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Los “parches” con los que Medellín se resiste a la guerra

Arte, cultura y empresa han servido como método de resistencia pacífica en la ciudad. Estas son las historias.

  • Los muchachos de AgroArte se reúnen a cantar y sembrar, así se desvinculan de los círculos violentos de la comuna 13 y el barrio La Cruz FOTO Robinson sáenz
    Los muchachos de AgroArte se reúnen a cantar y sembrar, así se desvinculan de los círculos violentos de la comuna 13 y el barrio La Cruz FOTO Robinson sáenz
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10 de agosto de 2018
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¿Cómo se sobrevive en un barrio que pasa la noche en medio de las balas? Tal vez con reuniones clandestinas entre artistas, o con un partido de fútbol de hombres disfrazados de mujeres, o poniendo a sembrar a los muchachos mientras componen canciones de rap. Estas son algunas historias de resistencia pacífica que se gestaron desde las colinas de Medellín en los últimos 15 años.

“A veces nos encontramos en la sede social, en los últimos días lo hacemos en el día porque todo el mundo se encierra después de las 7:00 p.m. y esto queda como pueblo fantasma”. Quien habla es Alonso Franco, director del Carnaval de la 13, un evento que cada octubre lleva el arte callejero a la comuna 13 de Medellín.

Esta, como muchas otras expresiones de arte del barrio —según cálculos de los mismos jóvenes hay unas 120 corporaciones en la zona— nació tras un fuerte episodio de violencia. “Cuando ocurrió la operación Orión (operativo contra milicias realizado el 16 y 17 de octubre de 2002), nadie volvió a salir. El gobierno de la época nos dijo que iba a invertir en arte y cultura, pero la plata no se vio. Y a la gente le daba miedo reunirse, pero unos poquitos seguimos haciéndolo para no dejar morir lo que habíamos construido”, contó Franco.

Entre citas clandestinas pasaron los meses y los años, y surgió una idea loca: salir a la calle y mostrar lo que hacían. Primero fue una toma callejera, después 7 organizaciones se agruparon en una corporación llamada Expresarte y en 2006 hicieron por primera vez el Carnaval.

Hoy el evento cuenta con apoyo oficial e invitados nacionales y por las empinadas calles de El Socorro, La Quiebra y Juan XXIII ya desfilaron artistas del carnaval del Diablo de Riosucio (Caldas), el de Blancos y Negros en Pasto (Nariño) y el de Barranquilla, que además enseñaron a los locales a hacer carrozas.

La otra historia

Un mes antes de que el carnaval se tome las calles, las canchas y parques de la comuna 13 se convierten en salas de cine y alfombras rojas por donde desfilan actores, productores y directores como Salvo Basile, Carlos César Arbeláez (director de Los Colores de La Montaña) y los colectivos Cine en Movimiento y Chaski, de Argentina.

La corporación Full Producciones, que surgió de lo que antes fue el canal local Visión 13, es la responsable del Festival de Cine y Televisión Comunitaria.

El grupo además funciona como semillero y escuela audiovisual, y gracias a su trabajo, los niños y adolescentes han logrado producir cortos y documentales sobre los desaparecidos del barrio, la operación Mariscal (previa a Orión), la prevención del bullying, las fronteras invisibles y el amor.

Luis Fernando Avendaño, uno de los más veteranos en la Corporación, cuenta que varios de sus pupilos ya son profesionales en comunicaciones, y que el trabajo colectivo evitó que muchos niños terminaran metidos en el conflicto.

“Vea nada más: fuimos invitados con 14 muchachos a México, al festival La Matatena. Con ellos vamos a aprender más de cine infantil, para así ampliar más el Festivalito La Otra Historia, que hoy hacemos con los niños, a los que queremos llevarles mensajes que vayan más allá del que trae el cine comercial”, dice.

El equipo de trabajo está convencido de que las cámaras, el cine y el audiovisual se convirtieron en “antídotos contra la violencia” y en “el mejor pretexto para romper las barreras imaginarias”, por eso mantienen abierta la escuela y los demás proyectos, a pesar de que la situación de seguridad se ha deteriorado, al punto que las actividades finalizan antes de las 5:30 p.m. o 6:00 p.m.

Y es que la Alcaldía de Medellín reconoció que los barrios Betania y Villa Laura, donde se concentra el trabajo de la corporación, están en medio de una disputa de bandas delincuenciales.

Ese regreso de las balas hizo que este año el festival se traslade a los colegios. “Hasta ahora nunca nos ha pasado nada en las exhibiciones, pero sabemos que el ‘clima’ a veces no deja estar siempre afuera”, justifica el hombre.

Y aclara que a pesar de lo que suceda, seguirán en su empeño de sacar a los jóvenes de las esquinas y armarlos con una cámara para que cuenten sus vidas, como lo han hecho hasta ahora.

El trabajo de Full Producciones y los muchachos del barrio ya ha sido reconocido por actores de la talla de Salvo Basile (uno de los primeros invitados al festival) y premiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en 2015.

Moravia Tours

Desde la estación Caribe del metro, El Morro asoma como una montaña florecida. Un camino de cemento serpentea en medio de hierba, duranta limón, matas de plátano y un sinfín de gallinas. El aire parece limpio y el ruido de la vecina Avenida Regional, por donde circulan pesados camiones, poco se siente. Desde cualquier parte del barrio Moravia, El Morro domina la vista.

Parece un paraíso hasta que debajo de un árbol, donde una gallina escarba buscando lombrices, la tierra negra empieza a desaparecer entre capas blancas de material plástico y restos de lo que alguna vez fueron empaques de comida o productos de aseo.

De la gallina hacia abajo hay unos 30 metros de la basura que Medellín desechó durante 7 años (entre 1977 y 1984); y que sirvió para alimentar a los desplazados, desempleados y desarraigados que se quedaron a vivir hasta que en 2004 fueron reubicados en apartamentos de Pajarito y La Aurora, lejos de aquí.

Por años el barrio creció, fue bodega de drogas, caleta de armas, sede de luchas entre combos y escenario de muchos miedos. También vio nacer a Miler Ángel Agudelo, quien hoy camina por las calles tirando besos a los niños y las muchachas, y contando a los extranjeros la historia de lo que él considera un paraíso.

Con apenas 17 años, es el creador de Memoria Tours la empresa de recorridos guiados que, confiesa, apenas está en proceso de legalización.

La idea nació tras aprobar un curso técnico que el Colegio Mayor dictó en su colegio Fe y Alegría cuando él apenas cursaba noveno grado. Hoy, según sus cuentas, ya 450 personas, muchas de ellas extranjeras, han venido a conocer el barrio y su historia.

Durante los dos años que lleva de funcionamiento, el recorrido y las historias han cambiado, algunas veces por pedido de los turistas y otras por fuerza mayor. El cambio a la ruta se hizo en agosto de 2017, luego de que un incendio arrasó con más de 100 viviendas.

Miler, que para entonces estaba en el colegio, se encargó con sus compañeros de recibir y clasificar ayudas para los damnificados. “Todo el mundo ayudó. Llegaron más de 3.000 prendas y 2.000 unidades de alimentos. Es que eso es Moravia: gente que te ayuda si lo necesitas, que cocina un plato más de almuerzo por si pasa alguien con hambre”, agrega el muchacho.

Plantas de memoria

Las montañas del barrio La Cruz, oriente de Medellín y en el barrio San Javier, occidente, se han convertido en huertas itinerantes para Ghido Alma, integrante de los colectivos Agroarte y Hip Hop Agrario, que mezclan lo urbano y lo rural: la siembra y el rap.

“Nosotros nos unimos en los afectos, en la historia del país que nace de la siembra y el campo, y en la música”, cuenta el muchacho.

El líder de Agroarte es Aka, un rapero que creció frente a la escombrera de la comuna 13, y que luego fue desplazado del barrio por actores violentos. Él aprendió la siembra de su madre y las vecinas, y lo enseñó a Ghido y otros muchachos.

Ambos grupos hoy han crecido y tienen más de 30 personas, algunos profesionales de ciencias sociales y otros adolescentes con talento musical. Cada semana se reúnen a componer canciones, contar sus historias, sembrar y cosechar para compartir la mesa, porque tampoco comercializan lo que producen. “Esta es nuestra filosofía de vida: sembramos plantas, pero también valores y memoria”, agrega Ghido .

11%
de los jóvenes de Medellín están en riesgo de ser reclutados: Alcaldía.
502
mil jóvenes participan en grupos y proyectos culturales y artísticos: Alcaldía.

ARTE EN OPOSICIÓN A LA MUERTE

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En 2012 el sector cultural de la comuna 13 se vistió de luto: el rapero “Duke” fue asesinado cuando regresaba a su casa; y varios integrantes del grupo Son Batá fueron amenazados. “Ese fue el momento más difícil que vivimos. Las autoridades nos llamaron y nos dijeron que no podíamos hacer el carnaval, pero nosotros sabíamos que no íbamos a parar”, dice Alonso Franco, organizador del evento. Ese año, aunque hubo miedo, la fiesta de las artes estuvo en las calles y la gente la acompañó.

El festival de cine también tuvo momentos de tensión. En la primera edición, recuerda Luis Fernando Avendaño, la fuerza pública les recomendó no ir hasta los barrios Juan XXIII, El Salado y El Socorro, pues eran los más complicados por la situación de seguridad. “Pero nosotros nos fuimos de frente. Llevamos equipos y los instalamos, la gente nos miraba. Y fue muy lindo porque después apareció (el actor) Salvo Basile y todo el mundo salió a tomarse fotos con él. Fue una gran alegría”, dijo.

LA SIEMBRA SE EXTIENDE POR TODO EL PAÍS

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La mezcla de siembra y hip hop ya salió de Medellín. Ghido, integrante de Agroarte, relató que una de las experiencias más enriquecedoras para el grupo fue el intercambio cultural que hicieron con la comunidad del resguardo indígena de San Lorenzo, en el año 2017. “Llegamos por una ‘parcera’ que estaba haciendo un trabajo de radionovelas con las mujeres de la comunidad. Allá, con uno de los chicos, grabamos un tema, hicimos un trueque: llegar allá, aprender de su cultura, a cambio de enseñarles algo del hip hop”, explicó.

Hasta el resguardo llevaron un estudio móvil y un DJ e hicieron un intercambio de conocimientos. “Nos juntó la necesidad: allá quieren saber cómo vivimos en las ciudades y nosotros añoramos el campo”, precisó. El siguiente viaje fue a la comunidad del Naya en el Cauca, a donde llegaron el 1 de agosto para conocer la realidad de una de las comunidades que más sufren la violencia hoy. Todos los viajes y proyectos son autofinanciados.

UN PARTIDO LE PUSO FIN A LA GUERRA DE MORAVIA

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Uno de los sitios favoritos de Miler Ángel en Moravia es la cancha que hoy está en reparación. “Esto era un lago, como el del Parque Norte, pero la basura lo tapó”, cuenta el muchacho en uno de sus recorridos. Luego la tierra cubrió la basura y en los 90 la cancha se volvió un punto de encuentro y una frontera invisible del barrio. Miler cuenta —porque se lo contaron sus abuelos, su madre y sus vecinos— que en esa época solo se podía cruzar de un lado al otro de la quebrada La Bermejala para llevar a los niños al colegio. “El narcotráfico y las armas llegaron al barrio y la seguridad era muy difícil. Pero las bandas se cansaron de matarse entre ellas y decidieron sentarse a hablar. Todos tenían miedo, pero la cosa fue fácil y les quedó tiempo, entonces decidieron armar un partido de fútbol. La única condición es que los hombres debían jugar vestidos de mujer”, agrega.

Ese momento, conocido como “el partido de las locas”, se convirtió en un sello de paz que se renueva cada 31 de octubre en el mismo lugar.

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