Qué berraquera que Heliconia tenga en su parque principal el monumento de un verraco; es curioso que en Amalfi haya dos figuras de un tigre y se esté preparando una tercera; Carolina del Príncipe sorprende a sus visitantes con una estatua del cantante Juanes; ni qué decir del enorme cangrejo azul que predomina en una playa de Turbo.
Son las esculturas de Antioquia, que no solo se crearon para conmemorar próceres de la Independencia de Colombia o santos, sino que repasan oficios, alimentos, celebridades o animales, para contar un poco acerca de la historia, las leyendas y la cultura de los pueblos.
Conocer con exactitud cuántas hay en todo el departamento es complejo. La Gobernación no tiene un registro, pero es comprensible, porque muchos monumentos se hicieron hace décadas. El seguimiento y registro no fue juicioso y quizás muchos papeles se quedaron olvidados en despachos de las alcaldías.
Para dimensionar la cantidad basta saber que Medellín tiene 488 inventariadas por la Secretaría de Cultura. Habrá que ver cuántas más están por ahí pendientes de sumarse a la lista. Ahora, imagínese tratar de ponerles un número a todas las que existen en los otros 124 municipios.
Curiosos animales
La escultura del silletero en Santa Elena resulta obvia debido a la tradición de las flores del corregimiento de Medellín; el Monumento al maíz, del maestro Édgar Negret, se entiende en Sonsón por ser un municipio dedicado a este cultivo; pero ¿qué significan un tigre, un marrano y un cangrejo para los pueblos en los que fueron esculpidos?
No fue en Macondo, aunque lo pueda parecer, sino en Amalfi donde hubo una celebración por la caza de un tigre –en realidad era un jaguar– que le costó el puesto a un alcalde y el traslado a un cura.
Román Monsalve Sánchez, actual mandatario de este municipio del Nordeste, contó que la historia se desarrolló en la década de 1940. Más de 1.000 reses había devorado el felino y ni los más hábiles cazadores lo podían detener.
“En noviembre de 1949, después de muchos intentos, acabaron con el animal. Decimos que el tigre se comió al alcalde y al cura de aquel entonces, porque el primero se gastó recursos públicos para festejar el final del depredador y lo destituyeron, mientras que el segundo hizo tocar las campanas de la iglesia y se lo llevaron para otro lado”, relató.
Así fue que Amalfi, pese a los daños causados por el tigre, lo convirtió en un símbolo, al punto que en 1970 fue instalada la primera escultura en su honor.
Como si fuera poco, en 2004 se ubicó otra frente a la casa cural que, en 2014, fue reubicada cerca a la primera en el parque principal. El alcalde Monsalve reveló que en sus planes está dejar una tercera en el sector Pueblo Nuevo.
Del Nordeste pasamos al Occidente, puntualmente a Heliconia, donde un marrano enorme preside su plaza desde 2011. En la compilación de columnas llamada Historia de Antioquia (1996), de Roberto Cadavid Misas, se cuenta el origen de la leyenda del Verraco de Guaca, que dio origen a la escultura.
Según el relato, había un semental famoso en una granja al que, por sus buenas crías, varios finqueros le llevaban sus marranas para que se divirtiera. En las noches, el cerdo se escapaba a perseguir hembras y causaba estragos en el pueblo matando animales de corral.
Ramiro Correa Villa, profesor de Escultura de la Universidad de Antioquia, explicó que precisamente, para mantener una identidad en el tiempo, es que se esculpen figuras como la del tigre y el verraco.
“Se trata de íconos que forman parte de la tradición oral de los pueblos. Representan su folclor y generan identidad. Por eso es comprensible que por ejemplo en Turbo, en el Urabá antioqueño, hayan creado una escultura de un cangrejo azul, porque sus habitantes y sus tradiciones están en contacto con este animal”, dijo.
Elkin Villalobos, coordinador de Turismo de Turbo, agregó que las costas de este municipio son el hábitat del crustáceo, debido a su baja salinidad y a la existencia de manglares, y por este motivo su consumo se volvió tradicional desde tiempos ancestrales.
En homenaje al cangrejo azul, en 2016 la actual administración mandó a esculpir la obra que fue ubicada en Playa Dulce, que es ahora imán de turismo y sitio de encuentro para los habitantes de la localidad.
Villalobos señaló que de esta manera la gente de Turbo no olvidará que hace parte del patrimonio cultural del pueblo y, debido a que en 2014 el Ministerio de Ambiente lo incluyó como una especie vulnerable, quizás pueda trabajarse de la mano con la autoridad ambiental para regular su caza y consumo.
Lo mismo dijo el alcalde Monsalve sobre las esculturas del tigre de Amalfi, pues a la vez que representan parte de la cultura, también sirven para que las personas entiendan que el felino real, el jaguar, tiene corredores naturales en el municipio y no debe ser cazado.
Más que próceres
La variedad refresca el espacio público de los municipios antioqueños.
El profesor Correa observó que no solo se trata de Bolívar, Santander, Sucre y otros héroes, sino que las esculturas también retratan la cotidianidad de las regiones.
“El impacto que tienen es fuerte por ser tridimensionales, lo que puede hacerlas muy interactivas; es decir, las personas las pueden tocar y en algunos casos hasta montarse en ellas”, dijo.
Así ocurre en Bello con el monumento Elegía a una lavandera. Guillermo Aguirre, director de la Oficina de Patrimonio local, indicó que esta obra se instaló en 2005, en el aniversario 150 del nacimiento de Marco Fidel Suárez.
Además de retratar un oficio, la escultura le rinde homenaje a la madre del expresidente colombiano, que trabajaba lavando ropa para mantener los gastos del hogar.
“El monumento tiene el atractivo del agua, con unas caídas de cinco metros que lo hacen llamativo y genera que muchos se acerquen a tomarse fotos o a jugar con los chorros”, comentó Aguirre.
En el parque del corregimiento San Cristóbal de Medellín está la escultura en homenaje al arriero; el obrero tiene su representación en una obra instalada en el centro de un parque del municipio de Itagüí que también lleva su nombre; y en el municipio de Urrao (Suroeste) no podía faltar la escultura del cacique Toné.
Correa dice que si estas obras no existieran, pues sencillamente tampoco pasaría nada. No es que se trate de objetos trascendentales, afirmó, pero sí se debe admirar el impacto que generan y la técnica con la que muchas fueron esculpidas.
Concluyó diciendo que, “aunque no sean indispensables, sí pasan del plano decorativo a uno más profundo, el ornamental, porque no son ambientación sino que contribuyen a embellecer un lugar. Además de lo que quieren representar, se convierten en sitios de encuentro ideales para la gente” .