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Álvaro Mutis: un fraude a la nación

Como es tradicional en él, el poeta Harold Alvarado Tenorio se aparta de las loas a los escritores colombianos y lanza críticas a las vacas sagradas de la literatura nacional. En esta ocasión arremete contra la obra y el legado del novelista y poeta Álvaro Mutis

  • Álvaro Mutis nació en Bogotá en 1923 y obtuvo los más importantes premios literarios de la lengua castellana. Foto: Archivo.
    Álvaro Mutis nació en Bogotá en 1923 y obtuvo los más importantes premios literarios de la lengua castellana. Foto: Archivo.
25 de agosto de 2023
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Entre el 17 y el 26 de junio de 1959, durante el Primer Festival del Libro, bajo la dirección de Manuel Scorza, que moriría en Mejorada del Campo en un avión de Avianca que traía a Colombia varios invitados de Belisario Betancur a uno de esos ágapes que le organizaba Darío Jaramillo Agudelo en la Casa de Nariño, se vendieron en Bogotá, Cali y Medellín 300 mil unidades de libros de autores colombianos, 30 mil de ellos de La Hojarasca. El Espectador del 23 de agosto dijo entonces: “GGM fue un autor discutido, ahora es un escritor consagrado”.

Casi un año después, en un periódico desconocido, GGM publicaría su hoy prestigioso La literatura colombiana, un fraude a la nación, una literatura de hombres cansados, un texto sobre la mediocridad de la entonces literatura colombiana y la sed de buena literatura de sus lectores.

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Como ha reseñado William Ospina, aquel comentario quiso ser un balance de cuatro siglos de literatura nacional, realizado, precisamente, por quien es hoy el más grande de nuestros escritores, “el único admirado y conocido en el mundo entero”. GGM, con su habitual y fingida ligereza de juicio, pero con un acierto inigualable, señalaba como para entonces el único autor reconocido fuera de Colombia era el gacetillero Germán Arciniegas, a quien, precisamente, no podía considerar un creador o un artista, y que Tomás Carrasquilla, siendo, como es, un gran escritor, no era conocido merced a que había escrito en antioqueño y no podía compararse con Gallegos, Neruda o Mallea, a pesar de sus espléndidos argumentos.

Nuestra literatura se reducía, entonces, “a tres o cuatro aciertos individuales, a través de una maraña de falsos prestigios”, así hubiesen aparecido en 300 años 800 novelas y Piedra y cielo, el movimiento poético inventado por Carranza para españolizar la pobre poesía colombiana, resultaba un fenómeno más histórico que estético. GGM afirmó que sólo los malos novelistas habían escrito más de una novela, y “los pocos cuentos buenos no los han escrito los cuentistas y a la inversa, los cuentistas consagrados no han escrito los mejores”. Y enumeraba ciertos hechos que no terminan de estudiarse:

En Colombia se han ensayado todas las modalidades y tendencias de la novela y la narración. Se han experimentado todos los manierismos poéticos e inclusive buscado de buena fe nuevas formas de expresión. Pero, aparte de que las modas han llegado tarde, parece ser que nuestros escritores han carecido de un auténtico sentido de lo nacional, que era sin duda la condición más segura para que sus obras tuvieran una proyección universal. (...) En la edad de oro de la poesía colombiana, se escribieron algunos de los mejores poemas europeos del continente. Pero no se hizo literatura nacional. (...) La literatura colombiana, en conclusión general, ha sido un fraude a la nación.

En la misma edición de El Espectador donde Ospina reseña la premonitoria nota de GGM, el poeta tolimense hace un extenso elogio de la, así llamada, poesía de Álvaro Mutis, el más grande camelo de nuestra literatura en casi quinientos años.

Lo que no recuerdan los lectores es que para la fecha en que GGM publicó su texto en ese diario liberal, Álvaro Mutis estaba recluido en la cárcel de Lecumberri en Ciudad de México y que ya gozaba entre las roscas literarias continentales, prohijadas por las empresas petroleras norteamericanas y sus premios de novela, de un creciente prestigio fomentado por su insaciable apetito de fama y poder. Lo cierto es que GGM le ignora como narrador y como poeta en el momento de su balance de la literatura colombiana, así hubiese ya publicado en Lozada de Buenos Aires, Los elementos del desastre, 1953, y en Mito de Bogotá, Reseñas de los hospitales de Ultramar, 1955. En 1960, la Universidad Veracruzana publicó el Diario de Lecumberri, un pastiche donde imita descaradamente el Journal du voleur y Notre Dame des Fleurs de Jean Genet, que habían aparecido, respectivamente, en Gallimard en 1949 y Barbezat-L'Arbalète en 1948.

Porque nadie, como GGM, ha hecho el retrato preciso de este falsificador y corruptor de la literatura colombiana durante más de medio siglo. En Homenaje al amigo, otra de sus obras maestras, donde aparentando el elogio hace una reseña de los delitos del encomiado, publicado el 16 de diciembre de 2001 en El País de Madrid, dice cosas como estas que voy a transcribir en extenso para goce del lector y ajuste de cuentas con el farsante:

Álvaro Mutis y yo habíamos hecho el pacto de no hablar en público el uno del otro, ni bien ni mal, como una vacuna contra la viruela de los elogios mutuos. Sin embargo, hace 10 años justos y en este mismo sitio, él violó aquel pacto de salubridad social, sólo porque no le gustó el peluquero que le recomendé. He esperado desde entonces una ocasión para comerme el plato frío de la venganza, y creo que no habrá otra más propicia que ésta. Álvaro contó entonces cómo nos había presentado Gonzalo Mallarino en la Cartagena idílica del 49. Ese encuentro parecía ser en verdad el primero, hasta una tarde de hace tres años o cuatro años, cuando le oí decir algo casual sobre Félix Mendelssohn. Fue una revelación que me transportó de golpe a mis años de universitario en la desierta salita de música de la Biblioteca Nacional de Bogotá, donde nos refugiábamos los que no teníamos los cinco centavos para estudiar en el café. Entre los escasos clientes del atardecer yo odiaba a uno de nariz heráldica y cejas de turco, con un cuerpo enorme y unos zapatos minúsculos como los de Buffalo Bill, que entraba sin falta a las cuatro de la tarde, y pedía que tocaran el concierto de violín de Mendelssohn. Tuvieron que pasar 40 años hasta aquella tarde en su casa de México, para reconocer de pronto la voz estentórea, los pies de Niño Dios, las temblorosas manos incapaces de pasar una aguja por el ojo de un camello. 'Carajo', le dije derrotado. 'De modo que eras tú'. [...]

Me preguntan a menudo cómo es que esta amistad ha podido prosperar en estos tiempos tan ruines. La respuesta es simple: Álvaro y yo nos vemos muy poco, y sólo para ser amigos. Aunque hemos vivido en México más de treinta años, y casi vecinos, es allí donde menos nos vemos. Cuando quiero verlo, o él quiere verme, nos llamamos antes por teléfono para estar seguros de que queremos vernos. [...]

Siempre pensé que la lentitud de su creación era causada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él me dijo cuando se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años”.

Mutis, que no nació en Bogotá sino en Bélgica mientras su padre gozaba de las canonjías de la diplomacia al decirse descendiente de José Celestino Mutis, el sabio gaditano que despertó las pasiones del Barón de Humbolt, no estudió ni el bachillerato pues gracias a las raras intuiciones de su madre, Carolina Jaramillo viuda de Mutis, se educó en los billares y prostíbulos del centro de la capital colombiana, hasta que un golpe de suerte y politiquería le puso, a los 17 años, de director de la Radio Nacional cuando descendió al averno que le llevaría a la gloria: la Standar Oil Company de los Rockefeller, que desde 1870 ha sido la más poderosa y temida empresa del mundo.

La ESSO, que derrocó a Hipólito Irigoyen y Ramón Castillo, embargó las nacionalizaciones de Lázaro Cárdenas, tumbó a Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz en Guatemala, a Víctor Paz Estensoro en Bolivia, a João Goulart en Brasil, a Salvador Allende en Chile, a Juan Velasco Alvarado en Perú, colaborando en la derrota de Perón y derrocando a Arturo Frondizi, desnacionalizando el petróleo brasileño con la Operación Brother Sam, etc., etc., encargó al recién inaugurado poeta la nada fácil tarea de convencer, no sólo de palabra sino de obra, a un buen número de los 90 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente que había legitimado el golpe de estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla, de votar ahora en su contra, principalmente porque Rojas se disponía, aconsejado por Antonio García, el socialista asesor de Paz Estensoro, a nacionalizar el petróleo colombiano. Actividades que fueron descubiertas por el Servicio de Inteligencia Colombiana (SIC) que controlaba el ministro de gobierno Lucio Pabón Núñez, quien ordenó la inmediata captura del culpable, que con la ayuda de Leopoldo Mutis, su hermano; el marchante de arte Casimiro Eiger y un caballero de industria, don Álvaro Castaño Castillo, en una avioneta de la compañía petrolera logra huir hacia Cuba, hospedándose en casa del músico Julián Orbón, para luego trasladarse a México, donde el gobierno colombiano solicitó su extradición acusándole de ser el instrumento de una empresa extranjera para derrocar el gobierno legítimo.

Mutis dijo entonces que había dilapidado en juergas y comilonas con amigos las enormes sumas que la ESSO destinó a los sobornos de los constituyentes como pretendidas partidas de ayuda en obras de caridad, pero como los intereses políticos de la dictadura colombiana apuntaban a una denuncia contra la petrolera, los abogados de ésta aconsejaron a Mutis cometer una infracción que le llevara a la cárcel e impedir así su extradición, para lo cual se urdió la patraña de que el exiliado y perseguido intelectual había atropellado a una anciana y su nieto en una avenida mexicana, abandonando el lugar del crimen, siendo detenido y confinado en Lecumberri, sin proceso, por los quince meses que tardó en caer Rojas Pinilla.

Allí le visitaron varios periodistas que han contado esta historia. La Junta Militar que reemplazó a Rojas se desentendió del asunto, pero sólo doce años después, en 1969, siendo canciller su amigo Alfonso López Michelsen durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, pudo regresar a Colombia. López Michelsen haría borrar todo vestigio de esta historia de los expedientes judiciales mexicanos con la ayuda de Antonio Carillo Flórez, el todo poderoso Secretario de Relaciones Exteriores de Gustavo Díaz Ordaz, [informante de Agencia Central de Inteligencia y cerebro de los asesinatos masivos de estudiantes durante la rebelión estudiantil mexicana], quien sería, además, director del Fondo de Cultura Económica en los años de la entronización de Mutis como poeta.

El resto de la patraña ya es literatura. Mutis recibió como premio a sus servicios y sus prisiones dos de los empleos más fabulosos que puede tener alguien en el mundo: un vendedor de películas de Hollywood aficionado a la poesía, pero protegido por el Center for Inter American Relations.

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