Hay cuentas dolorosas, que no se quieren hacer, pero que son inevitables. El jueves pasado, Colombia sobrepasó otro hito dentro de la pandemia, con el acumulado de 50.187 muertes causadas por el coronavirus hasta el momento. Un registro equivalente al número de habitantes reportados en el censo de 2019 para una pequeña población colombiana como El Carmen de Bolívar, Marinilla (Antioquia) o Chiquinquirá (Boyacá).
Van 10 meses desde que se reportó la primera muerte por Covid-19 el 21 de marzo en Cartagena, con lo cual, se puede culpar al virus por 5.000 muertes en promedio al mes desde ese primer deceso. Un número que hubiera podido ser más grande sin las cuarentenas y otras medidas sanitarias que ralentizaron la expansión del virus.
No hay que quedarse en la fría estadística, detrás de los datos hay personas y familias de carne y hueso. Muchas de esas más de 50 mil víctimas murieron en soledad, conectadas a un respirador en una unidad de cuidados intensivos, mientras que otras fallecieron en sus casas ahogadas, sin poder respirar, con los pulmones llenos de fluidos.
Es un momento apropiado para hacer una pausa, recordar y hacer un homenaje a los que partieron antes de tiempo por causa del Covid-19. Los padres y madres que murieron, los hijos e hijas amados. Los primos favoritos. El tío o la tía más queridos.
Muchos de ellos no tenían enfermedades previas, otros sí, pero hubieran podido vivir muchos años más si no se hubieran tenido que enfrentar a ese temible virus, que tomó ventaja a la ciencia. Se está apenas comenzado a conocer la enfermedad, a comprender por qué se ensaña más en unos organismos que en otros, a desarrollar mejores tratamientos y, sobre todo, a adelantar una vacuna eficaz.
También es el tiempo para preguntarse en dónde estamos como país en relación con la pandemia, cuando se ha alcanzado ese número de muertes. En ese examen hay luces y sombras. Dentro de las primeras, hay que destacar la mayor conciencia entre la ciudadanía de la peligrosidad de la enfermedad y de la necesidad de actuar colectivamente para debilitarla. No faltan, por supuesto, quienes la ignoran o la minimizan y ponen en peligro a los demás, persistiendo tercamente en las reuniones masivas. A pesar de ello, hemos crecido como ciudadanos y se ha fortalecido el sistema sanitario y eso son buenas noticias para la sociedad
La fría realidad de las cifras constata, de otra parte, que estamos en el segundo pico. Con características diferentes al primero de julio y agosto del año pasado, porque se está concentrando en tres grandes ciudades (Bogotá, Medellín y Cali) y está saturando las UCI de ellas y de otras poblaciones. En el primer pico, la pandemia tuvo un mayor impacto relativo en las ciudades de la Costa Atlántica y otras intermedias como Villavicencio y Leticia.
Ese nuevo pico no puede enfrentarse con una cuarentena total. En esa ocasión, había que ganar tiempo para fortalecer la capacidad hospitalaria. Hoy se usan otros instrumentos y se busca reducir el impacto de las restricciones a la movilidad en la economía y la cotidianidad. La necesidad ahora es la de fortalecer la respuesta de la ciudadanía para prevenir la enfermedad y evitar más muertes. Así mismo, es urgente llevar a cabo, de forma eficaz, el programa de vacunación. El reto es la oportunidad y la cobertura. Y es un propósito común