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Una explosión nada controlada

El espectáculo de Trump y Musk cruzándose reproches no solo es indigno del cargo y el poder que ostentan sino que va a tener consecuencias insospechadas en el enrarecido ambiente político de EE.UU.

hace 16 horas
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  • Una explosión nada controlada

A nadie le ha causado sorpresa la pelea entre el presidente Donaldo Trump y el mil millonario Elon Musk, porque su relación estaba predestinada al fracaso. Pero el espectáculo que han montado cruzándose reproches a través de las redes sociales no solo es indigno del cargo y el poder que ostentan sino que va a tener consecuencias insospechadas en el ya de por sí enrarecido ambiente político estadounidense.

El choque de estos dos egos no tiene precedentes y en cambio ha dejado ver claramente que nunca estuvieron alineados ideológicamente y que la suya, a pesar del interés de La Casa Blanca por demostrar lo contrario, siempre fue una simple relación de conveniencia.

Hace apenas una semana los dos escenificaron una despedida en el Despacho Oval tras cumplirse los 130 días programados para que Musk realizara una drástica reducción del gasto federal. Se fue con el trabajo incumplido y dejando un saldo de 250.000 trabajadores federales menos (entre despidos y renuncias) y un ahorro declarado, aunque no confirmado, de 175.000 millones de dólares.

Durante el adiós, Trump le entregó una llave dorada con la insignia de la Casa Blanca y le dedicó toda clase de halagos. Pero pasadas unas horas Musk no se aguantó y comenzó a criticar el presupuesto que Trump ha bautizado como One Big Beatiful Bill, que es el eje principal de su segundo mandato y de una posible reelección. Musk se ha quejado diciendo que añadirá 2,4 trillones de dólares al déficit en la próxima década. Por eso, dijo, esta legislación es una “asquerosa abominación”. Y de pasada, amenazó a los congresistas republicanos que votaron a favor de aprobarlo.

Trump aprovechó una rueda de prensa para decir que estaba muy decepcionado con Musk. Aseguró que la rabia de este se debía a la eliminación del presupuesto de los contratos para la compra de sus carros eléctricos y aprovechó para amenazarlo con poner fin a los subsidios que reciben sus empresas. A partir de ahí se desató la locura. Musk dijo que Trump era un desagradecido. “Sin mi, hubiera perdido las elecciones”. Luego le propuso a sus seguidores en X, que son más de 250 millones, crear un partido político, acusó al presidente de estar vinculado con el pedófilo Jeffrey Epstein y apoyó la idea de solicitar un impeachment. Y como dato curioso, habló de poner al vicepresidente Vance en su lugar, un nacionalista antieuropeo, amigo de todos los jefazos de Silicon Valley, que le han financiado su carrera política.

Al escribir estas líneas, Trump ha dicho que no quiere hablar con Musk porque ha perdido la cabeza y tiene un problema mental. Y remató diciendo que planea vender el Tesla rojo que compró en marzo, cuando convirtió La Casa Blanca en una vitrina de ventas de los productos del millonario. Esto nos da una idea del grado de inmadurez al que han llegado.

Pero el asunto de fondo en todo este espectáculo es el enfrentamiento real que existe entre los dos grupos que llevaron a Trump al poder, es decir, los nacionalistas y los tecnolibertarios de Silicon Valley. Los primeros han recibido con júbilo la política de deportaciones, las depuraciones en la administración basadas en políticas de diversidad y los ataques contra Harvard. Los tecnolibertarios por su parte han sentido que les entregaron la dirección económica futura del país. Ellos fueron los que acompañaron a Trump a Medio Oriente para cerrar contratos con las monarquías del Golfo. Sus empresas van a ser las que desarrollen la inteligencia artificial sin interferencias del Estado. Y han aplaudido todos los recortes que hizo Musk a través del DOGE, que pese a ser llamativos, son poco efectivos.

Desde un principio ha parecido como el choque de dos mundos, solo que ahora se agudiza a niveles inimaginables. Con decir que Steve Bannon, ideólogo y nacionalista extremo, ya está pidiendo que se investigue la documentación de Musk como si se tratara de un inmigrante ilegal. Muchos no le perdonan que hubiera estado contra Trump y a favor de Clinton durante la primera campaña presidencial. Por ahora parece que su posición se debilita. Su actuación al frente de los recortes en las agencias federales ha puesto a Tesla en la diana de las protestas. Sus accionistas le han reclamado que deje de hacer política. Y a raíz de la última gazapera con Trump, las acciones se hundieron un 14%. Musk sabe que el presidente puede ahogar a sus empresas con regulaciones.

Pero hablar de vencedores y vencidos es prematuro, y aunque el espectáculo divierte a demócratas, progresistas, liberales y centristas, todos sabemos que estas guerras siempre tienen víctimas colaterales. Qué giro de guion vaya a tener esta historia está por verse, pero cualquier cosa puede ocurrir. Basta recordar que Trump es un presidente capaz de declarar una guerra comercial al mundo y retirarla al cabo de tres días, de elegir como su vicepresidente a quien lo comparó con Adolf Hitler o de pasar de los elogios a las críticas en cuestión de horas hacia líderes como Vladimir Putin y Volodímir Zelenski.

En todo caso, tanto Musk como Trump tienen mucho que perder y mucho que ocultar. Al resto del mundo solo nos queda la opción de observar cómo se despedazan mutuamente y rezar para que las esquirlas no nos alcancen.

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