El sol es intenso, más que en tierra firme. No hay hacia dónde ir, dónde esconderse para que los rayos no quemen la piel, y el bloqueador parece ya no tener efecto. Irónicamente, rodeado por masas de agua que parecen infinitas pero saladas, la potable comienza a escasear y cada gota que bebe es una gota menos.
El barco no cesa su balanceo y escucha a su compañero, que ya no soporta por tantos días “encerrados” juntos en el mismo lugar, vomitando lo poco que comió en el almuerzo.
El motor se dañó. No hay cómo repararlo, no hay a quién llamar, no hay a dónde huir ni cómo detener el constante movimiento de lado a lado que ya comienza también a marearlo a usted. La única alternativa es esperar y tratar de no enloquecer.
Esperar a que alguien, la Armada Nacional, haya notado que no regresaron a puerto en el día y la hora acordada y que, probablemente, sospeche que algo les pasó y acuda al rescate.
Una expedición, sea en tierra, en mar, en un río, una cueva o una montaña helada, acarrea peligros, pero con la preparación y las nuevas tecnologías, estos son cada vez menos frecuentes y más fáciles de prevenir, pero siempre será una posibilidad.
Hace seis días pasó en Colombia. Expedicionarios investigadores de la Fundación Malpelo y de Parques Naturales se encontraban explorando el Santuario de Fauna y Flora de Malpelo y, por una avería que no pudo ser reparada, quedaron a la deriva durante dos días.
A bordo estaban 16 personas y fue la Armada la que, después del llamado de la motonave “María Patricia”, acudió a auxiliarlos. Por fortuna, nadie resultó herido. Conscientes son de que su trabajo tiene riesgos, pero saben también cómo afrontarlos y cómo prepararse.
¿Constante amenaza?
Una expedición científica es un viaje con duración variable y objetivos de investigación claros, sea de descubrimiento, estudio, recolección de muestras y demás.
Maria Camila Rosso Londoño, profesional de la Fundación Omacha, reconoce que estas misiones siempre implican cierto nivel de riesgo, pues puede haber condiciones climáticas y de comportamiento oceanográfico que influyan, fallas en los cálculos, imprevistos, daños en la maquinaria y demás. Sin embargo, dice que son eventos poco frecuentes y que hay incluso protocolos internacionales de prevención y acción.
La bióloga marina Isabel Cristina Ávila explica que estos riegos pueden ser tan simples como un mareo o la insolación, e ir escalando a una hipotermia por los vientos o deshidratación, para finalmente llegar a los más graves: daños irreparables a las embarcaciones o vehículos, enfermedades y accidentes que atenten contra la integridad de los tripulantes (sumado al difícil acceso a centros de salud o lugares de atención), o quedar incomunicados y “atrapados” en zonas de las que nadie sabe la ubicación para el rescate.
“Me pasó que una vez se perdió el ancla, quedamos a la deriva y el agua y la alimentación tienen que racionarse. Aún así, hay riesgos mayores para, por ejemplo, los buzos. Ya hemos escuchado de algunos que se pierden y no han vuelto a aparecer”, continúa Ávila.
Natalia Botero Acosta, bióloga y directora de Fundación Macuáticos Colombia, añade que siempre el humano estará vulnerable ante los factores externos y que los recursos son finitos, por lo que se pueden convertir también en un punto en contra: “El combustible, el agua potable, la comida... cualquier retraso o falla en la infraestructura física es materia de preocupación”.
Ávila agrega que no se deben dejar por fuera los riesgos psicológicos y sociales. Hay expedicionarios que pasan semanas y hasta meses enteros en una misión, por lo que pueden sufrir algo como claustrofobia o ansiedad por estar en el mismo lugar alejado. “Un colega comenzó a sentir pánico porque, estando en altamar, no veía tierra firme por un mes y medio”.
Ocurren también con frecuencia discusiones, malos entendidos y, “como mujer, pasa que somos más vulnerables ante casos de acoso o abuso por parte de los hombres o a tratos inferiores”, puntualiza Ávila. Además, los barcos más pequeños pueden sufrir robos de piratas que se apropian de equipos y provisiones.
Prevenir y actuar
El expedicionario se debe preparar antes de cada misión y hay habilidades básicas para ellos. Saber nadar, por ejemplo, es una de ellas, al igual que aprender a mantener la calma frente al miedo y las eventualidades. Los cursos de salvamento, supervivencia en condiciones extremas y primeros auxilios también ayudan.
Rosso agrega que antes de ir al lugar sirve conocer los objetivos, las condiciones físicas, los climas, pues “es diferente una expedición a mar abierto que al Amazonas o a una montaña nevada; cada uno tiene su infraestructura y retos físicos”.
Nunca llevar los recursos justos es clave, rodearse de personal calificado y no desestimar las medidas de seguridad, como el uso del chaleco salvavidas. Cargar también un kit de emergencia con linterna, cuerda, navaja, pito, encendedores, un espejo. “Yo lo cargo hasta cuando no estoy en misión”, cuenta Rosso.
Algunas misiones más grandes tienen protocolos estrictos. Para la Antártica, por ejemplo, explica Botero que se deben realizar exámenes médicos previos, vacunas y un curso preantártico con la Armada y el Cuerpo de Guardacostas.
Hay más cursos que cada quien puede tomar a discreción, para aprender a hacer salvavidas con jeans, salvamento en agua, bajar desde helicópteros a plataformas, entre otros.
Finalmente, lo más importante es la preparación mental, aprender a mantener la calma y a actual frente a las situaciones imprevistas, que siempre las habrá aunque a diferente medida.