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En 1992, cuando los conservadores ganaron inesperadamente las elecciones generales británicas, lo hicieron gracias al diario amarillista The Sun, que sacó del libreto a los candidatos, mostrándolos cercanos a la gente y, un dato no menor, esparciendo información que no era verdadera. El mismo fenómeno ocurrió en 2016, cuando Donald Trump echó las estadísticas al piso y fue elegido presidente de Estados Unidos: Facebook le dio la victoria en un país con más de 160 millones de cuentas activas. Las elecciones de este año en Colombia no parecen muy diferentes.
Las redes sociales ya no son una opción, como en 2010, cuando Antanas Mockus surfeó una ola verde que resultó ser una marea de espuma que no dio el paso de las redes a los votos. La maquinaria y el tamal ya no son suficientes. Hoy, de la lista interminable de precandidatos, todos tienen redes sociales en las que hacen animaciones y chistes, bailan, cantan, atacan y se defienden.
En Colombia hay 32 millones de cuentas activas en Facebook, 12 millones en Instagram, casi 13 millones en Tik Tok y 3,2 millones en Twitter. Se trata de una bolsa de votos que podría darle la vuelta a cualquier elección. Todos van por los jóvenes, los mismos que han salido a las calles en las numerosas protestas que han puesto de cabeza al gobierno de Iván Duque. Ese voto joven puede elegir el próximo presidente del país.
El activismo en las redes no se restringe al volanteo digital, también acude a los ataques feroces de las bodegas y de los medios digitales que difunden información falsa y mentirosa, donde se habla de la vida personal de los candidatos y se difunden chismes.
Aunque muchos tratan de desvirtuar el uso de las bodegas y de influenciadores, esto no es un invento: es un negocio en el que trabajan desde programadores hasta politólogos y periodistas.
El valor de cada una se mide por la antigüedad de sus cuentas –entre más viejas, más caras, pues parecen reales– y qué tan creíbles son. Por ejemplo, si tienen una foto de perfil, si han trinado sobre otros temas resultan más convincentes porque las aleja de lo que podría ser un bot. Los precios superan los 10 millones de pesos mensuales, dependiendo del cliente y de servicio.
Además, desde las bodegas también se les paga a influenciadores, personas con alcance y miles de seguidores, para que difundan las tendencias o ideas que quieren. Algunos pueden llegar a cobrar hasta 3 millones de pesos por un solo trino. Este negocio es tan nuevo que las autoridades ni siquiera lo pueden rastrear, el Consejo Nacional Electoral está lejos de seguir la velocidad del feed de Instagram y de los hilos de Twitter.
Quizá los que más impulso han tomado en la redes son los candidatos de derecha, justo para cazar a los jóvenes. Y no se han conformado con TikTok, Instagram y Twitter, algunos han llegado hasta Tinder (la popular aplicación de citas). Hay de todo: canciones en champeta y hasta animaciones donde los candidatos hacen de héroes de videojuegos.
Las redes también son una coraza: evitan el bochorno de la discusión cuando se está en líos de imagen, como pasa con Alejandro Char, quien ha preferido quedarse en la seguridad de las pantallas y evitar las entrevistas y los debates. Igual pasa con Rodolfo Hernández, quien por seguridad prefiere crecer en “me gusta” a reunir a sus seguidores en la plazas públicas.
Las nuevas formas corresponden al cambio de generación y a la necesidad de acercarse a los jóvenes, con quienes no funcionan las estrategias de siempre.
El exalcalde de Barranquilla ya suma 47.000 seguidores en TikTok, en donde publica lemas como “yo no soy ni de izquierda ni de derecha ni del centro, a mí díganme quien es el dueño de los problemas de la gente en Colombia”. Un mensaje manido pero que acompaña de un video en el que actúa y sonríe a la cámara como un influencer experto.
No es gratuito que el poco elocuente Char haya escogido las redes para buscar votos. Con su gorra característica, difunde sus mensajes e imagen sin necesidad de enfrentarse a sus críticos por el escándalo de Aída Merlano, quien reapareció justo a tiempo para la campaña electoral a revivir las denuncias sobre presunta compra de votos en la costa Atlántica.
El exalcalde rara vez responde a los periodistas y solo ha asistido a un debate presidencial, en el que se midió con los de su propia coalición, el Equipo por Colombia, sin roces ni cuestionamientos.
En ese momento aprovechó las cámaras para negar las acusaciones de Merlano sobre la financiación de su campaña y el tema no pasó a mayores ante un grupo de coequiperos que bien sabe de la importancia de los votos del Caribe que puede sumarles Char. Por el contrario, con una sonrisa y videos grabados hasta con drones, el exalcalde promete en TikTok hacer por Colombia lo mismo que hizo con Barranquilla, “ciudad a la que empoderó y dio muchas oportunidades”.
Yann Basset, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, considera que es problemático que un candidato decida no asistir a espacios esenciales en una democracia como los debates presidenciales para limitarse a las redes.
“Char no está acostumbrado a este tipo de campañas y se refugia en las redes, una especie de sustituto que en realidad no reemplaza los espacios tradicionales”, dice el académico.
Por el contrario, asegura que la carrera en redes de Rodolfo Hernández, con 76 años, ha sido exitosa. En sus publicaciones habla de la lucha contra la corrupción y se muestra como la renovación de la clase política, otro mensaje que se repite cada cuatro años.
De acuerdo a su equipo de campaña, decidió entrar al juego de las redes porque a diferencia de los otros candidatos no es un político, sino un “ingeniero, empresario, que desde su campaña para la Alcaldía de Bucaramanga ha creado una estrategia de comunicación atípica”.
Su incursión en TikTok, donde muchos de sus videos han llegado a la envidiable viralidad, resultó en su búsqueda por parecer fresco y divertido. Mientras tanto, usa Instagram para mostrar a su familia y otros lados más privados de su vida. Esto da cuenta de cómo nada es azaroso en las redes de los candidatos: su espontaneidad es muy planeada.
Como explica la profesora de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana, Carolina María Hoyos, los candidatos utilizan esas redes “para tener empatía con el pueblo y pretender ganar ‘confianza’ para estimular el derecho al voto”.
No significa, sin embargo, que los seguidores en redes se conviertan en votos. Los casos de Char y Hernádez son muy distintos: el primero no logra superar el 5 por ciento en las encuestas, mientras el segundo es el único que se acerca a Gustavo Petro. Justamente Petro sigue usando su Twitter como en los últimos cuatro años: señala su oposición radical al gobierno Duque y se mantiene en los temas medioambientales y económicos; aún no incursiona en los bailes, las canciones y los videojuegos.
Sergio Fajardo, precandidato de la Centro Esperanza, hizo durante algunas semanas la serie #QuéHueso, burlándose de los “huesos” de la política semanal, incluyendo el escándalo de los $70.000 millones de Centros Poblados y las monedas de oro que compró la Presidencia para regalarle a invitados ilustres. Sin duda, su caso es una muestra evidente de cómo las campañas han cambiado con respecto a hace cuatro años.
Fajardo dice que el cambio en la propaganda es tan grande que ha modificado sus maneras y ha sentado posiciones más claras sobre muchos temas porque la política ahora lo exige así.
Gustavo Petro, quien no ha tenido una campaña particularmente distinta en redes sociales, aparte de su exitosa cuenta de Twitter, ha aprovechado los nuevos formatos para difundir mensajes jocosos sobre su campaña.
En la otra esquina ideológica está el caso de Óscar Iván Zuluaga, quien se quitó el pudor y ahora baila en TikTok e Instagram, acompañado de las canciones que son tendencia, de esa manera se cola en el algoritmo y tiene más chances de aparecer en las pantallas de inicio de los usuarios.
Tiene mensajes efectistas como “¿Vamos a ganar? Claro que yes”. Quizá busca darle respiro al Centro Democrático, que en los últimos meses ha caído en una espiral de divisiones y que, como si fuera poco, es el partido de un gobierno que no sobrepasa el 20 por ciento de favorabilidad.
Los esfuerzos virtuales del Centro Democrático se extienden a la carrera hacia el Congreso, con un candidato a la Cámara de Representantes como Gabriel Santos. “Por una derecha diferente” es su eslogan de campaña, con la que ya llegó a la aplicación Tinder.
El plan es contactar a las personas con las que coincida o haga “match”, para reunirse personalmente con ellas y contarles sus propuestas, aunque tengan una ideología distinta a la suya.
Aunque es parte del partido uribista, en el legislativo se ha caracterizado por su rebeldía con algunos principios de la colectividad. No es extraño, entonces, que recurra a estrategias diferentes: “Vimos que todo el mundo estaba haciendo lo mismo, todo el mundo está produciendo lo mismo, tomamos la decisión de arriesgarnos, hacerlo con humor y enganchar a las personas que hoy no quieren hablar de política, nos dimos libertades que quizás un político tradicional no puede darse”.
Y en su misma orilla está Milla Romero, uribista y antiaborto quien, con bailes y música de TikTok, se dedica a promover sus principios en busca del voto joven.
Por su parte, la activista Catherine Juvinao, ahora candidata a la Cámara con el partido Alianza Verde, usó la polémica de Aída Merlano y Alejando Char para inventar un mensaje de campaña que difundió por Twitter: “Hoy estuve más intensa en calle que papi Char”, escribió –con un pantallazo de una conversación entre el precandidato del Equipo por Colombia y Merlano–, utilizando el humor y la burla a su favor.
Juvinao versionó la canción de moda, la muy sonada champeta “Macta, llega”, pero con la frase “Fuera vagos”.
Entre todos está el caso de Gilberto Tobón Sanín, el veterano académico de la Universidad Nacional sede Medellín, quien hace unos años se convirtió en una celebridad virtual por sus análisis políticos en los que sin pelos en la lengua acusaba a la clase política de corrupta.
Tobón primero fue influencer y ahora es candidato, se trata de un hombre mayor que descubrió que las redes sociales le podían jugar a favor. Su imagen es tan grande, que es el número uno en la lista abierta por el Senado de Fuerza Ciudadana, el movimiento de Carlos Caicedo.
El tiempo dirá si los esfuerzos (y los ridículos) de los candidatos van a surtir efecto en las urnas. La participación democrática ha cambiado, pues las redes han cambiado hasta las encuestas, que parecen que ya no saben leer las tendencias ni las intenciones de voto. Es probable que esta vez el candidato de las redes termine en la Casa de Nariño
Editor General Multimedia de EL COLOMBIANO.
Comunicadora social y periodista de la Pontificia Universidad Javeriana.