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¿Qué puede ser peor que atravesar a pie una selva de más de 600.000 hectáreas, con temperaturas promedio de 30°C, infestada de insectos y enfermedades tropicales, ladrones, depravados y narcos? Tal parece que regresar al país de origen, a juzgar por la manera en que miles de migrantes se aventuran por la insondable selva del Darién.
Esta peligrosa travesía volvió a ser material de primera plana debido a la nueva crisis de migrantes que afecta a Necoclí (Antioquia) y Acandí (Chocó). Según las cuentas de la Defensoría del Pueblo, 15.000 forasteros provenientes de Haití, Cuba, África y Asia, confluyeron en el Golfo de Urabá a mediados de julio.
Tal cual ha venido informando EL COLOMBIANO, el represamiento de los trasegantes se dio cuando su cantidad superó la capacidad de transporte disponible en Necoclí y Turbo, desde donde zarpan las embarcaciones hacia el corregimiento de Capurganá (Acandí), y la gente se quedó sin tiquetes.
“En los últimos dos días se han logrado evacuar unas 3.000 personas de las que estaban esperando en Necoclí, aunque la crisis todavía no ha terminado”, relató Emigdio Pertuz, líder del consejo comunitario Cocomanorte, que reúne a pobladores de Urabá.
En los días extra que se tardaron en partir, los migrantes consumieron parte del dinero que tenían presupuestado para su viaje (en comida y hospedaje), por lo que muchos se están arriesgando a emprender el camino de la selva.
A diferencia de la crisis de migrantes de enero de 2019, cuando se represaron cerca de 5.000 personas en la región, esta vez el recorrido es más largo. En aquel entonces, los extranjeros llegaban en lancha a Capurganá y desde allí caminaban la jungla hasta los poblados de La Miel y Puerto Obaldía, en el lado panameño. A paso de niño, anciano o enfermo, estaban llegando entre nueve y 12 horas después.
Ahora el panorama es diferente: “El Gobierno panameño está prohibiendo la llegada a La Miel y a Obaldía, entonces la gente tiene que caminar hasta un pueblo que le dicen Metetí. Son seis o siete días de camino, es mucho más bravo”, señaló Pertuz.
Los obstáculos
La selva del Darién comienza en el Parque Natural Los Katíos, al cual – desde el costado antioqueño – se accede por el municipio de Turbo. Según la información oficial de Parques Naturales de Colombia, abarca 72.000 hectáreas, de las cuales 38.000 ha son montañosas.
El sendero pasa por Riosucio y Unguía (Chocó), antes de pisar la línea fronteriza de la provincia panameña del Darién. Allí la jungla es absorbida por el Parque Natural Darién, de 560.000 ha.
Un migrante cubano, que solicitó la reserva de su identidad, sobrevivió a una travesía de cinco días por esta zona, en 2019. Relató que “lo más difícil fueron las subidas y bajadas de la Serranía del Darién, porque la gente se fatiga, se resbala, llueve mucho y el pantano en esos senderos se le pega a uno de los pies. La marcha se vuelve lenta, y las personas enfermas o las que cargan niños se rinden”, recordó.
Los peligros naturales incluyen enfermedades tropicales, como leishmaniasis y malaria; así como serpientes, jaguares y animales salvajes que, al ver invadido su territorio, pueden atacar.
De la situación de los extranjeros se aprovechan los “chilingueros” o “coyotes”, lugareños que cobran desde 25 hasta 100 dólares por guiarlos a través del tapón. Algunos son honestos y cumplen su cometido, dejando a estas personas en el caserío Bajo Chiquito, en Panamá; otros estafan a los exiliados, abandonándolos en el bosque, a merced de ladrones y abusadores.
En el área delinque la organización criminal Clan del Golfo, que recluta a los viajeros para que carguen mochilas con hasta ocho kilos de cocaína, las cuales serán recibidas en el país vecino y acopiadas en Cabo Tiburón, para su posterior exportación.
Fuentes judiciales indicaron que esa situación expone a los migrantes a sufrir asaltos, en medio de disputas narcotraficantes. “En el tapón del Darién se presenta algo que en el argot delincuencial le dicen el ‘tumbe’: cuando piratas se roban los cargamentos de cocaína de otros, bien sea atracando la lancha en altamar o a los correos humanos que los llevan a pie por la serranía. A veces matan a las personas para quitarles una droga que ni siquiera les pertenece”, relató un investigador policial.
Al respecto, buscamos declaraciones de la Armada y la Policía de Urabá, sin respuesta hasta el momento. En su última visita a la zona, el pasado 31 de julio, el ministro de Defensa, Diego Molano, dijo: “No le permitiremos al Clan del Golfo, ni a ningún grupo al margen de la ley, que instrumentalice los migrantes o habitantes de Necoclí para conseguir recursos que alimenten actividades ilícitas”.
Carlos Camargo, defensor del Pueblo, expresó que “hemos tenido información de posibles muertes de migrantes debido a las difíciles condiciones del recorrido por la selva hacia Panamá, también de delitos contra ellos”.
Su despacho hizo un llamado a los gobiernos de Colombia y Panamá para que intercedan, en especial para proteger a los niños que viajan en las travesías, y trabaja en la gestión de una cumbre con defensores del continente, con el propósito de establecer mecanismos de ayuda.
Para hoy está programada una reunión de cancilleres de Colombia, Ecuador, Panamá, Brasil, Chile y Costa Rica, donde se evaluará la situación.
La responsabilidad va más allá de la frontera colombo-panameña. En caso de que los extranjeros sobrevivan a la manigua, todavía les queda atravesar una selva de asfalto en Centroamérica, en el trayecto hacia su destino en Estados Unidos.
Egresado de la U.P.B. Periodista del Área de Investigaciones, especializado en temas de seguridad, crimen organizado y delincuencia local y transnacional.