Era un sábado, el día de más ventas en el negocio familiar de asados, cuando, a las 6:00 p.m., tres hombres se bajaron de un taxi e interrogaron a Luz Enith Franco Noreña sobre información acerca de su “patrón”, pero ella les dijo que él no era su jefe sino su esposo. Se llamaba Arles Edisson Guzmán Medina.
La pareja llevaba dos años de matrimonio y había alquilado el local para montar su emprendimiento, con la ilusión de ahorrar y comprar una vivienda propia. Ante la llegada de los desconocidos, pensaron que los iban a atracar, por lo cual Arles cogió la mitad de las ganancias y la llevó a la casa para ponerla a salvo.
Casi dos horas después, otro taxi apareció y nuevos hombres preguntaron por Guzmán, esa vez con nombre propio, y le manifestaron que debía ir a entrevistarse con un comandante paramilitar. Pese a la insistencia de la esposa por acompañarlos, no lo permitieron. “Él vuelve en una hora”, dijeron ese 30 de noviembre de 2002, lo cogieron del cuello y lo obligaron a subir al vehículo. Esa fue la última cosa que Luz Enith vio antes de desmayarse.
Una nueva esperanza
Desde entonces han pasado casi dos décadas de lucha y resistencia que ella no parará hasta saber por qué se llevaron a su esposo y qué hicieron con él. Y, por eso, ayer recibió con gran alegría la noticia que considera una luz en medio de tantos años de oscuridad: el caso de Arles fue presentado, el pasado 5 de septiembre, por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ante la Corte Interamericana de DD. HH. (Corte IDH).
En consideración de la CIDH, este hecho de desaparición forzada, que se presentó casi un mes después de la Operación Orión y en una época de control paramilitar en la zona, no contó con una respuesta real del Estado colombiano: no se emprendió una investigación oportuna, no se activó un plan de búsqueda y, 19 años después, “las diligencias promovidas para juzgar a los responsables y determinar el paradero de la víctima son escasas”.
Durante esos 19 años, Luz Enith y otros familiares han buscado verdad, justicia y, lo más importante, que encuentren, identifiquen y entreguen el cuerpo para darle sepultura digna. Los días posteriores a la desaparición, la mujer llegó hasta el corregimiento San Cristóbal, donde le dijeron que podía encontrar rastros de su amor. Pero solo halló la hostilidad de un hombre que le dio cinco minutos para dejar el sitio y le insinuó que su esposo no volvería a casa con vida.