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La lotería, creencias y agüeros de compradores

En torno a las loterías hay creencias y agüeros. Hay personas que deciden su número por una avioneta estrellada o por la camiseta del goleador.

  • Tres sitios de lotería: Parque de Berrío, Pasaje La Bastilla y Beneficencia de Antioquia. La Gatica dice: “Es fácil soñar con un numero; lo difícil es ganarse la lotería con él”. FOTO Donaldo Zuluaga
    Tres sitios de lotería: Parque de Berrío, Pasaje La Bastilla y Beneficencia de Antioquia. La Gatica dice: “Es fácil soñar con un numero; lo difícil es ganarse la lotería con él”. FOTO Donaldo Zuluaga
  • La lotería, creencias y agüeros de compradores
21 de septiembre de 2016
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Por mala cabeza tal vez es que uno de los loteros del Centro, después de coger el premio mayor de la Medellín y pasar a integrar la selecta lista de los ricos de esta ciudad, regresó a hacer parte de los pobres o, por lo menos, de quienes tienen que jornalear para subexistir.

“Me acuerdo que a él, un viernes, se le quedaron un billete y varios pedazos ‘encañingados’ —relata Carlos Alberto Gil, un lotero que se sitúa con su tabla cubierta con billetes de lotería organizados de tal forma que uno pisa al otro pero no se tapan los números y todos están sujetos con cordones que van de un extremo a otro de la tabla, para que no se los lleve el viento. ‘Encañingado’ es la palabra que les sirve a los loteros para significar que se le quedaron agarrados de la tabla en el momento de recogerlos, justo antes del sorteo, para irse a devolver los sobrantes a la oficina—. Renegó, claro, pero cuando se dio cuenta de que tenía el billete ganador, se volvió loco”.

No regresó a trabajar y, en cambio de esto, se dedicó a beber y a mujeriar. Carlos Alberto parece verse diciéndole: “No sigás así, Tavo, que la plata se acaba... No me hizo caso y ahora tengo más yo, que al menos tengo la tabla surtida de lotería”.

Este juego es imán que ha atraído a los humanos por siglos. Hay registros de loterías desde el siglo I antes de nuestra era. Las primeras se jugaron en la antigua Roma y en la China de la dinastía Han.

Jugaban y ganaron la lotería personajes célebres como Voltaire, el filósofo de la ilustración, y Casanova, el escritor italiano más conocido por tener suerte con las mujeres. Con los dineros recibidos pagó la publicación de sus libros el primero, y muchos de sus placeres mundanos, el segundo.

Precisamente placeres mundanos es lo que se pagarían todos si se ganan la lotería. Y mundanos no son solamente los placeres de la carne. Daniel, comprador constante de Fredyson, en el Pasaje La Bastilla, lleva cinco años “jugando un numerito: el 8239. Porque le tengo agüero”. Convencido de que está a punto de ganarse el “gordo”, con esa plata se iría de vacaciones con la familia, claro a Europa y a tantos lugares que uno no conoce y, como casa ya tiene, se daría puros lujos.

Y en esto de la lotería, nadie sabe para quién sueña. Agustín Rengifo, quien nació en Quibdó y juega dondequiera que esté, en Ibagué, en Bogotá, en Medellín, cuenta, mientras escoge un número en el puesto de Francisco Mosquera, que una vez ganó un premio grande en la Ciudad musical, con un número que soñó una sobrina suya. “No lo jugué de inmediato; dejé pasar seis días, porque a los sueños uno les debe dar tiempo”. Recuerda que un lotero de su tierra ganó el Extra de Navidad y con esa plata montó el Hotel Global.

Luis Ergirio Bolívar, lotero en la acera del Banco Popular, frente al Parque de Berrío, ganó la lotería cuando no vendía la suerte.

Era 1998. Vivía en Andes, donde tenía una parcela... No era aficionado al juego, pero una vez estuvo hablando con un amigo sobre ese tema y quedó entusiasmado con la idea de comprar una fracción de la Medellín. Bajó al pueblo y, cuando regresó, se dio cuenta de que había olvidado comprar su fracción. El amigo fue a su casa y se ofreció a comprárselo. “Cuál número le busco”, le preguntó. “Cualquiera. Eso da lo mismo”. Ganó 950 mil pesos. Se lo pagaron en Medellín. Tiempo después habría de salir desplazado por la violencia.

En este mundo de contrastes, que muestra a unos riendo de lo que otros lloran, muchos jugadores están atentos al número del avión siniestrado para apostarle.

“Siempre vengo a jugar el número de la tumba de mi mamá: el 1024. Murió hace diez años”, dice María. No se ve en apuros para hallar el número; lo encarga. Así, cuando la ve llegar, Fredyson se acuclilla para buscar, bajo la tabla tapizada de números, una bolsa en la que guarda billetes y fracciones reservadas por sus clientes.

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