Vuelve y juega este año. La inscripción de nuevos estudiantes en las universidades, tanto en las públicas como en las privadas, sigue en descenso. Un fenómeno mundial que en Colombia se viene dando desde el 2018, pero que la pandemia ha exacerbado.
Los últimos datos del país hablaban de un 11,3 % menos de matrículas entre los nuevos estudiantes y los que ya iban avanzados en sus estudios. En Antioquia, de los 313.000 estudiantes universitarios y tecnológicos que se contaban en 2016 bajamos a 295.000 en 2020, es decir, cerca de 18.000 menos en educación superior.
Según la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún), por el confinamiento y las posteriores estrategias para evitar el contagio masivo, cuatro millones de universitarios dejaron de asistir presencialmente a las aulas y tuvieron que adaptarse como pudieron al estudio virtual. Muchos experimentaron problemas con el acceso a internet; al fin y al cabo, según la Unesco, solo el 47 % de la población de los países en desarrollo tiene acceso, frente al 86 % de los países desarrollados. La tan famosa brecha digital del siglo XXI.
Pero Colombia viene enfrentando este problema desde hace ya varios años. Algunos estudios destacan que es un asunto meramente demográfico, que la población en edad de entrar a la universidad (17 años en adelante) experimenta un crecimiento inferior al de periodos anteriores y, por lo tanto, el potencial de estudiantes para educación superior va siendo menor cada vez. Sin embargo, la variable demográfica no lo explica todo. Existen otros componentes, como el menor valor que la sociedad les está dando a los estudios formales superiores, la irrupción de nuevas instituciones masivas orientadas a la demanda laboral y con bajo costo, la fuerte reducción del programa Ser Pilo Paga, ahora Generación E, y la disminución de la clase media. Todo ello contribuye a que año tras año se pierda capital humano con alta preparación.
Sin ir muy lejos, la tendencia a la baja en las matrículas universitarias afecta también a países poderosos, como Estados Unidos, donde volvieron a caer este año. Un 6,6 % menos, o sea un millón de estudiantes que, por ahora, han decidido no acceder a la educación superior. El factor más importante que ven los analistas en este caso particular tiene que ver con las situación del mercado laboral estadounidense. La abundancia de puestos de trabajo y la subida de los salarios ha hecho que menos personas quieren dedicarse a estudiar. Este es un fenómeno recurrente cuando las economías se ven boyantes y, aparentemente, todo marcha bien.
La gran pregunta es si este declive experimentado durante la pandemia se va a convertir en tendencia. Algo está pasando, porque la cobertura en educación superior en Colombia es de menos del 50 %. Así se tratara de una baja demográfica, el sistema tendría que poder absorber entonces a quienes no suelen acceder a ella.
No está claro si hay un cambio de actitud hacia la educación superior, pero mientras más tiempo pase, más se puede consolidar la posibilidad de que esta situación deje de ser algo pasajero y se convierta en permanente. Si fuera así, las consecuencias económicas para toda una generación podrían ser devastadoras.
Esta preocupación ha generado muchas reflexiones alrededor del papel de la universidad para responder a las necesidades del siglo XXI. No se pueden replicar clases presenciales en entornos digitales y las tendencias en pedagogía contemporánea se inclinan hacia el desarrollo de competencias. Las circunstancias recientes han demostrado que si algo hay que enseñar es a superar la adversidad mediante la ayuda invaluable del conocimiento. Como dicen los expertos, se necesitan universitarios con capacidades transversales, que puedan trabajar en equipo, que aprendan a aprender y que tengan un comportamiento ético y sostenible con el mundo.
Hay mucha incertidumbre en el panorama universitario. Las privadas necesitan las matrículas para poder seguir adelante y las públicas han duplicado sus faltantes presupuestales, con lo cual, ahora más que nunca, requieren aumentar el número de matriculados.
Pero más allá de las preocupaciones económicas, que son importantes, se trata de un reto inmenso para la sociedad. Es clave evaluar cuáles son los factores que están golpeando la matrícula. Si, como siempre se ha dicho, el conocimiento es trasformador, aumentar la brecha en la educación nos puede hacer retroceder décadas. Necesitamos más acompañamiento, más interacción y más conocimiento. Al fin y al cabo, la enseñanza consiste en facilitar el aprendizaje para que cada nueva generación pueda desarrollar sus capacidades al máximo. Necesitamos esforzarnos para que así sea