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Farc, M19, UP: ¿cómo sobreviven los partidos de las exguerrillas?

  • El partido de la Farc comenzó a existir formalmente el 1 de septiembre de 2017, luego de su primer congreso. FOTO afp
    El partido de la Farc comenzó a existir formalmente el 1 de septiembre de 2017, luego de su primer congreso. FOTO afp
24 de enero de 2020
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En su declaración fundacional, el 1 de septiembre de 2017, el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), creado a partir del Acuerdo de Paz con esa guerrilla, declaró que ese día terminaba “la batalla de las armas” y empezaba “la batalla de las ideas”.

Lo que han comprobado estos más de dos años de ejercicio político es que esa segunda disputa también se libra internamente.

Las divisiones conocidas en el partido de la rosa, que decidió conservar las siglas de su antiguo nombre como grupo armado, se ahondaron esta semana al conocer que dos de sus miembros abandonaban la colectividad: la holandesa Tanja Nijmeijer, y Andrés Mauricio Zuluaga, conocido en su época de guerrillero como ‘Martín Batalla’.

Nijmeijer, quien llegó a Colombia por razones académicas a principios del 2000, abandonó su vida anterior para unirse a la guerrilla y luego fue una de las artífices del proceso de paz como miembro del equipo negociador de La Habana, dijo en su comunicado de renuncia que llevaba años “sin sentirse sintonizada con lo que se decide, discute o planifica” en el partido.

La salida de esta figura visible, sumada a las tensiones generadas por el regreso a las armas de “Iván Márquez” y “Jesús Santrich” el año pasado, plantea dudas sobre el futuro político de esta colectividad.

Sobrevivir

La Farc, señala Jaime Zuluaga, profesor de ciencia política de la Universidad de Antioquia, “carga con los conflictos y contradicciones que ya tenía como conflicto armado, aplazados por necesidad de unidad para combatir a un enemigo en la guerra”.

Ese camino desde el rigor bélico hacia el disenso político ya ha sido transitado en otras ocasiones. La Alianza Democrática M19, la colectividad creada tras la firma de la paz con la guerrilla Movimiento 19 de abril en 1990, casi desapareció de la escena política a partir de 1994, cuando sus buenos resultados electorales en la constituyente y en la primera elección al senado -–llegando a tener 21 legisladores– se diluyeron por divisiones internas.

Antonio Navarro, candidato presidencial de este partido y quien luego desarrollo su carrera política en otras colectividades, señala que el M19 “sobrevivió como un movimiento muy pequeño, en cabeza de Carlos Ramón González”.

En la década de los 2000, cambió de nombre a Opción Centro y hacia 2009 se integró con el fenómeno político de Antanas Mockus, conocido como Ola Verde, mutando finalmente hacia la actual Alianza Verde.

Solo entonces Navarro –quien fue alcalde de Pasto y gobernador de Nariño por movimientos independientes, y luego militó en la izquierda con el Polo Democrático Alternativo– terminó regresando al partido que había heredado la personería jurídica del M19.

“El partido se salvó, pero cambiando completamente: girando hacia un proyecto de centroizquierda”, agrega Navarro.

El caso de la UP, el partido que nació en 1985 amparado por las negociaciones con las Farc lideradas por el entonces presidente Belisario Betancur es distinto. Este mantiene su su nombre hasta hoy, pero estuvo fuera de la escena política por cerca de 20 años hasta que en 2013 el Consejo de Estado le devolvió su personería jurídica, reconociendo que la colectividad había sido parte de un genocidio por parte de “manos oscuras al margen de la ley”.

“Ningún acuerdo de paz”, agrega Zuluaga, “puede garantizar la supervivencia de un partido”. Debe, eso sí, brindar mecanismos que hagan probable su continuidad en el escenario político, como las curules fijas en el Congreso con las que cuenta La Farc durante dos periodos legislativos –algo que el M19 no tuvo–. Pero al final, dice Zuluaga, los nombres que perviven y los que desaparecen son escogidos por la política.

Divisiones

Para Benedicto González, exsenador del partido Farc en reemplazo de “Jesús Santrich” durante su tiempo detenido, “más que una división, podríamos afirmar que estamos ante una crisis dirección”.

El debate sobre la comandancia nació con el propio partido: por un lado, un bloque moderado y tendiente a la renovación, en cabeza del comandante durante la lucha armada, Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’; y por otra parte una línea más radical y fuerte en sus reclamos al cumplimiento de los acuerdos de paz, liderado en principio por el jefe negociador del equipo en La Habana, “Iván Márquez”.

En el primer congreso de la Farc esta segunda tendencia se impuso: Márquez fue el dirigente más votado en la elección de las directivas, con 888 votos de los 1.200 posibles, mientras que Londoño quedó en el quinto lugar, con 820 votos.

Días después, sin embargo, los 111 miembros de la dirección del partido eligieron a Londoño como presidente. En los meses siguientes, su línea comenzó a prevalecer: la captura de “Jesús Santrich”, por una solicitud de extradición por narcotráfico de Estados Unidos, y la posterior renuncia de Márquez a su curul, dejaron fuera del Congreso a dos de los miembros del bloque más confrontacional.

Para Sandra Ramírez, senadora del partido, la división se dio entre “los que pensaron que por firmar un acuerdo la sociedad nos iba a recibir como héroes, y los que consideramos que no, que lo que se firmó fue un acuerdo con la sociedad”.

González, por su parte, cree que las rupturas parten de la estigmatización y que la democracia interna de la colectividad “no permite que se den debates internos”.

Parece claro que las tensiones en el partido de la exguerrilla no terminaron con el regreso de Márquez y su facción a las armas. Siguen allí, como una consecuencia natural de la vida política, que sin embargo, en el caso puntual de la Farc, contradicen la consigna de Simón Bolívar con la que cierran su declaración fundacional: “Unidos seremos fuertes y mereceremos respeto; divididos y aislados pereceremos”

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