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En 2021, 91.215 adolescentes entre los 14 y 19 años en Colombia se convirtieron en mamás, 886 de ellas tenían menos de 14 años.
Las cifras son insuficientes para abarcar en profundidad las consecuencias que recaen sobre cada una de ellas, y sobre sus bebés. ¿A cuántas de ellas el embarazo les empeoró sus condiciones de vida y su salud? ¿Cuántas lograron mitigar los impactos de un embarazo a tan temprana edad con un seguimiento médico adecuado? ¿Cuántos de esos bebés llegaron al mundo con todas las condiciones adversas posibles?
En un escenario ideal, las cifras de embarazo entre adolescentes de 15 a 19 años deberían quedar reducidas a su mínima expresión con políticas de salud, protección y educación sexual adecuadas. Y los embarazos en menores de 10 a 14 años no tendrían que ocurrir bajo ninguna circunstancia, porque son, de hecho, un delito.
Pero la realidad en Colombia y la región está lejos de ese escenario. En Latinoamérica y el caribe el 15% de los embarazos se dan en menores de 15 años. El embarazo adolescente es un problema de salud pública que condiciona no solo el futuro de la madre y su bebé sino que compromete el capital social de un país.
Una adolescente que queda en embarazo tiene más riesgos que una mujer adulta de sufrir alteraciones como anemia, hemorragias, presión arterial elevada y complicaciones durante la gestación y el parto que podrían llevarle a la muerte. Además, su crecimiento y desarrollo puede estancarse, pues a pesar de atravesar una etapa de inmadurez biológica se ve obligada a proporcionar los nutrientes necesarios para gestar una nueva vida.
El hijo de una madre adolescente tiene el doble de riesgo de morir durante el embarazo o en las primeras semanas de vida con respecto al de una mujer de 20 a 29 años y tiene más probabilidades de nacer prematuro o con bajo peso. Un bebé con bajo peso al nacer será más propenso a desarrollar durante alguna etapa de su vida enfermedades crónicas como hipertensión, obesidad, diabetes, varios tipos de cáncer, trastornos en el neurodesarrollo y otras patologías, condenando así su círculo intergeneracional a la enfermedad y la pobreza.
Ineludiblemente, la adolescencia es un factor de riesgo para afrontar un embarazo, el cual se complejiza con los estigmas sociales y familiares que impiden que las gestantes adolescentes busquen atención médica oportunamente. Esto contribuye a la llegada tardía a los controles prenatales, incrementando aún más los riesgos. Y una vez inicia, puede no encontrar la respuesta adecuada, pues el sistema de salud las atiende bajo los mismos criterios y lineamientos existentes para las gestantes adultas, sin tener en cuentas todas esas particularidades físicas, biológicas, psicológicas y sociales asociadas al embarazo en la etapa de la adolescencia.
Es ahí donde aparece la importancia del trabajo que decidió liderar el Grupo de Investigación en alimentación y Nutrición Humana (GIANH) de la Universidad de Antioquia y que podría ser decisivo para cambiar la vigilancia de la ganancia de peso de la adolescentes embarazadas en Latinoaméricana.
El GIANH empezó desde hace dos años un arduo trabajo de recolección de bases de datos que les permitiera tener la información suficiente y confiable para diseñar curvas específicas para la vigilancia de la ganancia de peso de las adolescentes embarazadas latinoamericanas, algo que no existe actualmente y que le daría un vuelco a los programas prenatales en toda la región al permitir que los profesionales en salud entreguen las recomendaciones adecuadas para que estas jóvenes gestantes tengan la ganancia de peso adecuado que garantice su bienestar y el desarrollo adecuado del bebé.
En Colombia, 99 de cada 1.000 bebés vienen al mundo con bajo peso, esto es menos de 2.500 gramos. Una tasa que viene en preocupante aumento y que en departamentos como Antioquia es particularmente crítica. (En el departamento es de 104 bebés con bajo peso al nacer por cada 1.000 nacimientos). Por otro lado, los recién nacidos con macrosomía fetal (pesos de 4.000 y más gramos) alcanzan los 27,4 casos por cada 1.000 nacidos vivos en el país.
En ambos casos, el recién nacido llega al mundo con la cancha inclinada en su contra porque tendrá mayores probabilidades de sufrir enfermedades que condicionarán el resto de su vida.
Adoptar las nuevas curvas contribuiría a la vigilancia de la ganancia de peso en la gestante adolescente por el personal de salud y podría aminorar las deficientes o excesivas ganancias de peso en este grupo de madres.
El proyecto liderado por GIANH logró recopilar información de 9 países latinoamericanos: Colombia, Brasil, Panamá, Uruguay, Argentina, Chile, México, Paraguay y Perú. Para esta construcción se recibieron más de 150.00 registros de embarazadas adolescentes, de los cuales aproximadamente 33.000 cumplieron con los requisitos mínimos y 6.414 con todos los criterios establecidos en el proyecto.
Según explica Sandra Lucía Restrepo Mesa, coordinadora del GIANH y docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la U. de A., lo que sigue ahora es llegar a los ministerios de Salud, y a los tomadores de decisiones en los procesos de atención prenatal para que las gráficas sean implementadas en los programas prenatales y se valide su uso en cada país.
La profesora Restrepo Mesa considera que aunque estos cambios en el sistema de salud son complejos, las nueva curvas son un aporte importante porque hasta ahora no existe una propuesta como esta, que logró convocar nueve países y tuvo una rigurosa validación estadística interna y externa.
Adoptarlas a nivel nacional significaría un nuevo punto de partida en la política pública orientada a mitigar y prevenir las problemáticas que deja el embarazo adolescente en el país.
Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.