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Que no se lo trague el estrés

No está mal en principio, pero sí en exceso. Puede traer problemas mayores si no se trata a tiempo.

  • ilustración Elena ospina
    ilustración Elena ospina
15 de marzo de 2018
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A treinta minutos de que comience el partido, las pulsaciones de Lidio Jiménez superan los 90 latidos por minuto. Está acelerado. Respira rápido. Sus jugadores calientan en la pista. El entrenador no para de moverse, estira las piernas, cruza los brazos, los suelta, se agarra del cuello. Las gradas se van llenando. Su equipo, el club de balonmano Liberbank Ciudad Encantada, juega esa noche en casa.

En ese momento van quintos. Perdieron el último partido y hoy no pueden fallar. Un periodista de televisión le hace una entrevista. Jiménez, de 40 años, le responde, pero está en otra cosa. Piensa en la estrategia de juego. Tiene sed de victoria. Miedo al fracaso.

“Venga, chavales, somos un equipo grande. Si me dan una leche, me levanto, ¿vale? Hay que dejarse la piel”, grita cual guerrero espartano.

Los soldados rugen. Desprenden fuerza, intensidad, testosterona. Saltan al campo. Pita el árbitro. Comienza la ofensiva. En el minuto seis expulsan a Mendoza, el capitán. Pieza clave para Jiménez. El pulsómetro que lleva puesto se dispara: 120 latidos por minuto. Dos horas y media antes, su pulso estaba en 87. Ahora Jiménez va a estallar. El rostro se le enrojece. Las gotas de sudor de su pulida cabeza recorren el cuello. Grita y abre la boca como si fuera a devorarlos a todos. “¡Corred más, chicos, por Dios, por vuestra madre, subid rápido hasta la portería!”.

Lidio Jiménez lleva cinco años manteniendo al equipo en Primera División, enfrentándose a los más grandes de un deporte que vive su momento de gloria después de la victoria de la selección nacional en el último Campeonato de Europa, pero sigue sin acostumbrarse a la presión.

Le apasiona su trabajo, aunque muchas noches no duerme. No se desconecta. Tiene altibajos. Los mismos síntomas que sufren millones de personas. Una tensión provocada por situaciones agobiantes con las que nos hemos acostumbrado a vivir, pero que si se prolongan en el tiempo pueden acarrear graves consecuencias para la salud: el estrés.

¿Qué pasa pues?

Este se ha inoculado en el sistema nervioso como una epidemia silenciosa de la que pocos escapan. Vivimos en sociedades cada vez más aceleradas y nadie es capaz de pisar el freno.

Un tercio de los españoles en edad adulta se sienten estresados frecuentemente. De ellos, el 53 % desarrolla una enfermedad física o sufrirá problemas psíquicos, como ansiedad o depresión. Los asuntos familiares son la principal causa, seguida de los económicos. Aquí entran las preocupaciones por el trabajo, al que se le dedica gran parte del tiempo.

Los menores de 45 años y las mujeres son los más afectados. El hecho de tener hijos influye significativamente, pero pocos se atreven a exteriorizarlo. “Hay mucho miedo a perder el puesto. El estrés laboral se ha convertido en un problema endémico”, asegura Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.

Si hay una actividad que lidera los rankings de alto voltaje es la sanitaria. En profesiones como la de Belén Estébanez, médico intensivista del madrileño hospital de La Paz, no hay respiro. Esta mujer, de 41 años, trata todos los días con pacientes entre la vida y la muerte. También es la coordinadora de trasplantes. “

Si te dedicas a esto tienes que gestionar la presión, o al menos intentarlo”. No puede mostrar sus nervios porque se extenderían cual gripe contagiosa: “Lo que menos necesita el enfermo”.

¿Somos conscientes de la tensión que soportamos? “No. Nos creemos invencibles, hasta que el cuerpo o la mente se resiente”, advierte el doctor César Morcillo, director de medicina interna del hospital Cima de Barcelona. El facultativo coordina la unidad de estrés, formada por un grupo de especialistas en aparato digestivo, cardiología y psiquiatría.

“Los chequeos de estrés se realizan para prevenir, sobre todo, enfermedades cardiovasculares”, explica. Según un estudio de la publicación International Journal of Cardiology, los infartos más frecuentes suceden a primera hora del día, sobre todo los lunes, con un pico máximo a las siete de la mañana.

“El cortisol se libera como respuesta al estrés. A través de un análisis de saliva medimos el biorritmo circadiano de las hormonas de cortisol y la DHEA-S. El equilibrio entre ambas es el que garantiza un buen funcionamiento del cuerpo”, añade.

El cortisol nos ayuda a salir de la cama por la mañana. Una subida a corto plazo nos permite una respuesta rápida a situaciones complicadas, “pero si los niveles siguen altos, aumentan las posibilidades de sufrir arteriosclerosis, una afección en las arterias que impide el flujo normal de la sangre. El ventrículo se puede hipertrofiar. Crece el riesgo de padecer úlceras, se dan alteraciones inmunológicas, dermatológicas, problemas coronarios...”.

Sus pacientes son, en su mayoría, ejecutivos con insomnio o ansiedad o directivos (la mayoría hombres) que tienen que someterse a un chequeo general por prescripción de sus empresas.

Esas preguntas

En las pruebas de estrés, el doctor Morcillo indaga en los antecedentes familiares y en los vicios confesables (tabaco, alcohol) y realiza una exploración respiratoria y medición de las pulsaciones. “Que dependen de la persona, pero que pueden ayudar como indicador para ver cuán alterado está uno. Lo importante es ver cómo varía en cada momento, si se está en reposo o en plena actividad”, explica.

Una frecuencia cardiaca normal, en estado de reposo, oscila entre 60 (de mínimo) y 100 (de máximo) por minuto. El análisis físico incluye examen de los reflejos, exploración de abdomen y prueba de esfuerzo en la cinta de correr.

Quizá en la misma mañana dé tiempo a hacer la entrevista con el psicólogo y el cuestionario de ansiedad. Aún quedan los análisis de sangre, orina y saliva. Las muestras se toman en diferentes momentos del día.

“Cuando se diagnostica estrés, los pacientes se asustan, pero la mayoría confiesa que no puede frenar”. Si es leve, el doctor prescribe una receta que parece más sencilla en la teoría que en la práctica: hacer algún deporte, ordenar la agenda y aprender a gestionar las emociones, con la ayuda de un terapeuta si es necesario.

El estrés es un estigma. “Los puestos en las empresas están diseñados para empleados perfectos y nadie lo es. La gestión de recursos humanos sufre una deformación profesional: no todo es productividad”, dice Juan José Fernández, catedrático del Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de León.

La mala organización, la sobrecarga de tareas, la rápida toma de decisiones o la incertidumbre que genera depender de un mercado laboral cada vez más precario y competitivo son el coctel perfecto para una subida de tensión.

Un panorama que acarrea importantes pérdidas a las empresas y a la Seguridad Social de cada país. El coste para Europa de la depresión relacionada con el trabajo ronda los 617.000 millones de euros anuales, según la Agencia Europea para la Salud y la Seguridad en el Trabajo. Una cifra que incluye los costes por la pérdida de productividad, el absentismo, el gasto en asistencia sanitaria y los costes del bienestar social en forma de pagos de prestaciones por invalidez.

En España, casi el 2 % de las bajas médicas de 2017 se debían a un diagnóstico de ansiedad. Una cifra ínfima que, según Juan José Fernández, no refleja la realidad.

“El estrés es muy silente. Un dolor de espalda puede estar producido por la tensión, pero el médico de atención primaria no lo indica en su diagnóstico”.

Haga algo

“Hay que evitar la negatividad. Las relaciones de trabajo son duras. No podemos cambiar a los otros. Por eso conviene focalizar la energía en los aspectos positivos y sacar lo mejor de cada uno”, recomienda Lee Newman, decano de innovación y comportamiento del Instituto de Empresa (IE).

La inteligencia emocional es uno de los aspectos clave en la formación de futuros líderes. La inseguridad y desconfianza que puede transmitir un jefe genera mal ambiente.

“Solo ellos pueden llevar a cabo acciones que realmente tienen impacto”. ¿Y qué hacer cuando un director es un adicto al trabajo y exige la misma actitud a sus empleados?

“Lo único es hablarlo y comprometerse a obtener los mejores resultados adaptando el proceso de tareas a las necesidades de las personas implicadas”.

Pilar Rojo, directora del centro de recursos humanos del IE, defiende que los trabajadores que mejor controlan sus emociones son los más competentes.

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