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A mediados del siglo XX, en el municipio de Amalfi un jaguar atemorizaba a toda la población. Campesinos y ganaderos se quejaban porque devoraba a sus animales y fue tanta la dicha cuando lograron matarlo, que años después pondrían una escultura en forma de jaguar para recordar su victoria.
“Lo que la gente no sabía es que no era un solo animal”, narra José Navarro, docente e integrante del grupo de investigación Ambiente y Sociedad de la Universidad de Antioquia. “Eran muchos, con seguridad, y por la tala de algún bosque debieron quedar sin hogar, buscando qué comer cerca de las comunidades humanas”.
La historia se repetiría una y otra vez. La destrucción del hábitat del jaguar y su persecución por conflictos con humanos se intensificarían tanto que, 60 años después, esta especie sería incluida en las listas de máxima protección de la convención global de las Naciones Unidas que rige la conservación de especies migratorias (CMS), como ocurrió el pasado 22 de febrero. Esta inclusión llama la atención sobre la relevancia de unir esfuerzos internacionales para proteger los corredores biológicos del jaguar, es decir, las rutas que utiliza para desplazarse y que, a su vez, conectan entre sí a poblaciones aisladas evitando su extinción.
Antioquia es una de las regiones en Colombia con presencia del felino. Las corporaciones autónomas regionales del departamento identifican poblaciones en el Bajo Cauca, el Magdalena Medio, el Occidente y Urabá. Además, su ubicación geográfica hace de este un lugar estratégico “porque conecta a las poblaciones centroamericanas con las suramericanas, y a las del norte de Colombia con las del oriente del país”, señala Juan David Sánchez, biólogo, docente de la Universidad CES e investigador de esta especie.
Navarro dice que su rol en los ecosistemas es de vital importancia ya que es una especie sombrilla. “Esto signfica que está en la cima de la cadena alimenticia y controla que otras especies herbíboras de las que se alimenta no proliferen afectando las condiciones del bosque”. ¿Cómo está el panorama de su protección?
“Al dejar a su madre, los machos jóvenes suelen hacer recorridos hasta de cientos de kilómetros para establecerse en un nuevo territorio”. Estos corredores, explica Sánchez, son importantes no solo para que el felino pueda desplazarse y encontrar alimento: también lo son para mantener conectadas genéticamente a las poblaciones dispersas, ya que esto favorece, a largo plazo, la adaptación a cambios ambientales y la resistencia a enfermedades.
Sin embargo, según la propuesta de inclusión del jaguar en los apéndices de la CMS, el jaguar ahora se encuentra en el 61% del área de distribución que solía tener antes de 1900, entre el sur de los Estados Unidos y el centro de Argentina. Y la pérdida y fragmentación de su hábitat, explica Vanessa Paredes, directora de Corpourabá, se debe a la compresión de bosques y sabanas por la expansión de actividades agrícolas y ganaderas.
Ocurre en todas las subregiones, indica Ana Ligia Mora, directora de Corantioquia, pero hay unas con mayor relevancia. “Es el caso del Bajo Cauca y el Magdalena Medio, en donde hay mucha ganadería, agricultura y algunos cultivos y minería ilícita. Van ampliando los potreros hasta que llegan al corredor del felino”.
Para Navarro, sin embargo, la principal amenaza es la deforestación. “Antioquia es uno de los departamentos con mayores niveles en el país. También tiene que ver la ejecución de grandes proyectos de infraestructura como lo son las represas hidroeléctricas que acaban con los hábitats”.
Para proteger los corredores, explica Mora, es importante generar figuras de protección de estas áreas de especial interés ambiental. “En ese sentido, el Plan de Acción que acabamos de aprobar tiene como meta declarar 130.000 hectáreas como áreas protegidas del departamento, sumándose a las 350.000 que ya tenemos”.
También dice que la protección de estos espacios claves pasa por la adecuación de instrumentos de planificación que, en algunos casos, no están actualizados y por tanto no atienden las necesidades de cada municipio. “Esto permitirá avanzar en esfuerzos de delimitación de corredores, primer paso para su conservación”.
“Para poder conservar a los felinos hay que trabajar con la gente”, expresa David Jaramillo, biólogo y profesional de Cornare, haciendo referencia a la importancia de que las comunidades se apropien de esta especie y participen de sus procesos de protección.
Esto, debido a que otro de los factores que la amenazan es su caza indiscriminada: la reducción de su hábitat ocasiona que el jaguar entre en territorio de comunidades humanas y se alimente de animales domésticos como vacas o gallinas. En retaliación, los humanos lo atacan.
Durante el 2019, por ejemplo, Corpourabá atendió 12 quejas por conflictos con felinos en su jurisdicción. Y, en solo este año, ya se han recibido 11 reportes.
Las tres corporaciones ambientales señalan que entre sus planes de acción incluyen conservación de la especie y programas de trabajo pedagógico con las comunidades. Estas incorporan la enseñanza de técnicas de ahuyentamiento que van desde la instalación de luces que se encienden de manera aleatoria y sonidos molestos, hasta la instalación de espantapájaros impregnados con olores desagradables para los felinos, explica Jaramillo.
Además indica que la labor de la comunidad puede ir más allá: proteger activamente a estas especies a cambio de pagos por servicios ambientales. “Es lo que buscamos hacer en Banco 2 Bio, programa de la corporación que se alía con las comunidades para proteger estos hábitats. Quienes antes los atacaban, ahora son sus protectores”.
Periodista del Área Metro. Interesada en pensar y narrar la ciudad desde un enfoque investigativo y humano.