Con los muertos en combate ocurre al revés que con los desaparecidos: son sus cuerpos los que esperan por ser encontrados, por eso, profesionales de la Fiscalía trabajan arduamente por darles un nombre, pero a veces ese trabajo resulta infructuoso.
En la oficina de Heison Perea, morfólogo de Criminalística de la Fiscalía Antioquia, reposan al menos 77 reconstrucciones morfológicas practicadas a combatientes de grupos armados ilegales caídos en combate, que no pudieron ser identificados después de practicar todas las pruebas posibles.
Cuando se presenta un enfrentamiento que deja muertos se hace una inspección técnica a los cadáveres, la Policía Judicial revisa si hay algún tipo de documento de identidad y toman las huellas dactilares. Luego en Medicina Legal se hace la necropsia y se reseñan todas las señales particulares: cicatrices, tatuajes, amputaciones, lunares llamativos, etcétera.
Toda esa información es montada al Sistema de Información de la Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec) donde es contrastada con los datos aportados por familiares de desaparecidos, y las huellas son cotejadas con la Registraduría.
Pero muchas veces ninguno de esos esfuerzos da resultado y entonces la Justicia Penal Militar ordena a la Fiscalía que haga una reconstrucción morfológica u ósea que permita hacer una aproximación a cómo era la persona cuando estaba viva, para que por distintos medios los familiares, que seguramente lo están buscando, sepan dónde hallarla.
“A nosotros nos llegan todos los documentos de la inspección y las fotografías de los cadáveres, con esa información reconstruimos los rostros. Muchas veces en esas fotos hay muy poco que recuperar, porque el bombardeo o el combate los dejó destruidos, por eso nos basamos en los datos consignados en la inspección técnica”, contó el morfólogo.
En su labor ha tenido que darle un posible rostro a cadáveres de hombres, mujeres y niños que se presume eran miembros de estructuras criminales, y debe ser meticuloso para dar con la simetría, la forma del rostro, el color de la piel y de los ojos, para que algún día un familiar de esta persona, al ver la fotografía, pueda entender que es su ser querido el que está ahí.
Uno de las reconstrucciones, por ejemplo, da cuenta de cómo era un niño de 14 años de edad que murió el 20 de abril de 2003 en la vereda Salado Blanco, parte alta del municipio de Sonsón (Antioquia). El reporte dice que vestía un pantalón de algodón azul oscuro, interior de algodón del mismo color, botas de caucho llanera talla 39 negras y una chaqueta de uso privativo de las Fuerzas Militares, como señales particulares, la amputación de los dedos cuarto y quinto del pie izquierdo, con necrosis en el tercero y un número de radicado.