Las víctimas, las de Farc también, pero las víctimas del conflicto armado en general han optado unas por buscar caminos de reconciliación; otras, por seguir odiando y las demás por quedarse en un silencio sin lágrimas y sin expresión.
“En nuestra asociación trabajamos por la reconciliación —dice Teresita Gaviria, líder de Caminos de Paz Madres de la Candelaria, quien es víctima de las Farc como desplazada, y de los paramilitares, por los asesinatos de su padre y de su hijo—. No porque sea un dictado de la ley o una prescripción de la Iglesia; nosotras solitas hemos tenido esa iniciativa, desde hace varios años. Entre otras cosas, para poder sanar”.
¿Quiénes son víctimas? ¿Cómo definir a los afectados por esta organización guerrillera? Principios y directrices básicos sobre el derecho de las víctimas emitido por las Naciones Unidas mediante resolución 60/147 del 16 de diciembre de 2005, “se entenderá por víctima a toda persona que haya sufrido daños, individual o colectivamente, incluidas lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdidas económicas o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que constituyan una violación manifiesta de las normas internacionales de derechos humanos o una violación grave del Derecho Internacional Humanitario. Cuando corresponda, y en conformidad con el derecho interno, el término “víctima” también comprenderá a la familia inmediata o las personas a cargo de la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para prestar asistencia a víctimas en peligro o para impedir la victimización”.
De acuerdo con Luis Fernando Quijano, director de la Corporación para la Paz y el Desarrollo, Corpades, y Jaime Fajardo Landaeta, exnegociador entre el EPL y el Gobierno, no hay un perfil determinado. El primero dice que más que víctimas de un grupo determinado como las Farc, lo que hay es víctimas del conflicto.
No se pueden agrupar en un sector poblacional las de un actor armado o las del otro. Y el segundo agrega: “lo que si puede existir es unos casos sobresalientes como el de La Chinita, en Urabá”.
Coinciden en que la más afectada por dichas acciones fue la población civil, por la destrucción de infraestructura pública y comunitario.
Para Quijano, las tomas de poblaciones dejaron más que víctimas individuales, afectados colectivos. “Por eso casos como el de Granada o Bojayá, las reparaciones deben ser colectivas”.
Ricos, pobres, niños y adultos, las víctimas del conflicto armado son diversas. Ha habido víctimas de las que poco o nada se menciona porque no pertenecían a familias destacadas. Otras que quedaron más en la memoria de la gente porque eran visibles antes de ser afectadas o porque lograron visibilización a partir de entonces. El profesor Moncayo, por su caminata memorable; Íngrid Betancourt y Clara Rojas, por hacer parte de la clase política. Fajardo Landaeta considera que “el caso más sonado fue el de Guillermo Gaviria Correa; su asesor de paz Gilberto Echeverri, y los policías y militares muertos en la frustrada operación de rescate. Guillermo se había convertido en un líder de la noviolencia en el departamento”.
Joaquín Sierra: el secuestrado más viejo
Con el hallazgo de los restos óseos de su padre, Darío Sierra y su familia cerraron el sábado 9 de julio pasado un ciclo de su historia trágica.
Joaquín Emilio Sierra García, ganadero de 84 años, tenía finca en Mutatá. En 1997 lo desplazaron a Medellín. Vivía enfermo. El médico le dijo que si en el campo iba a estar aliviado, volviera.
Regresó y a los tres años le echaron mano. Por la liberación de Joaquiín Emilio, el secuestrado más viejo de Colombia, la guerrilla pedía $400 millones.
“Durante el secuestro vivíamos huyendo, porque nos extorsionaba y amenazaban. Cuando supimos que estaba muerto, nos extorsionaban para darnos los restos”.
Yolanda llegó al puerto del perdón
A Yolanda Perea Mosquera le cambió la vida a los 11 años. La violó un guerrillero; asesinaron a su mamá, y pronto tuvo que abandonar su casa de Ríosucio, Chocó, donde era feliz.
Vivía en la finca de su abuelo, Isidro Perea. “Un integrante de la guerrilla de las Farc abusó de mí. Mi mamá tenía su temperamento y no le daba miedo de los hombres. Fue a reclamarle al comandante”. A los días, la mataron. De esto, el abuelo culpó a Yolanda.
Se casó siendo casi niña. Cuando su esposo supo su pasado, la dejó con dos hijos. Ella fundó la Corporación Afrocolombiana El Puerto de Mi Tierra. “Trabajamos en la defensa de los derechos de las mujeres”.
La calma no llega para Blanca Daza
Para Blanca Nelly Daza, su hijo Alcides sigue teniendo 12 años, como el lejano día de 2003 cuando desapareció en el Magdalena Medio. Es el tercero de tres hijos en irse a habitar el país de las sombras. Para colmo, a su esposo, José Valencia, lo mataron porque no les dio la razón a los violentos de que sus hijos fueran paramilitares y no creyó justo compartir con los armados las mulas, la yuca, el cacao. Blanca Nelly no obedeció la orden de abandonar el pueblo de inmediato. Esperó que se cumpliera un año de la muerte de José para rezarle. “¡Templada como Valencia!”, le dijo el líder guerrillero que la obligó a salir de San Francisco. Llegó a Medellín en 2006.
Con la fuga, lizcano halló la paz
Para no enloquecer por la incomunicación a la que fue condenado por sus captores, Óscar Tulio Lizcano imaginaba que estaba en un aula de clases, él era el profesor y los árboles, sus alumnos. Este exrepresentante a la Cámara, secuestrado en 2006, añade a ese drama, la aventura de su fuga, de la mano del guerrillero Isaza, por la selva chocoana, con la implacable persecución de los armados y la angustia de la fatiga.
“Aprende uno a tener más tolerancia, comprensión, perdón. Comprender es una manera de perdonar (...). Estoy liberado por el perdón. Si no perdonara y siguiera odiando, sería un secuestrado todavía y seguiría en la selva”.
Consuelo González rompió ciclo de odio
“Pertenezco a la generación que no ha vivido épocas de paz en el país”, dice Consuelo González de Perdomo, la congresista huilense que fue secuestrada en 2001.
En el secuestro murió su esposo y desaparecieron amigos. “Pero hubo hechos que alegraron mi vida, como la llegada de María Juliana, mi nieta. Un motivo para luchar por sobrevivir”.
Y señala: “después de un secuestro quedan cicatrices graves. Lleva tiempo procesar el dolor. Rompí el ciclo de odio, de venganza y busqué reconciliarme con ese pasado. No quise estar prisionera de él. Pensé que era importante jugar un papel en la sociedad y ayudar a construir un ambiente de reconciliación y paz”.
Teresita Gaviria: víctima temprana de Farc
Teresita Gaviria, líder de Caminos de Paz Madres de la Candelaria, es víctima de varios grupos armados.
A su padre y a su hijo los mataron los paramilitares. Por ellos emprendió la lucha para la recuperación de las víctimas. Antes, ella empezó a sufrir la guerra cuando era joven, en Urrao.
En los años 60, “vivíamos en el corregimiento Altamira y mi papá me dijo: mija, los guerrilleros de las Farc nos están molestando. Qué vamos a hacer”. Las amenazas recrudecieron y abandonaron su tierra. Los Gaviria son de las víctimas tempranas de este grupo.
Se desplazaron a Urabá. No hallaron paz. La muerte apareció de la mano de las autodefensas.
Pinto: Paz con farc, la nueva independencia
“Mi mensaje a quienes hayan sufrido la pérdida de un ser querido en el conflicto es que no traten de borrar el dolor. La ausencia del ser amado nunca se llena. Que traten, más bien, de que el dolor no se convierta en odio”.
Yolanda Pinto, viuda del gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria, secuestrado y asesinado por las Farc, cuenta que desde el principio decidió perdonar a quienes mataron a su esposo; de lo contrario, viviría en un infierno.
En abril de 2002 fue plagiado con el asesor de paz, Gilberto Echeverri. Un año después, ellos y 8 soldados compañeros de cautiverio fueron asesinaron por guerrilleros cuando el Ejército trató de rescatarlos.
La vida de Alba, un infierno sin sus hijos
Digámosle Alba a esa mujer del oriente a la que le mataron tres hijos. Tenía 10 hijos, siete mujeres y tres hombres. Trabajaba con los tres pequeños en su parcela. Rozaban, sembraban maíz, café y frijol. “Una vez, hace 20 años, la guerrilla los reunió para decirnos que todos teníamos que participar, darles información, ayudarlos. Y los que no estuvieran de acuerdo, que se fueran ¡pero ya! Y salimos desplazados, casi corriendo. Dejamos todo”.
Luego regresaron. Al mayor de los niños lo secuestraron. Tenía 14 años. A los días, él escapó y llegó a la casa. “Mamá —le dijo— me están buscando como aguja. Y a ustedes los van a matar porque me les volé”. “Váyase para Medellín donde la tía y va al comando de Policía y cuenta todo para que le den protección”. La tía lo recibió, indicó que se quedara encerrado en la casa, que al día siguiente lo acompañaría a poner la denuncia. Él se confió de que nadie lo conocía y salió. “Como que lo vieron en el barrio y lo denunciaron a la Policía como guerrillero. Lo capturaron y lo metieron a Bellavista. A los 15 días, otros presos lo forzaron a tomar un alcohol malo, lo llevaron al hospital y cuando fui a verlo me lo entregaron muerto”. A los otros dos también se los llevó la guerrilla ese año. Luego de buscarlos por todos lados un comandante de Policía le recomendó que no los buscara vivos. En Medicina Legal le entregaron un álbum de fotografías de muertos del mes y ahí encontró al menor. Lo trajeron muerto de Sonsón. “Al otro, yo creo que no lo voy a encontrar, porque a los guerrilleros que estaban con él los mataron a todos”.