Desde que usted se levanta hasta que bloquea el celular antes de dormir está generando datos. Aunque son distintos a los que no cambian, como la cédula y la fecha de nacimiento, lo que hace en línea o los lugares que visita, aún en cuarentena, dicen algo de su personalidad.
Para que se haga una idea de la cantidad, si en el futuro usted se movilizara en un carro autónomo, estaría generando 30 terabytes de información en 8 horas de conducción. En dos años, superaría el número de datos generados desde la llegada de los computadores, explicó el semanario británico The Economist en su edición de febrero de este año.
Ese mismo medio advirtió, en 2017, que los datos son el petróleo de este siglo, ¿por qué?
En palabras de la abogada Manuela Battaglini, investigadora en ética digital, un dato suelto no significa nada y muchos datos almacenados tampoco. El verdadero valor llega cuando esa información alimenta sistemas con inteligencia artificial que, dependiendo de la forma en que estén entrenados, predicen comportamientos, enfermedades, gustos, intenciones de compra.
Por eso es que tal vez le ha pasado que habla sobre un producto con alguien y luego le aparece publicidad sobre eso mismo en Internet. Lo primero que uno piensa es que lo están espiando por medio del micrófono del teléfono, y aunque Apple reconoció en 2019 que sus trabajadores escuchaban conversaciones de los usuarios por medio del asistente virtual Siri, la cosa va por otro lado.
“Hemos dejado en la web tantos datos que consideramos insignificantes, y los sistemas de inteligencia arficial son tan precisos que logran perfilarnos para ofrecernos cosas de las que hemos hablado”, señala Battaglini en llamada desde Dinamarca.
En el estudio Transparencia, procesos automatizados de toma de decisiones y perfiles personales (2019), que hizo junto al profesor Steen Rasumssen y fue publicado en Journal of Data Protection, concluyó que el problema no son los datos en sí mismos, sino que en muchas ocasiones, usted, que es el dueño de esa información, no sabe que está siendo usada para crear un perfil suyo, ni tiene acceso a él.
Sobre los cuestionamientos éticos que tiene la economía de los datos “hay amplitud de documentación al respecto, pero también pasos previos que hay que cumplir en el camino”, señala Víctor Saavedra, investigador de la línea Transparencia, Tecnología y Derechos Humanos de DeJusticia. Él recomienda comenzar por los mínimos con los que ya contamos: las normas e instrumentos jurídicos que lo protegen como ciudadano. Aunque suene a cuento viejo, la ley de habeas data es la herramienta que usted tiene para defenderse cuando sienta que algo no está bien con su información personal. Desde la perspectiva del investigador, la ley colombiana es clara y se complementa con mecanismos como el juicio de proporcionalidad, “que permite hacer análisis caso a caso en términos de idoneidad, necesidad y ponderación en la afectación a nuestros derechos”.
Así que lo malo no es solicitar datos o usarlos, dice Pilar Sáenz, investigadora en Karisma, una organización que vela por los derechos humanos y la tecnología, “siempre y cuando haya transparencia, una finalidad determinada, proporcional y que tenga como base la confianza del usuario”. Los análisis advierten que la economía de datos, lejos de acabarse, se robustece, por eso pregúntese hasta qué punto quiere ceder. Usted sigue siendo el dueño de la información.