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La reliquia que le dio luz al tranvía hace un siglo

En el barrio Santa Inés, en Manrique, se mantiene intacta una central hidroeléctrica de 1921. Su historia.

  • Las tres turbinas que algún día generaron energía aún están en su sitio. También se conservan los controles. FOTO esteban vanegas
    Las tres turbinas que algún día generaron energía aún están en su sitio. También se conservan los controles. FOTO esteban vanegas
  • La fachada no ha cambiado en un siglo, pero los alrededores se llenaron de casas. FOTO Gabriel Carvajal, cortesía Eafit
    La fachada no ha cambiado en un siglo, pero los alrededores se llenaron de casas. FOTO Gabriel Carvajal, cortesía Eafit
La reliquia que le dio luz al tranvía hace un siglo
28 de junio de 2021
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Al principio todo era oscuridad. Abajo, una villa provinciana y decimonónica que trataba de salir del letargo de la Colonia. Arriba, en los cerros, soplaba el viento andino, frío, en romería hacia el valle. Pero una noche, la del 7 de junio de 1898, cambió todo. El pequeño pueblo se iluminó y le dio la espalda a la luna para siempre. Las calles se llenaron de parroquianos, todos incrédulos, todos extasiados. Sobre sus caballos salieron a las calles, bebiendo aguardiente; tanto aguardiente que se desbocaron, como las bestias. ¡Medellín tenía alumbrado público, como París!

Comenzaba así el siglo XX, con luz eléctrica en las calles. Muy rápido, el pueblo se acostumbró a la noche. En un texto sobre la época, dice la historiadora Catalina Reyes que la gente no volvió a temerle a espantos o fantasmas. Los cafés se convirtieron en cantinas y las tertulias literarias o políticas se extendieron hasta adentrada la penumbra.

Aquella era una ciudad incipiente, pero que bullía. En sus entrañas se formaba una clase obrera que exigía cada vez más atención. Moverse de un lado a otro no era fácil: había que hacerlo a pie o a caballo. El viejo tranvía de sangre, arrastrado por mulas, estaba ya extinto. Entonces, la promesa eran los carros, muy renombrados en Europa y Norteamérica, pero ¿cómo comparar uno, si era tan costoso, y la ciudad apenas tenía calles empedradas? Hacia 1910 se inició el trazado de un medio de transporte que representaba el futuro, ese prometedor siglo XX que comenzaba. Un tranvía eléctrico.

Solo habían pasado 12 años desde que la villa desterró la oscuridad y ya se pensaba en un tren ligero movido por electricidad. Y, cuatro años después de eso, el ferrocarril se abría paso. “En 1914 la sirena del ferrocarril rompió el ritmo sosegado de la vida, y con él Medellín y la región antioqueña superaron su aislamiento parcial”, se lee en un artículo escrito por Mauricio Archila Neira, incluido en el tomo dos de Historia de Medellín.

En 1918, según la Fundación Museo del Transporte, llegaron los primeros vagones del nuevo tranvía. Solo un año después entraba en funcionamiento el sistema. Su primera línea conectó a los barrios de La América y Buenos Aires con el Centro. “La ciudad había crecido a grandes pasos, y los nuevos habitantes de Medellín, en su mayoría obreros de la nueva industria, ocupaban las laderas de sus montañas. La llegada del Tranvía con sus ocho rutas facilitó la vida”, dice Lorena Giraldo, administradora de la Fundación.

En 1922 y 1923, recuerda la historiadora Reyes, se establecieron las líneas de Sucre, Manrique, Robledo, Belén, Aranjuez y Envigado. “Este vehículo unió los nuevos barrios de clase media y obreros con el centro, creando así un ágil y económico sistema de transporte”, escribió la académica Reyes.

El corazón del tranvía

El corazón del tranvía —desde donde se “bombeaba” la electricidad— estaba trepado sobre la ladera oriental de la ciudad. En 1921 entró en operación la central hidroeléctrica Piedras Blancas. En 1890 la ciudad ya había comprado el embalse Piedras Blancas a sus propietarios, Manuel J. Álvarez y Roberto Tobón, lo que facilitó que desde 1891 se utilizaran sus aguas para proveer al barrio Buenos Aires.

Entonces, al ingeniero Mario Roldán, encargado de las obras del acueducto municipal, se le ocurrió que esa agua, que se precipitaba 550 metros, podía generar energía. Y así se hizo. La planta proveyó al tranvía de energía y cada día, según la historiadora Constanza Toro, generaba 1.000 kw. “Al suministrar energía eléctrica al tranvía de la ciudad desde 1921, proporcionó solución al transporte de obreros y de la clase media”, escribió Toro en un artículo para la enciclopedia Historia de Medellín.

Desde 1898, cuando la ciudad se iluminó, el servicio lo había prestado la Compañía Antioqueña de Instalaciones Eléctricas, una entidad mixta en la que el departamento y el municipio apenas tenían dos terceras partes de las acciones. Según Toro, esa empresa presentaba un servicio deficiente y costoso.

Las quejas de los clientes eran constantes y las industrias, que ya proliferaban en la villa, se perjudican por los cortes de la energía. El Concejo de Medellín, amparado en la Ley 4 de 1893, decidió que todos los servicios públicos quedaran en manos del Municipio. Fue así como en 1920 se crearon las Empresas Públicas Municipales. Su primer gran logro, claro está, fue la construcción de la Central Eléctrica de Piedras Blancas.

La planta funcionó hasta 1952, cuando el rompimiento de un tubo aceleró su declive. El tranvía había dejado de recorrer la ciudad en 1951. Su influencia había mermado a causa del crecimiento en la flota de buses.

Un siglo después

La historia anterior resulta inverosímil. Cuesta imaginar a la Medellín de hoy, azotada por la pandemia y el agite de la vida moderna, como una villa apacible. Pero así fue. Esta ciudad, atravesada por un metro, y cuyo río no tiene meandros, sino que corre cautivo, con rectitud, alguna vez fue un tranquilo pueblo. Sobre la ladera oriental, hoy conquistada por barrios, queda un remanente de esa ciudad que ya no existe. Es la reminiscencia de un tiempo pretérito e inconcebible.

Esa ventana al pasado es la Central Eléctrica de Piedras Blancas, hoy convertida en Museo y a cargo de la Fundación EPM. Su interior se encuentra intacto; los adobes han sabido conservar la maquinaria que hace un siglo dio luz y vida a Medellín. Adentro, en lo que alguna vez fue una bulliciosa central, impera un silencio casi monástico.

El tubo que transportaba el agua desde Piedras Blancas aún existe. Se ve desgastado por el tiempo, cubierto de un óxido que da fe del paso de las décadas. Al lado suyo, mucho más grueso e imponente, está el que ahora provee el agua desde la represa. El líquido baja desde unos 2.500 metros sobre el nivel del mar y cae allí, a los 1.700 metros. Luego se purifica y va hacia Villa Hermosa, donde ya es potable.

Ana María López trabaja en la fundación EPM y conoce bien la historia de la central. Cuando abre las pesadas puertas, la luz vespertina entra con violencia. Explica que la de Piedras Blancas es solo una de las cuatro centrales que se pensaron para suministrar de energía a la ciudad.

Pese a la intención, solo dos concluyeron con éxito. “Esta tenía tres generadores de la General Electric y tres turbinas tipo Pelton. Un operario regulaba el flujo de agua con una válvula. Una aguja entraba y salía y controlaba la presión del agua”, explica López.

Las turbinas siguen en su sitio. Solo el polvo, que puede ser removido fácilmente con un dedo, confirma que llevan medio siglo de inmovilidad. Pero, cuando se mira bien, aparecen, en placas bruñidas, los nombres de los fabricantes.

En la parte inferior, la central tiene una sala que parece una mazmorra. Las puertas están aseguradas con candados y cadenas, pero es posible entrar en compañía de guías de la Fundación EPM. Una vez adentro, pesa el encierro y la falta de luz. Pero vale la pena descubrir el sitio en el que caía el agua y el cauce por donde volvía a ser evacuada. Son las entrañas más profundas de la planta.

López, la guía, dice que la vieja planta eléctrica está abierta a todo el que quiera visitarla. Lo único que se exige es comunicarse con la Fundación EPM y cuadrar un recorrido. El museo estuvo cerrado varios meses durante la pandemia, pero ahora está abierto para todos. “Queremos que nos visiten. A un museo lo hace la gente”, asegura.

Si la vieja central ha cambiado poco en 100 años, sus alrededores y la ciudad sí que lo han hecho. Cuando fue construida, estaba rodeada de verde. Se abrió paso en medio de los potreros. Ahora está circundada de casas, todas ellas de ladrillos sin revocar. Al frente suyo está el Coltejer, que aún no existía cuando se erigió.

Es difícil imaginar a la Medellín que la planta señoreó hace un siglo; imposible saber cómo será la ciudad en 100 años. La central, muy probablemente, esté ahí dentro de un siglo, quién sabe qué tendrá ante sus ojos. Y todos nosotros seremos un recuerdo, uno tan vago como el día en que la ciudad se iluminó

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líneas tenía el viejo tranvía de Medellín. Su operación comercial comenzó en 1919.
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