Esta podría ser una historia de dolor, de frustración. Un texto más sobre la violencia sexual en las mujeres. Sin embargo, Luz Dary unió todas sus cicatrices para construir un mensaje de esperanza.
Así me lo demostró la negra tumaqueña que está apenas conociendo el amor ahora, a sus 30 años. Pareciera que sus ojos cafés siempre hubieran brillado con la intensidad del blanco de sus dientes, pero sus gestos de felicidad, tan auténticos hoy, han sido más bien el resultado de años de trabajo personal. De muchas negaciones y todavía más reflexiones.
De sus 3 hijos, solo uno es hombre. Tiene 11 años pero parece de 8 al lado de su hermana melliza. Su retraso es evidente sin siquiera imaginar el trastorno de aprendizaje con el que lidia, pues no se ha permitido aprender a leer y tampoco a escribir ni su nombre. El hecho que parecería inexplicable, tiene, para Luz Dary, un antecedente irrefutable: la manera como discriminó a su hijo por años.
¿Por qué? Odiaba a los hombres. Desde sus 12 años lo sintió. A esa edad, mientras ella intentaba cursar quinto de primaria en Tumaco, a donde la habían enviado sus padres en busca de la educación que no había en su vereda Bocas del Curay, su tío la violó. Pasaron años antes de que ella al menos pudiera comprender que detrás de su rechazo al más sutil abrazo de una persona del género opuesto estaba ese resentimiento creado el mismo día en el que un hombre, de su propia familia, sin tener en cuenta esos lazos, destrozó su virginidad.
Hace 8 años no tenía pareja, si es que se puede llamar así a aquella relación obligada que llevó con quien su familia definió como su esposo. El padre de sus retoños. Él, agricultor, dedicado como ella dice: “En ese tiempo ya se sabe a que... ”, un día se fue y nunca regresó.
Obedecer a sus padres en esa unión la condujo a años de golpes y groserías. “El buen partido” era un maltratador. Y cada tanto, en su cama, ella vivía lo mismo de esa primera vez en la que su cuerpo fue posesión de otro, “yo sentía que me volvía a violar”, hoy afirma, con calma y pausa. Ya sin amargura.
Los niños se mantenían asustados. Ella simplemente daba de lo que recibía, ahora lo entiende, después de muchas palabras de desconocidos que llegaban a sus oídos pero no a su razón; hasta que tuvo la fuerza para recuperar lo que siempre fue suyo: ella. Y quiso remediarlo, cambiar. Con el tiempo, se atrevió a soñar con el amor.
Talleres de la Cruz Roja y Médicos sin Fronteras pasaron en estos años recientes hasta que llegó #NoEsHoraDeCallar. Todavía tenía la mirada hacia abajo y no soportaba hablar de su pasado sin llorar. El 9 de febrero le conocí distinta. Caminada gallarda, me hablaba con los ojos vidriosos de quien puede visualizar el futuro, se le sentía segura y cautivaba con su buen humor.
Desde hace 3 meses tiene novio. Dejó atrás el mundo que veía gris y ahora todo es a color. “Miro atrás y pienso en lo que me estaba perdiendo”, me dice mientras sonríe, y concluye: “Porque si así es el amor de pareja, es algo muy bonito”.
Se demoró un tiempo en contar lo que experimenta porque es completamente desconocido y no sabe bien si llamarlo por su nombre. Se tiró al abismo, después de muchos consejos de sus compañeros, y ahí, al lado del hombre con el que comparte su sonrisa ahora, también aprendió el amor de mamá.
Ese día que la vi en Tumaco estaba en compañía de otras 11 mujeres, que como ella tomaron la decisión de ser valientes. Ellas hacen parte de la campaña #NoEsHoraDeCallar, bajo el liderazgo de la periodista y activista Jineth Bedoya, la llave que les ayuda a abrir la puerta de su propia vida.
Antes ni hablaban ni denunciaban pero ya lograron mostrar su presente en videos grabados con su celular. Para ellas vale la pena hablar para ver si en algo disminuyen las cifras negativas, como la de los 18.147 casos de violencia sexual contra mujeres, que Medicina legal registró en Colombia el año pasado.
Esta es la historia de amor de Luz Dary. No es del todo rosa y nos demoraremos en saber si cabe el “fueron felices para siempre”, pero es real.