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La ruralidad que se resiste a morir en Envigado

Campesinos de Envigado ven cómo el crecimiento urbano ha cambiado su entorno. ¿Por qué siguen allí?

  • 1. La casa de los Jaramillo cuenta con la privilegiada vista sobre el creciente Envigado. 2. Los edificios modernos cada día están más cerca de la casa de Francisco Castaño, en El Salado. 3. Amelia y su hermana, en su casona con sus nuevos vecinos. FOTOs manuel saldarriaga
    1. La casa de los Jaramillo cuenta con la privilegiada vista sobre el creciente Envigado. 2. Los edificios modernos cada día están más cerca de la casa de Francisco Castaño, en El Salado. 3. Amelia y su hermana, en su casona con sus nuevos vecinos. FOTO s manuel saldarriaga
  • La ruralidad que se resiste a morir en Envigado
  • La ruralidad que se resiste a morir en Envigado
06 de febrero de 2018
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Casas viejas, esas de los abuelos, de los tíos. Las de corredores amplios decorados con plantas de colores. Aquellas donde habitaron grandes familias y son símbolo del campesino, de la herencia agrícola de estas tierras.

Esas construcciones aún persisten en el Valle de Aburrá, se niegan al vértigo del crecimiento urbano en los municipios del sur, casi siempre de manera vertical. Por ejemplo, en Envigado, en 2016 se registraron 1.600 unidades de vivenda licenciadas y en 2017 la cifra se incrementó a 2.100.

Allí, recorrimos algunos caminos, buscando entre edificaciones modernas y calles estrechas aquellas casas campesinas que perduran y se resisten a un inminente adiós.

En la loma de El Chocho, el verde sigue estando presente, pero, basta con acercarse un poco a los árboles para toparse con el cemento y los carros que se esconden tras ellos.

Un poco más arriba del templo Nuestra Señora de La Purísima Concepción hay una finca que atrae la mirada por su color rojo. Se trata del hogar de los Jaramillo, una casona que parece más de un cuento costumbrista que de una ciudad moderna.

Según Bernardo Jaramillo, la casa fue construida por sus tatarabuelos, así que las cuentas van por 200 años de historia y creación. Sus hermanas fueron las fundadoras de la parroquia del sector, que ahora añoran ampliar.

En esta casa, además de un amplio patio, hay dos invernaderos que podrían ser del mismo tamaño de los apartamentos vecinos. Allí cultivan diferentes especies de flores y plantas, que venden los sábados en el tradicional Sanalejo del Parque de Bolívar en Medellín.

Para Amelia Jaramillo, la llegada de los nuevos vecinos tiene su lado gris y su ángulo bonito. “Todos esos edificios nos taparon la vista al pueblo (Envigado). Pero, también con la llegada de más gente logramos construir una parroquia, pues antes debíamos ir hasta Santa Gertrudris, en el parque. Ahora estamos en la tarea de ampliarla, pues cada vez viene más gente y nos está quedando pequeña”, comenta.

Como ocurrió con sus vecinos de más abajo, las ofertas para vender sus terrenos llegan casi que con la cuenta de los servicios públicos, pero “de tanto decirles que no, como que se cansaron, pues no volvieron”, relata entre tímidas sonrisas Bernardo.

Mario, otro de los Jaramillo de la casa, relata que este ha sido su hogar siempre y ahora es el de su familia: allí vive con su esposa y dos hijos, quienes también disfrutan de estar en el campo. “No se puede abandonar ni reemplazar la tranquilidad y seguridad que tenemos acá. Eso no se encuentra en otra parte”, asegura.

El campo como hogar

En otro sector, hace 24 años vive Francisco Castaño, quien llegó del creciente Envigado, para asentarse en El Salado, en una casa que, aunque más moderna, sigue conservando un espíritu campesino.

“A mí me decían que porqué no me iba más para el centro, pero yo mejor salí para el campo, uno acá no sufre por comida”, enfatiza Francisco, mientras toma una de las mandarinas de su huerto.

El espacio en el que habita con su familia, y otras dos personas a las que le arrendó el primer piso de su casa, cada vez se estrecha más.

Primero debió vender una parte para la construcción de la vía que comunica al parque ecológico y ahora, por uno de los costados de la casa, hay un conjunto residencial de un par de edificios y una entrada monumental y, por el otro, están construyendo la casa modelo de un nuevo proyecto urbanístico.

“He tenido algunos problemas, pues no he querido vender y eso genera malestar. Incluso, alguna vez me corrieron el cerco hacía el interior de mi predio”, explica Castaño.

Sin embargo, este obrero jubilado no desiste y en la parte trasera de su casa tiene una huerta de la que se siente muy orgulloso, pues allí “hay de todo, desde yuca, hasta limones y mandarinas que cultivo. Hay días en que nos toca regalar, porque son muchos productos para gastar y se dañan”.

¿Qué ha pasado?

La situación a la que se enfrentan no es la más esperanzadora. El auge inmobiliario que se da en sus territorios, con edificios que superan los 20 pisos, aunque el POT actual solo permite hasta 16 niveles, así como el cambio en la vocación ocupacional, son sus principales amenazas.

Daniel Montoya Escobar, ambientalista y residente del municipio, anota que el área rural de Envigado presenta características que la hacen peculiar.

“En unas zonas sí hay producción agrícola, pero en otras son más residenciales. Y en otros casos reservas naturales”, detalla.

Para él existen varias consecuencias que sufren los campesinos, una de ellas es el cambio en su vocación.

“Muchos han pasado a desempeñarse en oficios varios y domésticos en estas nuevas urbanizaciones. Siguen siendo campesinos, pero no llevan a cabo labores propias de ese perfil o, por el contrario, se han dedicado a vender frutas en los peajes, una actividad totalmente informal. Las actividades económicas propias son casi nulas, pues no generan los mismos ingresos o no hay tierra donde hacerlo”, añade.

Otro aspecto que resalta es que el incremento de viviendas, ya sea en urbanizaciones o no, afecta los recursos del sector, en especial el agua, “pues los acueductos veredales no soportan la demanda de tantas personas y los más expuestos a esta situación son los campesinos”, dice.

Montoya considera que se les debe proteger, pues “su labor como protectores del medio ambiente es fundamental. Además, son la memoria viva de la tradición de la ciudad. Así se formó Envigado. Es más fácil sacar un profesional que 15 campesinos”.

Por ello, Montoya también plantea que si se quiere pensar en una estrategia que permita conservar a los campesinos se debe articular su tradición con los jóvenes.

“Los estudiantes deberían visitar estos espacios e interactuar con ellos, aprender sobre labores y conocer las historias. Esto permite una apropiación de lo rural”, añade.

Un asunto de resistir

Tanto a los Jaramillo como a Francisco, no parece asustarles la idea de abandonar sus tierras, quizás porque nunca se les ha pasado por la mente como plan del futuro.

La seguridad con la que hablan de quedarse, de continuar a pesar de que el paisaje se transforme cada vez más, da una idea del amor que sienten por estas tierras, por su hogar. “Nosotros solo salimos de acá cuando Dios nos llame, de resto, acá seguiremos. Es donde lo tenemos todo. No hay razón para irnos”, dice Amelia, y agrega que la relación con los vecinos es buena.

“Estamos en la tarea de ampliar la parroquia, pues ya nos queda pequeña y cada vez está llegando más gente a vivir por acá”, reitera.

Castaño asegura que ha vivido como los ricos: “no nos ha faltado nada y mucho menos, la tranquilidad”.

6
veredas tiene Envigado: El Vallano, Perico, El Escobero, y Las Palmas, son algunas.
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