Alias “Turrón” ya se había escapado dos veces, desde que en 2017 se convirtió en un objetivo de alto valor para las autoridades. Por eso ya no había margen de error, a la tercera había que detenerlo.
Hace 20 días un informante advirtió a los agentes de la Seccional de Inteligencia Policial (Sipol) que el jefe de la banda “la Sierra” había salido del barrio del mismo nombre, y que había montado un campamento en el bosque.
Para confirmarlo, la Sipol infiltró a cuatro investigadores en la zona, simulando ser campesinos y lugareños. Así lograron ubicar un complejo rústico, en la frontera de La Sierra con la vereda Media Luna del corregimiento Santa Elena, en el oriente de Medellín, según el relato que hicieron a EL COLOMBIANO dos policías que participaron en la operación.
La organización delictiva instaló allí una base, usando como fachada un campamento para el secado de café. Construyeron nuevos ranchos y puntos de observación alrededor, con capacidad para albergar a 10 hombres armados.
En los seguimientos establecieron que el sitio era frecuentado por Elkin Darío Benítez Vargas (“Turrón”), de 35 años, paramilitar desmovilizado del bloque Cacique Nutibara. En la actualidad era uno de los principales socios del cartel narcotraficante “Clan del Golfo” en el Valle de Aburrá.
Esa estructura se posicionó en la última década alrededor y en varios suburbios de Medellín, por medio de sociedades y patrocinios a combos locales, como “la Sierra”, “Barrio Bolsa”, “Mano de Dios”, “Altos de Aranjuez” y “Limonar 1” (ver el mapa).
Los detectives calcularon que “Turrón” había montado la base hacía dos meses. Desde allí divisaba los vecindarios bajo su control: La Sierra, Villa Liliam, La Estancia y Villa Turbay, a cuyos habitantes afectaba con extorsiones, amenazas y venta de drogas.
A la operación se unieron miembros del Comando de Operaciones Especiales (Copes), que estudiaron el terreno con cartografía y determinaron cuáles eran las entradas y salidas, así como las rutinas de los hombres que usaban el campamento. Los sospechosos solían trabajar de 7:00 a.m. a 7:00 p.m., desyerbando, puliendo ranchos y custodiando las reuniones clandestinas.
Con la información que tenían, decidieron dar el golpe al amanecer del 24 de julio.