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La grandeza de su gente

Los santafereños han contribuido con el desarrollo de su región. Historias de emprendimiento con solidaridad.

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04 de diciembre de 2016
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De sus manos ha crecido el pueblo y su gente. El desarrollo no lo dejaron, exclusivamente, a los foráneos. Campesinos que con su tesón y emprendimiento participaron en la construcción del nuevo Santa Fe de Antioquia.

Porque la grandeza de un pueblo está en su gente y estos personajes han escrito la historia reciente de la Ciudad Madre y son ejemplo para actuales y futuras generaciones.

El legado de José y Emilia

Con su madera iluminó las noches y generó fuego para calentar los alimentos. Luego, con petróleo, quiso poner a rodar máquinas. José Adán Oquendo es una especie de héroe moderno. Uno de historia reciente. De esos santafereños que no se detuvo ante los obstáculos.

Del desarrollo jalonado por el auge del turismo, fue partícipe. Trajo la cal y las tuberías con las que se construyeron hosterías, hoteles y fincas. También puso en manos de la gente alimentos y artículos de aseo.

En 1959, este hombre que en vida fue reconocido como uno de los empresarios más importantes de la región, vendía en la plaza central la panela en costales que bajaba del campo. Bajó de la vereda Peñitas, donde se crió entre gallinas y cultivos de café, para establecerse en el casco urbano.

Édison Oquendo, uno de sus hijos, recuerda que José Adán, en 1969, al ver que las estructuras coloniales se deterioraban y de Medellín se empezaban a construir casas de recreo, empezó a vender pintura en una tienda de abarrotes que había abierto en el pueblo.

“En el 78 empezó con la ferretería. Fue el primero en vender tubería de PVC y eso fue novedoso en Santa Fe. El pueblo iba creciendo y mi padre estaba ahí”, afirma.

Juan Carlos Rueda recuerda, con gratitud, el gesto de José Adán hace poco más de tres décadas. “Mi madre estaba sola, sin trabajo. Él le dijo que le arrendaba un local en el parque para que se mantuviera”.

De allí nació el restaurante Pielroja, uno de los más reconocidos de la Ciudad Madre y, otrora, paradero obligado de los buses que iban a Urabá, cuando no existía la variante y tenían que atravesar el pueblo.

Doña Emilia, la madre de Juan, asumió el legado de bondad de José Adán y que le dejó igualmente a sus progenitores.

Hoy tiene 10 empleados, y una de ellas trabaja hace 30 años en el lugar.

“El negocio ha cambiado y no es tan bueno como antes, pero le ha dado la posibilidad a nuestra familia y empleados de progresar”, dice Juan Carlos.

José Adán y Emilia son dos de los personajes que encarnan el desarrollo de Santa Fe. Su mensaje de trabajo honesto y solidaridad queda escrito y sigue vigente en sus herederos.

FOTO DONALDO ZULUAGA
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Duendes, brujas y entierros

Brujas, fantasmas, entierros, riquezas dilapidadas, cuentos que hoy son narrados como asuntos reales y hechos reales que son contadas como mitos, hacen parte de los siglos de esplendor e historias de Santa Fe de Antioquia. El filón histórico tiene distintas vertientes de acuerdo con la mente de quien lo narre.

Brujas, dice Ana Arrubla, mujer de piel cuarteada por el tiempo, el trabajo duro y la inclemencia del sol de estos lados, que en otros tiempos era común ver volar las “brujas” sobre los tejados en noches oscuras y cuando la luna se ocultaba. No faltaba el sacerdote que hacía llenarnos de miedo frente a esas apariciones, dice. En las viejas casonas de cuartos infinitos, narra la anciana, también era común escuchar los pasos de personas que habían muerto hacía muchos años y, como no había cajas fuertes ni bancos, enterraban el oro, la plata y otros tesoros, debajo de sus camas y patios. Luego los sorprendía la muerte y en ella no podían descansar en paz hasta que alguien no desenterrara su avaricia por almacenarlo todo.

Uno de esos tesoros lo encontró un personaje conocido en la Ciudad Madre como Goyo Alto, una suerte de hombre almadana, que se ha ganado la vida haciendo los trabajos más duros en el pueblo. Quien necesite romper una roca, abrir una calle u otro trabajo al que nadie se le mida, llama a Goyo y él ejecuta la tarea, comentan en el pueblo.

En una de las renovaciones del Seminario Mayor un sacerdote contrató a Goyo Alto para que rompiera el piso y ejecutara la obra. Estaba en esa tarea cuando dio con un tesoro que algún monje, sacerdote u obispo ocultó en ese lugar. Goyo Alto, dueño de una honestidad a toda prueba, llamó a un sacerdote para entregarle el tesoro compuesto por barras de oro y otros objetos de gran valor. El sacerdote le dijo: “eso es suyo, Dios se lo concedió como premio a su trabajo y honestidad. Goyo no aceptó el tesoro y, de todas formas, se lo entregó al sacerdote.

Dice la historia que el religioso le respondió: Goyo, si usted no recibe este ofrecimiento seguramente Dios lo condenará a ganarse en resto de su vida en oficios duros y la pobreza. Hoy Goyo Gordo sigue feliz, sin seguridad social, sin riqueza alguna, rompiendo rocas y haciendo lo que nadie es capaz en la Ciudad Madre.

FOTO DONALDO ZULUAGA
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Semana Santa y sus templos

Una de las tradiciones más antiguas de la Ciudad Madre, Antioquia y el país es la celebración de la Semana Santa, la cual tiene una tradición de más de 350 años. El fervor cristiano de la ciudad desde sus orígenes siempre ha mantenido unido al poder central con la Iglesia Católica. Distintos documentos prueban que las procesiones de la Semana Mayor se remontan a la mitad del siglo XVII, tiempo en que se fueron constituyendo piadosas cofradías y se levantaban altares en los templos dedicados a los santos de las iglesias que iban construyendo. Los personajes de esa época, cada uno tratando de superar al otro, adquirían en Quito y Europa imágenes para las iglesias. Para ello no ahorraban dinero alguno y siempre buscaban lo mejor de los artistas de la época. Prueba de la devoción cristiana de la Ciudad Madre es su museo de Arte Religioso, tesoro de las iglesias y los altares de estas, que necesitan atención urgente para restaurarlos y devolverles su valor. El órgano de la Catedral, pese a que le pagaron una restauración, hoy necesita una segunda reparación.

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Por el mundo mostrando su pueblo

La pérdida de un riñón impidió que Giovany Castro, instructor del Sena y reconocido internacionalmente por su habilidades en la preparación de alimentos, cafés y cocteles, fuera un caficultor como lo anheló.

Creció en las montañas de Santa Fe de Antioquia, en la vereda El Plan, y a diferencia de vecinos y compañeros de colegio, no soñaba con llegar a la gran ciudad.

“Sufrí una enfermedad y tuvieron que sacarme un riñón. Nunca más pude volver a hacer trabajos que demandaran un gran esfuerzo físico, cuenta el joven de 24 años.

Giovany trabajó como vigilante en un hotel de Santa Fe de Antioquia. Ahí, viendo la labor del chef, se enamoró de ese oficio y se propuso seguir ese camino.

Encontró el Sena y realizó una técnica en alimentos. Cuenta que, inmediatamente certificado le llovieron los trabajos.

“En Santa Fe hay hoteles y restaurantes de calidad. El turismo crece y se requieren personas que sepan de cocina”, confiesa.

Se saborea un café. Aprovecha para sacar pecho por el grano que se produce en su pueblo. Insiste en que si el turismo es fuente de ingresos para su pueblo, la caficultura es toda una vocación.

“Hay que cambiar el chip y transformar lo que vendemos. No vamos a vender café en almendra, vamos a tostarlo. Es fortalecer lo agrícola”, asevera y agrega que los jóvenes se deben capacitar y el Sena es un espacio ideal para hacerlo. En Santa Fe hay cuatro sedes de la entidad.

Recién llega de Italia. Ya ha recorrido Perú, Brasil y ahora quiere transmitirle los conocimientos a una camada de muchachos, muchos de ellos que-lamenta-quieren dejar el pueblo.

“Quiero seguir viajando para traer más conocimientos. Pero no anhelo dejar mi pueblo. Creo en él y su gente y estoy convencido que viene un futuro mejor. Es un orgullo para mi decir que amo el campo y lo que hoy hago”, concluye.

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