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Terrazas de casas en Medellín: de allí sale la música y el arte para resistir

Estos lugares, que han sido estigmatizados por la violencia, son hoy una alternativa de espacio público.

  • Los habitantes de la comuna 13 convirtieron sus planchas en las canchas y parques que no hay en sus barrios. FOTOS Juan David Úsuga
    Los habitantes de la comuna 13 convirtieron sus planchas en las canchas y parques que no hay en sus barrios. FOTOS Juan David Úsuga
  • Terrazas de casas en Medellín: de allí sale la música y el arte para resistir
  • Terrazas de casas en Medellín: de allí sale la música y el arte para resistir
12 de noviembre de 2018
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El niño Jhon Fredy Asprilla y sus amigos estaban en la plancha de una casa de la comuna 13 cuando lo vieron. Iba saliendo del monte, con camuflado y caminando como Rambo, cargando un fusil y algo que les pareció unas granadas. Se paralizaron. Imaginaron que no moverse los haría menos visibles, justo allí, en un lugar donde en realidad eran blanco fácil de cualquier bala.

A esa plancha quisieron subir a jugar ajedrez ese día, con la postal de la ciudad a sus espaldas. Ellos concentrados en su pequeño juego de estrategia, de defender posiciones, tumbar reyes y vencer peones, mientras a su alrededor, Rambo seguía en su tenebroso y sangriento juego. Y en medio, como escenario de ambos, una terraza vaciada en cemento.

“Habría que remontarse a esa anécdota y a la historia misma de la ciudad para entender por qué la plancha y la esquina siempre han sido lugares asociados a la violencia en Medellín, donde, se dice, se gestan las cosas malas del barrio”, dice Fredy, hoy adulto, mientras camina por los callejones estrechos de escaleras y pasamanos amarillos de la comuna 13.

A cada paso que da, un niño corre a saludarlo, un adulto le estrecha la mano y se escucha a alguien tarareando el ritmo que volvió famoso a Son Batá, el colectivo musical que Fredy creó con sus amigos en una plancha. “Ahí empezamos a respirar, a darnos un plus de vida. Fue allí, en una plancha, donde cambiamos el sonido de las balas por la música”.

El “Sisas, sisas, melo, melo” resuena hoy en la 13 como un himno de resistencia. ¿Estamos melos? le pregunta Son Batá a su comuna. Y esa pregunta, entonada a ritmos palenqueros, tiene eco en este valle, saltando de plancha en plancha.

Una plancha para parchar

La Real Academia de la Lengua Española no tiene una definición de “plancha” que se asemeje al significado que la ciudad le ha dado. Allí lo más parecido a eso es “terraza”.

¿Qué es una terraza? Según la RAE, un “sitio abierto de una casa desde el cual se puede explayar la vista”.

La plancha nunca fue un lugar de descanso en Medellín. Era solo un espacio destinado a ampliar la casa, cuya masificación no fue una casualidad.

Dichas construcciones tienen explicaciones a nivel histórico, señala la historiadora y profesora de la Universidad de Antioquia, Sandra Patricia Ramírez Patiño: “Es el deseo que los antioqueños tienen interiorizado de tener propiedad“.

Para la profesora Patiño esto hace parte de la idiosincrasia paisa y se ve reflejado en la insistencia que aún hay en la familia antioqueña, de los padres hacia sus hijos, de obtener una casa.

“Desde la época colonial Antioquia ha tenido la fortuna de tener el principal producto de exportación del país. Primero la minería y a partir del siglo XX el café. La posibilidad de acceder a esos recursos económicos a un relativo bajo costo, posibilitó la acumulación de capital, es decir, les dio a los campesinos y mineros la posibilidad de ahorrar dinero para comprar un pequeño terreno “, señala Patiño.

El hecho de que las familias antioqueñas hayan tenido la posibilidad de contar con un terreno propio cuando en el resto del país eso no era común, determinó el pensamiento paisa respecto a la propiedad privada.

“Es por eso que cuando un paisa obtiene un pedazo de tierra, especialmente en los barrios populares de Medellín, lo que pretende es ir ampliando esa propiedad. Construye la casa y tira plancha con la idea de que esa propiedad crezca. Hay casos en donde el padre vive en el primer piso y les da el ´aire´ a los hijos. El mayor construye el segundo piso y tira plancha para que el menor haga lo mismo”, concluye la académica.

Sin embargo, dada la posición estratégica que tienen las planchas, con la vista panorámica de la ciudad, poco a poco se fueron tornando en campo de batalla de los combos. El espacio adquirió un uso distinto para el que había sido creado y una connotación negativa.

Pocos vieron en la plancha un potencial distinto. El cambio de mentalidad de Fredy y Son Batá sucedió en Brasil, en 2010.

Viajaron allí en el marco de una invitación de un grupo cultural y visitaron una favela donde se encontraron con una realidad que los impactó. Las esquinas, esos lugares que en Medellín también eran señalados como centros de conspiración de cosas negativas, eran en ese país los lugares escogidos para las sedes de las acciones comunales o los centros de cultura. Descubrieron que la calle, para los brasileros, tenía un valor. Era sinónimo de vida y esperanza.

Se propusieron, a su regreso a Medellín, sacar el arte a la calle. La casa cultural o comunal dejó de ser el sitio obligado para los talleres culturales y se “tomaron” la esquina y la plancha.

“Y logramos, a punta de talleres musicales con niños y adolescentes, cambiarle el sonido a la comuna 13. El día que no tocábamos la gente salía y preguntaba qué pasaba. Es que además la posición de una plancha, la altura, le da eco al sonido. Lo que algunos habían visto como una virtud para el mal, nosotros lo vimos como una posibilidad para el arte. Modificamos la cotidianidad y recuperamos ese espacio público. ¿Cuál? Pues las esquinas, las escaleras, las planchas. Es que en los barrios de las laderas esos son los espacios públicos. Allá vos difícilmente ves un parque”, dice Fredy.

La connotación de esos espacios comenzó a cambiar poco a poco. La imagen de los niños jugando ajedrez dejó de ser una extrañeza y se volvió una constante ver allí parches de entretenimiento y arte: niños jugando fútbol y elevando cometas.

Resignificaron esos lugares, dotándolos de una premisa: “En las planchas nacen las mejores ideas”.

¿Cuál era el siguiente paso?

La respuesta surgió desde la arquitectura. La Cooperativa de Arquitectos, una organización de estudiantes y profesionales de esa carrera, se unió al proyecto convencida de que la técnica solo tiene sentido cuando se pone al servicio de la comunidad.

“Partimos de la idea de que en esas planchas ya está pasando algo, que es todo lo que Son Batá motivó e identificó. ¿Cuál era nuestro papel? Utilizar lo que sabemos para consolidar esos espacios dotándolos de urbanismo según las necesidades”, explica Luisa María Velandia, integrante del equipo.

Este grupo de trabajo se hizo una serie de cuestionamientos, desde la técnica de su profesión, con el objetivo de trazar un plan de intervención en esas planchas para mejorar y potencializar la experiencia de la comunidad.

“Hacia dónde miramos, cómo nos da el Sol, cómo circulan los vientos. Todo ese tipo de condiciones nosotros las entendemos desde la técnica y proponemos. Empezamos a apropiarnos del espacio buscando soluciones para esas vivencias. Esto partiendo, claro está, del diálogo y confianza que han tenido los propietarios directos de esos planchones con la comunidad y con Son Batá”, dice Velandia.

En la plancha donde se vuelan cometas, por ejemplo, definieron un plan que brinda una mayor seguridad sin cambiar la naturaleza de lo que allí ya está pasando. Sin imponer desde el conocimiento.

“Para este tipo de intervenciones hay que conocer el contexto. La comuna 13 es una zona que fue creciendo a partir de los desplazados del campo. De cierto modo es una comuna que está llena de raíces campesinas. Claro que la plancha es una extensión, una herencia para el hijo, pero para las abuelas, por ejemplo, es también el lugar que suplanta los jardines, el espacio para tener las plantas”, señala Eduardo Taborda, paisajista que trabaja en este proyecto.

Para este equipo de profesionales la clave de esta iniciativa es que la comunidad ya entiende estos planchones como suyos. Ya es un espacio público.

“Ante la ausencia de parques, que estas planchas se consoliden como un punto de encuentro es una riqueza cultural que se debe preservar. Lo público no puede entenderse solo como la presencia del parque o el árbol. De nada sirve esto si la gente no se apropia”, añade Tomás Medellín, también arquitecto.

Y ya con el plan marchando, ¿cómo comunicar al mundo que el escenario donde antes solo se escuchaba bala, es hoy el punto donde nace la cultura y el arte? Con música.

“Estamos planeando un gran concierto donde la idea es montar en algunas planchas de las comuna 13 a la Filarmónica de Medellín, a Juanes y a otros músicos que se quieran unir, para cantarle al barrio y a la ciudad. Así empezamos nosotros, tocando en una plancha, y así queremos gritarle al mundo que la realidad aquí está cambiando”, finaliza Fredy.

Las hay pequeñas y grandes, algunas son cuadrados perfectos, otras son rectángulos asimétricos. Hay perros ladrando, gatos descansando, y desde hace un tiempo, niños y adultos sentados, mirando al horizonte, de pie elevando alguna cometa, o en pequeños piques jugando fútbol. Son las planchas, el territorio desde el que se alzan hoy los nuevos sueños y esperanzas de la comuna 13, en Medellín.

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