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Los peros de agua, la alfombra violeta del Valle de Aburrá

Algunas de estas plantas se encuentran floreciendo por todo el Valle de Aburrá. Reconocibles porque pintan de color violeta el lugar donde se encuentran.

  • Estos árboles son recomendados como separadores viales. Sus flores al caer entregan un tapete violeta para el Valle de Aburrá que en ocasiones carece de color. FOTOs emanuel zerbos, josé g. palacio, wikipedia.

    Estos árboles son recomendados como separadores viales. Sus flores al caer entregan un tapete violeta para el Valle de Aburrá que en ocasiones carece de color.

    FOTOs emanuel zerbos, josé g. palacio, wikipedia.

  • Los peros de agua, la alfombra violeta del Valle de Aburrá
  • Los peros de agua, la alfombra violeta del Valle de Aburrá
  • Los peros de agua, la alfombra violeta del Valle de Aburrá
06 de junio de 2016
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El camino violeta va siendo ya un recuerdo. Ese sendero tachonado de flores y fragmentos de flores caídos de los peros de agua, está acabando.

Sin embargo, los copos de muchos de estos árboles todavía están pintados con tonos cercanos al violeta, desde el fucsia hasta el púrpura, que da vida a algunas avenidas de la ciudad y aún suelen verse visitados por abejas y las mariposas, siempre sedientas, que acuden a libar en esos cálices, siempre destapados.

Ni las lluvias han terminado de lavar algunas manchas de tinta violeta del suelo duro de las aceras, en los lugares donde cayó la más espesa masa vegetal, o donde los peatones pisaron con más repetición.

No son pocos los transeúntes que se detienen a observar el espectáculo de colores. Quienes lamentan que haya pasado tan pronto el apogeo de su floración, cuando el camino era un lecho de flores.

En cambio, son menos los que se deleitan con sus frutos.

Algunos les dicen pomarrosa, pero estos, para ser exactos, son los árboles de las conocidas pomas, los cuales también presentan una floración importante, de un color parecido.

En los andenes de la calle 30, que bordean no solo los carriles de los autos y los del metroplús, sino también la quebrada Altavista, los peros de agua están sembrados a corta distancia uno de otro, formando túneles por donde pasan los transeúntes. Proveen de una sombra espesa, con hojas rojizas cuando los árboles son jóvenes y verdes cuando no lo son tanto.

Sus tallos emergen del suelo por unos orificios cicateros que los constructores de aceras se dignan dejar para ellos, tan estrechos, que parecen ojos de aguja enhebrados con dificultad.

¿Cuánto abono puede caber por allí? Por fortuna, los peros aportan muchos beneficios y poco alimento necesitan para vivir.

Los peros no tienen peros. Son los adecuados para la urbe. Se tragan gran parte del humo que flota en el aire. En esto coinciden los botánicos.

Las bondades de los peros

“Es recomendable que los siembren en ciudades contaminadas como esta —dice el biólogo Ramiro Fonnegra, doctorado en Botánica, vinculado al Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos—. Lo mismo que los cámbulos, los guayacanes y los gualandayes. Porque gastan mucha energía y limpian la atmósfera. Consumen grandes cantidades de CO2 del aire para hacer la fotosíntesis y para producir sus frutos. También, al hacer la fotosíntesis, liberan gran cantidad de vapor de agua y oxígeno, de modo que bajan la temperatura y refrescan el ambiente”.

Y como si los anteriores argumentos fueran pocos o baladíes, añade:

“Además, son bonitos: cada árbol crece con forma cónica. Y, si se siembra uno cerca de otro, forman túneles que en dos o tres épocas del año se tornan coloridos, por su floración”.

Fonnegra lamenta que tal floración sea corta —al menos, no tan extensa como muchos quisieran, para disfrutar por más tiempo del regalo de color en urbes tan llenas de gris, como la nuestra—. En cambio celebra sus frutos, que dan de comer a humanos y animales.

“Los peros de agua no son exigentes —según la valoración de Juan David Fernández, ingeniero agrónomo encargado de la curaduría de la colección de especies vivas del Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe—. Se adaptan a distintos climas, pero por encima de los 1.600 metros de altura sobre el nivel del mar comienzan a sufrir.”

Y en cuanto a la alimentación de los peros de agua, Fonnegra indica:

“Los mismos árboles se alimentan tomando micronutrientes del aire. Esta dieta la complementan con las flores y los estambres que ellos botan, caen al suelo y se desintegran formando un compox cuyos nutrientes absorbe por la raíz”.

Inmigrantes como otros

Los peros son inmigrantes. Llegaron, como tantos otros seres que pueblan este país, en épocas pasadas, muy pasadas, procedente de Malasia, la tierra de Sandokán, el pirata, y de e Indonesia, ambos territorios del continente asiático.

En los distintos lugares, la gente les da nombres diferentes. Mientras aquí les decimos, más que nada, peros de agua, en otras partes les dicen yambo, manzana de agua, manzana malaya, pomagás, pomagá, marañón japonés, pomalaca y marañón curazao.

Además de Colombia, también se adaptaron en terrenos que van desde el nivel del mar hasta más de 2.740 metros de altura, en países de América continental y el Caribe. Entre ellos Costa Rica, Panamá, El Salvador, Venezuela, Trinidad y Tobago, Puerto Rico y República Dominicana.

Y como todas las especies —humana, de animales o de vegetales— tienen sus preferencias, nuestro protagonista, cuyo nombre científico es Syzigium malaccense, parece sentirse más a gusto en tierra caliente. A juzgar porque en departamentos como el Chocó y el Amazonas, los árboles superan con mucho la altura de los de Medellín, de 12 a 15 metros, y consiguen crecer hasta unos 20 metros o más. Y su fruto lo llaman marañón y es más dulce que el nuestro.

En años ochenta del siglo pasado hubo una gran siembra de estas plantas en la capital antioqueña. Tal plantación estuvo motivada por las virtudes ornamentales de los peros, así como porque, atraídos por sus frutos, a sus ramas llegan aves como loros, azulejos y mayos, y mamíferos como ardillas y murciélagos, que contribuyen a embellecer la ciudad.

Los murciélagos, dicho sea de paso, son los más importantes contribuyentes en el proceso de polinización de las flores.

El único capricho —no es un pero, es apenas un capricho— que tienen los peros, según el ingeniero agrónomo, es que los suelos en los que estén sembrados no sean cenagosos; los prefieren, más bien, sueltos y arenosos.

Tal vez sea por características anómalas en los terrenos que, según revela Fernández, algunos “individuos hayan sido atacados por hongos” y estén muriendo.

Y ese hongo, comenta el curador, aparece más en tiempos como los de los días actuales, cuando se intercalan lluvias con veranillos.

Seguidor de las políticas del Jardín Botánico, el ingeniero prefiere y fomenta las especies nativas, no por un asunto de xenofobia, sino porque está convencido de que las originarias de Colombia tienen más resistencia a las condiciones físicas del entorno.

No alienta demasiado su siembra por esa misma característica de botar estambres y flores al suelo, puesto que esta materia forma esos colchones que tantas personas celebran por su belleza.

No le gustan, porque “al caer en superficies duras —se refiere a las aceras, que son de cemento—, pueden causar que los transeúntes se resbalen allí”.

Y sugiere que, antes de sembrar los árboles en la ciudad, se debe pensar en todos estos factores.

Un habitante sin tacha

Como si por un momento creyera que el motivo de esta nota con protagonistas tan amables hubiera sido algún reproche de ciudadanos amargados, que tampoco faltan, hacia tales seres, Ramiro Fonnegra pregunta extrañado:

—¿Alguien se ha quejado de los peros?

—Nadie. La gente, en general, está feliz con su belleza, con su florescencia —le respondo.

—Por supuesto. Quién podría disgustarse con estos ejemplares maravillosos.

Ejemplares que están sembrados en numerosos sitios de la ciudad, incluido en el Centro: en Junín con San Juan hay varios de ellos. Por las márgenes del largo viaducto del metro, como por las estación Universidad, Hospital y Prado, lo mismo que entre las estaciones Alpujarra y Exposiciones. Por la orilla del río. En Conquistadores y en municipios como Envigado. En diversos puntos hay congéneres de estos, solitarios las más de las veces, o formando parte de conjuntos de bosques integrados por representantes de otras especies, como carboneros, almendros y gualandayes.

En unos cuantos días, y durante unos tres meses, cuando en estos árboles cuelguen, no ya racimos de flores sino de frutos, serán los pájaros y los mamíferos y no entonces las abejas ni las mariposas, los que acudan a dar cuenta de ellos.

Y, bueno, también niños y adultos que saben lo que es bueno. Unas frutas entre rojizas y moradas, que se comen con cáscara. Frutas de pulpa carnosa y blanda, blanca y jugosa, que rodea la semilla, y de un sabor ni ácido ni dulce...

“Lástima que las personas los cojan y las coman verdes o pintonas, cuando las peras de agua son delicadamente dulces cuando están maduras”, dice Fonnegra.

12
metros o hasta tres metros más crecen los peros de agua en el Valle de Aburrá.
20
metros por lo menos. Altura que logra el pero en regiones como Chocó o Amazonas.
60
a 80 años es el tiempo de vida los árboles. Varias partes de la planta son curativas.
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