Hace 25 años, un 14 de enero como el que pasó, la muerte deslizó su hoz por el caserío de Pueblo Bello en Turbo. De las casas, 60 paramilitares sacaron a 43 campesinos y los llevaron hasta el parque principal. Los amordazaron y los montaron en un camión. Nunca más volvió a saberse de ellos dizque porque eran de la guerrilla. Cinco lustros después, sus familiares explican hasta el cansancio que ninguno era guerrillero; los esperan, los lloran, los buscan incansablemente.
Muchos dirán que esta desaparición forzada es otro capítulo negro de la historia, pero precisamente para que no caiga en el olvido, ayer, como cada año, los allegados a los labriegos hicieron actos de memoria y les recordaron a su descendencia los hechos, tal vez para que no se repitan, algunos para perdonar, pero ninguno para olvidar.
William Barrera es uno de esos familiares que estuvo en los actos conmemorativos. El campesino perdió dos hermanos en la masacre. Cuenta, con su voz agobiada de pedir justicia, que la búsqueda de Diomedez y de Urías Barrera no termina, pese a que la Fiscalía ha centrado sus esfuerzos en buscar los 43 desparecidos.
“Para las familias todo lo sucedido hace parte de nuestro presente, un presente pasado por la incertidumbre al no saber nada de nuestros seres queridos. Tenemos miles y miles de preguntas que no tienen respuestas y nos invade el miedo de volver a vivir un hecho tan triste”, dice William.
A la incertidumbre y el miedo, se suman las promesas incumplidas por el Gobierno que según William Barrera, se esfumaron con el paso de los años, y con estos los recuerdos se hicieron borrosos, lejanos.
“Seguimos esperando que el Estado cumpla con la sentencia y nos dé una reparación. Sentimos el olvido y hoy, 25 años después, seguimos esperando verdad y justicia”.