción de imágenes. Tenía 14 años y sabía lo que iba a hacer”.

Y que siguió...

“Para ese entonces ya me estaba acercando a grupos de jóvenes afro, colectivos, organizaciones sociales que estaban politizando el ser afro, entonces muchas de las preguntas que yo tenía de las dinámicas que había dentro de mi casa y luego salir a la calle y enfrentarme a otras completamente diferentes, los procesos de racialización se me fueron resolviendo o más bien argumentando en ese grupo”.

¿Cómo eran esas diferencias?

“Por ejemplo, en mi casa se desayuna con plátano, casi todos los días se come plátano y mis amigas de la escuela todas desayunaban arepa... O que en diciembre los viajes al Chocó eran 12, 14 horas en bus. Y de aquí a Pereira en un bus normal, pero de ahí para allá era casi una chiva, un bus supermalo... Entonces ahí empieza uno a entender por qué esa carretera no estaba pavimentada y por qué cambiaban el bus desde una posición política, y a reflexionar otras cosas. Eso lo fui aprendiendo a procesar con este grupo de jóvenes afrodescendientes”.

Pero todas esas preguntas la llevaron también muy rápido a la academia...

“Sí. Y en la universidad, a medida que iban avanzando los semestres, íbamos viendo historia del arte, y yo me empecé a preguntar ¿Cuándo voy a tener una historia del arte africano? Y la única materia que hubo de historia del arte africano, fue sobre Egipto. Yo nunca me sentí representada en esa historia del arte, entonces decidí investigar a los artistas afro que estuvieran haciendo arte acá en Colombia, cuáles eran sus referentes y hacerme mi propia clase de historia”.

¿Qué encontró?

“Que tenían las mismas preguntas que yo, pero que ya ellos venían caminando hace mucho tiempo, entonces yo me subí al bus. Yo no llegué a inventarme nada, sino que fui consciente de que estas personas ya venían haciendo estos trabajos desde los 90 y que de alguna forma su trabajo empezó a tener visibilidad cuando empezaron a sumarse más artistas afro a estas preguntas, a construir como un diálogo, un discurso colectivo”.

Su arte se construye a partir de la investigación...

“Me encarretó demasiado la lectura, la investigación y entonces eso se volvió como mi método. Yo lo que hago es tener una pregunta que busco argumentar con bibliografía o referencias audiovisuales y luego pensar en el medio del lenguaje artístico para formalizar esa argumentación de la pregunta”.

¿Cómo se fue desarrollando esa técnica?

“Empecé a trabajar con la fotografía porque era la herramienta que tenía a la mano con la cámara que me regaló mi mamá y estaba el estudio de fotografía en la universidad, entonces podía acceder con facilidad. Ya luego paso a la escultura porque empiezo a notar que la información que yo quería transmitir con la fotografía se quedaba corta. Entonces empecé a pensar en el material como significante. De ahí paso al sonido y al vídeo buscando hacer partícipe la oralidad, el ruido, la música, el cuerpo en movimiento y en eso he estado últimamente”.

Después de la universidad se va para Chile, ¿cómo fueron esos años allá?

“Durante casi tres años no pensé en arte. El cerebro estaba direccionado a sobrevivir a una política de migración chilena, que es una política de migración de la dictadura y tiene una mirada de migración selectiva. Todas las personas del Caribe o de otros territorios negros que llegaban se enfrentaban con ese racismo. Mi cabeza estaba ahí, pensando en eso, en obtener todos los papeles, tener un trabajo, alquilar un espacio... No estaba pensando en arte, eso creía yo...”.

¿Cómo cambian las preguntas cuando está allá con población afro de lugares diferentes?

“Más que diferencia, encontré muchas similitudes. En la comida, en la forma de cocinar, de pensar en la alimentación, de pensar la vida cotidiana, las relaciones sociales. Ahí empecé a sentir la noción de diáspora, de encontrar historias similares a Colombia, en Haití, en Perú, en Chile”.

¿Cómo explicaría esa noción de diáspora?

“Pues yo creo que es la posibilidad de comunicarse. Yo escuchaba en esos días como que todos los creolismos nacen a raíz del proceso de la esclavitud. Son idiomas que nacen por cómo los esclavizados escuchaban a los señores y a las señoras hablar en Haití, en Jamaica... Entonces no quiero pensar que solamente es el idioma, sino también otras dinámicas cotidianas, espirituales que nos juntan...”

Cómo una forma de leer la vida y el lugar a donde se llegó...

“Claro, el lugar que representamos. Cuando hablo con artistas afro, por ejemplo de Brasil o de la República Dominicana, de Haití, es como la importancia de estarnos pensando como creadores de imágenes. Cada uno está hablando desde su territorio, pero cuando nos juntamos podemos hablar de una cantidad de cosas que si bien están divididas geográficamente, están atravesadas por la colonia y por la noción de antirracismo y de todas estas cosas”.

¿Cuál puede ser el papel del arte en general y de su trabajo en particular para hablar del racismo?

“Yo creo que sumarse al esfuerzo de varias personas que ya lo vienen haciendo, sobre todo artistas que a nivel nacional e internacional que vienen haciendo esto mucho antes que yo. Además, no todo el mundo lee, pero sí todo el mundo consume imágenes. Mucho del conocimiento que muchas personas tienen es a través de las imágenes. Y las imágenes que se han hecho históricamente sobre las poblaciones afrodescendientes africanas siempre han sido por ojos externos y desde una posición de poder. Entonces, poder, como persona afrodescendiente, construir imágenes es un ejercicio político porque finalmente es cómo le llega información a las personas”.

¿En qué está ahora? ¿Qué pregunta está guiando su trabajo?

“Pues a mí me interesa hablar de lo afro, lo negro y del racismo sin utilizar los recursos ya empleados para hablar de eso, entonces estoy como en una búsqueda de cuáles son esas formas para poder seguir trabajando sobre eso sin recaer posiblemente en estereotipos, en imaginarios violentos. Me interesa también seguir pensando en el video, la videoinstalación y seguir pensando en traer el pasado con estas obras para ponerlo sobre la mesa y poder conversar. La imagen ha sido muy importante en los procesos coloniales y también es muy importante ahora en los procesos decoloniales entonces para mí es un ejercicio de responsabilidad”.

Si quiere saber más de Astrid y conocer su obra, haga click aquí.

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