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La enfermera jefe que añora abrazar a su mamá

Vanesa Mejía tuvo que postergar su sueño de tocar piano por la situación de la covid-19. Trabaja en la Clínica León XIII.

  • Vanesa MejíaFOTO Esteban Vanegas
    Vanesa Mejía
    FOTO Esteban Vanegas
13 de abril de 2020
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Quizás lo suyo no son las palabras. Guarda su energía para ocuparse de sus pacientes en las urgencias de la Clínica León XIII, en Medellín. No se le dan las entrevistas, pero sí la disciplina y la rigurosidad para, por ejemplo, saber que si llega un caso de infección grave, debe administrar a esa persona 500 centímetros cúbicos de solución salina, por veinte minutos, vía intravenosa.

Vanesa Mejía cumplió 24 años el pasado 4 de abril, en plena pandemia por la covid-19, sin torta, sin abrazos de sus amigos, solo con algunos vecinos y su mamá, en casa. Ya desde principios de marzo, quizá un poco antes, mientras hacía su turno como enfermera jefe, vio a los coordinadores de piso moverse de un lado al otro viendo el espacio de las salas. Las noticias del virus llegaban por televisión. Pocos días después supo que la zona de remisiones debía ser trasladada porque su ubicación, bien ventilada, era ideal para la observación respiratoria de los enfermos que podrían llegar contagiados del nuevo coronavirus.

Hace once meses que comenzó a trabajar en la clínica y, aunque a veces sí siente que la profesión no es valorada, la satisfacción de ayudar al otro le llena el alma. Por eso estudió Enfermería en la Universidad de Antioquia, porque sentía desde hace mucho tiempo eso que llaman espíritu de servicio.

Las cosas han cambiado mucho por la pandemia. Ahora debe salir de su casa con una hora y media de anticipación a la del turno porque el metro pasa más lento. Tampoco va de uniforme en la calle, pues aunque no la han agredido como sí a otros profesionales de la salud, siente que la ven raro, con malos ojos. Pero no es problema, basta con una pasada por los casilleros y manos a la obra.

Con la covid-19 la gente valora mejor lo que es una urgencia, expresa, pues la sala ya no está tan repleta y llegan estrictamente aquellas personas que no pueden aplazar algún dolor, alguna molestia o una enfermedad. Entiende a muchos familiares que, con impotencia, no pueden quedarse acompañando a ciertos pacientes, como lo hacían antes, porque las restricciones por el virus se deben cumplir a rajatabla. Son pocos aquellos que son autorizados para permanecer y ayudar en la labor de enfermería.

Su turno es de doce horas, diurnas o nocturnas, y está a cargo hasta de cuatro auxiliares. En esta época, rescata el compañerismo que surgió para enfrentar la pandemia. En las clínicas siempre hay tensión, subraya, pero las crisis son un medidor de la barrita de vocación. La de Vanesa llegó a tope, sabe que quiere seguir haciendo lo que hace y, contundente, dice: “Algo así nos tenía que unir”.

Las precauciones no están de más y son la cotidianidad del presente. Para la atención de los pacientes se la ve ataviada de un gorro, una mascarilla, una careta, gafas y una bata. Y es que tampoco quiere, cuando acaban sus turnos, exponer al más mínimo peligro a su mamá, que ya tiene 58 años y sufre de hipertensión. Por eso, aunque lastime un poco, debe guardar distancia con ella. Su premisa es estar siempre lista, ayudar en lo que sea necesario e ir descontando los días que faltan para que, una vez superado el peligro, se pueda fundir en esos abrazos aplazados con los suyos.

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