No era la primera vez que Lucelly*, en un arranque de desesperación y amor de madre, recorría los caminos polvorientos de los Llanos del Yarí, en Caquetá. En sus 48 años de vida se ha internado varias veces en lo más profundo de la selva en búsqueda de su hijo que, dice, ya conoce palmo a palmo.
Pero esta vez todo era diferente. Para Lucelly, las seis horas de recorrido desde San Vicente del Caguán bajo el sol se le hicieron eternas. Volvió a las selvas del Yarí a la Décima Conferencia Guerrillera para buscar a su hijo que ahora debe tener 28 años. Hace 14 se fue a las filas guerrilleras, bajo una promesa de trabajo que nunca se cumplió.
“Eso pasó hace muchos años. Una hermana de mi esposo me dijo que lo dejara llegar hasta estos terrenos para trabajar en la finca. Pero lo entregó a las Farc. De eso hace 14 años, y nunca más volví a saber de él”.
En la estancia de su casa Lucelly esperó un mes por el regreso de su hijo. Las cartas de la escuela se hicieron más frecuentes solicitando explicaciones por haber abandonado cuarto grado. No supo qué decirles, y su hijo no apareció ni ese mes, ni en los días siguientes.
Por esta razón la mujer viajó con su familia hasta esta reunión de guerrilleros de todo el país. Quiere preguntarles a los comandantes qué pasó con su hijo. Que alguno le diga dónde está, por qué no ha vuelto. Y asevera que no se irá hasta obtener respuesta.
No es la única
Entre el sopor de las 2:00 p.m. de ayer, una mujer pequeña y morena llegó hasta uno de los guerrilleros y le preguntó: “estoy buscando a mi hermano ‘Jorge’. Hace más de 15 años no sé de él. ¿Cómo puedo ubicarlo?”
La respuesta del insurgente, vestido con un camuflado poco convencional para las Farc, fue que no sabía, que debía esperar para preguntar pero que él no estaba autorizado para hablar de eso.
“A mi hermano se lo llevaron y no sé nada. He preguntado por todas partes y no me dan razón. Por eso vine aquí, para preguntar y que me digan algo, algo por favor. Me siento desesperada y no obtengo respuesta”, dice la mujer de 42 años, con la voz quebrada y quien pidió reserva de su nombre. Por eso la llamaremos Margarita.
Historias como las de Lucelly y Margarita se repiten en esta Sabana del Yarí a diario. Varias personas provenientes de distintos sitios del Caquetá y Meta se dirigen a los guerrilleros para saber de su hijo, hermano o familiar que hace años se fue a las filas insurgentes y nunca más regresó.
Esperan que algunos de los comandantes se acerquen para que les den información si siguen vivos, o si por alguna razón deben llorarlos.
“Yo aún guardo su ropa. Guardo los mejores recuerdos de él cuando era un niño y me tocaba castigarlo. Aún así era muy cariñoso y a veces llegaba a la casa y me abrazaba por detrás. Me duele no saber de él”, explica Lucelly.
Ayer, antes de sentarse a esperar en la entrada de la Décima Conferencia Guerrillera, con una luz de esperanza desdibujada en su rostro, Lucelly ya había enviado varias razones a los comandantes “Carlos Antonio Lozada”, “el Paisa” y “Márquez”.
Esperó por una respuesta pero su dolor de madre afloró con un mensaje de un guerrillero: “a él lo mataron”, y sus lágrimas se desataron mientras repetía que no se iría hasta saber si volvería a tenerlo en sus brazos o tendría que llorarlo en una tumba.