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En Manrique la cultura se vuelve resistencia y baile

La comuna 3 es hogar de arte, expresado sobre todo en el baile. Una forma de hacerle frente a la violencia.

  • Unión Latina lleva 16 años de funcionamiento. No tienen sede, bailan en la sala de la casa de Machado, pero este año por fin comenzarán a construirla. FOTO cortesía
    Unión Latina lleva 16 años de funcionamiento. No tienen sede, bailan en la sala de la casa de Machado, pero este año por fin comenzarán a construirla. FOTO cortesía
  • Foto: Cortesía
    Foto: Cortesía
  • Foto: Cortesía
    Foto: Cortesía
13 de febrero de 2022
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Manrique, un barrio de gente unida porque no hay espacio para estar alejados; de casas estrechas, una sobre otra, pintadas de ladrillo; de calles angostas por donde no cabe el Estado y lomas paradas que solo existen en las películas de narcos. Un barrio que carga en la espalda un pasado violento donde en cada casa hay una historia de dolor y de sangre o un hijo asesinado. De muertos y asesinos buenos y malos donde vale más la palabra que la amistad. De vidas cortas donde no se sueña con llegar a viejo y de niños y jóvenes jugando en las calles a esquivar los carros y las motos y el hambre.

Manrique es en realidad muchos barrios, 19, ubicados en la periferia de la zona nororiental de la ciudad, con unos barrios a tan solo unos minutos de distancia del centro y otros tan arriba que no quedan cerca de nada. Formado de forma irregular, desordenada, con vías y contravías, por campesinos y personas pobres que se fueron asentando ilegalmente, construyendo el hogar que pudieron, dando vida a una comunidad. Manrique fue la consecuencia de su creación y el lugar ideal para encontrar los soldados del crimen, jóvenes fuertes pero pobres que se unieron a grupos criminales y fue aquí donde en los 80s se comenzaba a crear la que sería una de las bandas más peligrosas de la región: La Terraza.

Décadas después, la violencia cambió. Hoy no es la misma que antes, pero tampoco le es ajena. Hoy los jóvenes siguen siendo los protagonistas de la historia, intentando escapar de las garras del lobo, pero muchas veces no lo logran. Hoy los jóvenes eligen, tienen más opciones, y la cultura y el arte son un camino. Porque Manrique es cultural. Manrique es cultura. Aquí la gente lo ha perdido casi todo, o nunca lo ha tenido, pero el arte siempre ha estado, porque el arte es resistencia, es respuesta, es un grito para llamarle la atención a una ciudad ausente de ciudadanos ciegos y sordos que nunca han caminado una calle de esta comunidad, como si fueran extranjeros. El arte es protesta, es la muestra de que Manrique sigue vivo, latiendo, aunque tenga el corazón lleno de balas.

Y la cultura está en cada cuadra: hay música, hay baile, hay obras de arte y teatros pequeñitos, bandas, uno que otro periódico, fiestas en las calles y hasta porrovías. En Manrique el escenario es la calle.

***

Después del fútbol, lo que más se hace en Manrique es bailar. Y no solo en las fiestas, con las tías, sino en las academias, tan populares como las tiendas de la esquina, a veces en calles, en medio de lomas o en salas de la casa, unas tan populares como El Balcón de los Artistas y Unión Latina, otras que apenas emergen.

Estas academias han sido un segundo hogar (o a veces un primero) para niños, niñas y jóvenes. Porque en casas de dos habitaciones, una cocina y un baño con cinco o siete personas viviendo en ella, con uno o dos niños hiperactivos y habladores y uno que otro joven perdido, la puerta está abierta para la violencia.

Yoiner Machado, director artístico de la academia Unión Latina, explica que son esos jóvenes perdidos, esos niños hiperactivos, a los que hay que apoyar más con el arte.

En el colegio los expulsan por insoportables, dice, y en la casa los detestan porque no aguantan tanta energía, entonces los envían a la calle, en la que se encuentran con el demonio parado en una esquina y donde los adoptan. “Les dicen mi pana, mi hermano, mi familia, te vamos a apoyar, te tengo un negocio, yo te escucho, te presto mi moto, mi carro para que saque a pasear a la polla”.

<b>Foto: Cortesía</b>
Foto: Cortesía

Un parche en el que encuentran lo que la casa y el colegio no les dio: pertenencia, reconocimiento y lo que ellos creen que es amor. Los adoptan, les hablan en el idioma del amor, de la familia, y se sienten queridos, protegidos. “Porque las bandas necesitan pelados así, pilosos, con energía, que no les dé miedo”.

Por eso Machado, con su academia Unión Latina, que tiene más de 16 años funcionando, convence a los pelaos de lo mismo, pero a través del baile. Con ritmos urbanos, de salón y tropicales, los atrae mostrándoles que han participado en espectáculos con Jbalvin, Maluma, que han viajado por el país y fuera de él y que pueden vivir de eso. “Porque acá todos creemos en nuestro sueño y en el sueño del otro”.

Es una academia abierta a todos y que, aunque aún no tienen sede sino que todo lo hacen en la sala de la casa de Machado, acoge a niños y jóvenes en procesos que van más allá del baile. La filosofía es formar cuerpos inteligentes y sensibles a través de técnicas de música, danza y teatro, y también desde el ser. Se reúnen en las noches porque el único requisito para pertenecer es estar trabajando o estudiando. “A quienes no están estudiando los ayudamos a conseguir una institución y buscamos patrocinio para pagarlo. Ya llevamos 14 chicos que han ingresado a la Universidad de Antioquia o al Sena, en deportes, danza, licenciaturas y demás”.

Pero no solo bailan, sino que se reúnen y conversan. “Contamos historias felices y tristes, los escuchamos y los dejamos hablar porque muchas de sus familias no los escuchan porque no hay tiempo para eso. Para nosotros es un momento sagrado. Lloran, se desahogan, expresan sus emociones y problemas” y se dan cuenta de que sus problemas son similares a los de su compañero, su vecino.

Y no bailan con roles de hombre y mujer, “porque eso también es violencia”, sino con roles de positivo, el que dirige, y receptor, el que se deja llevar. Además, bailan en las noches, porque las Casas de la Cultura cierran a las seis o siete, justo cuando más se deberían mantener ocupados a los jóvenes. “De hecho, no entiendo por qué los colegios están cerrados en la noche, cuando deberían ofrecer deportes, artes, baile...”.

A los jóvenes hay que darles posibilidades, sueños, guiarlos y acompañarlos, dice Machado, pero, sobre todo, darles una familia, tiempo, hacerlos sentir queridos, que importan y que pertenecen. Gilmer Mesa, el escritor de La Cuadra y habitante de Aranjuez, concuerda.

Dice que, en la adolescencia, la fuerza que más lo motiva a uno es el reconocimiento de sus semejantes, sobresalir en algo. Eso se puede lograr en el deporte, en las pocas opciones culturales o en la delincuencia, “que también es muy competitiva pero que tiene más cabida porque consta de un personal que se va renovando, con carreras cortas, siempre necesitan gente”.

Y eso, aún así, a veces no es suficiente. Muchos se salen en la mitad del camino. A Machado le ha tocado ver a excompañeros bailadores tirados hoy en la calle, drogados. Pero también le ha tocado ver cómo la delincuencia le arrebata hasta a los que no se han metido con ella. Su pareja de baile, con la que inició en este mundo del arte, fue asesinada a los 16 años por cruzar una barrera invisible del barrio. Una mujer linda, la recuerda, que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado y que fue utilizada por los hombres de una banda como venganza, como reto.

<b>Foto: Cortesía</b>
Foto: Cortesía

Así fue que para Machado nació la filosofía que hoy cobija a Unión Latina, la unión que es lo que le falta al país y a Medellín y lo latino, como homenaje a la cultura y a la raza. “Quería que la gente calmara su rencor, que perdonara, y eso es lo más difícil de hacer después de la violencia. El arte nos trae esa sensibilidad, nos educa para poder convivir y aceptar al otro, nos llena de valores, nos enseña a respirar. Bailar es un tributo a la vida, a podernos mover”.

***

El periodista, profesor universitario y escritor Reinaldo Spitaletta explica que Manrique es un barrio clásico dentro de Medellín, una ciudad de barrios. Es uno con carácter e identidad, que tiene la carrera 45 como su arteria al corazón. Esta larga avenida fue hogar de peatones y comercios y allí se organizaban las famosas Tangovías, festivales que reunían a la gente alrededor de la música y el baile del tango, realizadas cerca a la Casa Gardeliana. Con la llegada del Metroplús, la 45 perdió esa vocación: ahora no hay espacio para caminar, ya priman las discotecas de reggaetón y otros géneros urbanos y se conservan, del pasado, unos pocos bares y cafetines dedicados al tango y a la salsa clásica, como Café Alaska o la Fania, y una Casa Gardeliana que ahora es más museo y centro de encuentro. Como herencia de esos festivales, y como forma también de resistencia, el barrio aloja todavía hoy las porrovías, espacios donde en las calles, usualmente cada diciembre, se bailan porros, gaitas y cumbias con el estilo característico paisa que se inventó en los 80s y 90s en la ciudad.

Pero más allá del baile, hay otras manifestaciones. Spitaletta agrega que, además, es un barrio poetizado, que aparece en la literatura de la mano de Élkin Restrepo y Jaime Espinel, y “cuando un barrio es contado, cantado, llevado a novelas, es una forma de destacarlo y de vivirlo. No todos los barrios tienen eso”. Hay, también, narración del día a día con unos cuantos periódicos comunitarios, como Tinta Tres y El Nororiental y teatro en espacios como Arlequín y los Juglares.

Hay mucha gente haciendo cosas valiosas sin esperar nada a cambio: prestando salas de sus casas para enseñar, acogiendo niños y jóvenes y enseñándoles algo, cualquier cosa, en las calles y aceras, invirtiendo dinero y tiempo para comprar instrumentos, vestuarios o materiales... Gente con proyectos espontáneos, orgánicos, con voluntad. Gente que salva. Gente que, con la cultura, se aferra, resiste, salva.

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