La propuesta de trasladar la Alma Máter, que en 1960 contaba con 1.549 alumnos, a un enorme terreno que pudiera albergar 25.000 estudiantes (multiplicar por 16 su población) fue calificada de “desfasada” e “innecesaria” por los críticos de la época.
“¡Y cómo van a juntar a todos esos tipos, eso es muy peligroso!”, decían las fuerzas locales de derecha, según recordó, años después, César Valencia Duque, exdirector de Planeación de Medellín.
Además de los reproches, el proyecto millonario de construir una Ciudad para la Universidad de Antioquia en un megalote de 314.843 metros cuadrados, no contaba con recursos. La institución tenía, en ese entonces, a sus alumnos desperdigados en las facultades de Derecho, Medicina, Odontología, Ingeniería y Economía, más las escuelas de Enfermería y Bibliotecología.
Ignacio Vélez Escobar, gobernador de Antioquia (1961) y rector de la universidad (1963), gestó e impulsó esa iniciativa “loca”. Vélez, fallecido en noviembre de 2011, relata en su libro “Historia de la nueva Universidad de Antioquia”, que primero se gestó una profunda reforma administrativa, que era necesaria si se pretendía recibir financiación internacional. “Logramos alcanzar los niveles que exigía el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)”, detalló.
Vélez menciona que en abril de 1965, gracias al apoyo económico y logístico de la Fundación Ford, un grupo de directivos de la universidad visitó varios campus de Estados Unidos, entre ellos, el de Stanford (California).
La historiadora María Teresa Uribe escribió en su libro sobre los 200 años de la universidad, que las transformaciones se prepararon desde los años 1950 con los cambios en la Facultad de Medicina. “Tales reformas se enmarcaron en ese ideal de modernización y desarrollo que paulatinamente se gestaba en Colombia y que tenía como referente a Estados Unidos”.
El actual rector, John Jairo Arboleda, mencionó que el plan concebido por esa comisión era revolucionario porque el modelo implementado hasta entonces era el europeo, en el que cada unidad académica contaba con un edificio independiente.
“Se asumió el modelo norteamericano, con una ciudadela universitaria que aglutinara todas las áreas del conocimiento, que juntara las ciencias exactas con las humanas para resolver problemas sociales”, dijo Arboleda.
Financiación y desarrollo
Surtida la reforma administrativa, faltaba la etapa más compleja: conseguir los $131.5 millones que valía la construcción. Para trazar un símil, el presupuesto de Antioquia en 1951 era de $140 millones, es decir, que la sede costaba casi el valor de funcionamiento e inversión del departamento en todo un año.
Los recursos se gestionaron en todos los frentes posibles. Por la venta del ferrocarril a la Nación, el departamento recibió $190 millones, de los cuales, fueron reservados $25 millones.
Por la venta de propiedades que la Universidad tenía en la ciudad se recaudaron otros $32 millones. Una ley de auxilios, aprobada por el Congreso, permitió la incorporación de $15 millones, y finalmente, en julio de 1966, el BID aprobó un crédito por 5 millones de dólares, unos $60 millones.
Definir el lote del campus también implicó largas discusiones. Además del actual predio, se barajaron las alternativas de remodelar las viejas instalaciones de San Ignacio o de edificar una sede cercana al municipio de Rionegro.
El terreno seleccionado era pantanoso y tenía el antecedente de un negocio frustrado entre el Municipio y el Instituto de Crédito Territorial. De nuevo apareció el liderazgo de Vélez que demostró que la capa de lodo correspondía a inundaciones del río Medellín.
Harold Gores, presidente del Educational Facilities Laboratories y uno de los asesores internacionales, dijo en 1967: “Si continúan cumpliendo el restante 40 % de la Universidad en la forma extraordinaria que ha caracterizado el primer 60 %, habrán creado una universidad que será clave para el diseño de universidades en todo el mundo”.
Como un pueblo antioqueño
Tanto la distribución de la ciudadela, como los materiales de construcción, fueron determinados para asemejar un pueblo tradicional antioqueño.
José Luis Arboleda, historiador de la Colección Patrimonial de la Universidad, explicó que en la plaza central se encuentra el edificio de la Alcaldía y la iglesia, representados por el bloque administrativo y la biblioteca, respectivamente.
“Alrededor de estos se expande con bloques en cuadrículas españolas y se va generando todo el sentido de sociabilidad. Resignifica la identidad regional”, detalló.
La filiación con la antioqueñidad también se refleja en los materiales de construcción: la piedra que recubre la biblioteca (como representatividad del batolito antioqueño, formación geológica ubicada en la cordillera central); las tejas de barro que tienen la mayoría de bloques y las edificaciones de solo cuatro pisos.
En marzo de 1968 empezó el traslado de la universidad a las nuevas instalaciones con 2.500 alumnos, fecha que se conmemora este año.
Los retos de la Alma Máter
Para el actual rector, Jhon Jairo Arboleda, el gran desafío de la universidad es mantener la calidad educativa y acrecentar el prestigio en investigación y docencia.
Otro de los retos es seguir avanzando en el camino de la internacionalización. Según el directivo, se fortalecerán las redes de cooperación para los programas de extensión, docencia e investigación. También se pretende movilidad de estudiantes, en doble vía, para convertir a la U. de A. en destino de pasantías.
El acto central por la celebración de los 50 años de la Ciudad Universitaria se realizará en octubre, cuando también se conmemoren 215 años de fundación. El homenaje será a Ignacio Vélez Escobar, el promotor de una idea “loca e innecesaria” .