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Quién lo iba a creer

El primer motivo de alegría que nos da este acuerdo es el hecho de que la meta de adquirir tierras fértiles para los campesinos que carecen de ellas se logró mediante un acuerdo y no mediante una confrontación.

11 de octubre de 2022
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El acuerdo entre el gobierno y Fedegan, para que los ganaderos le vendan tierras al Estado y este, a su vez, las distribuya entre campesinos pobres, es una sorpresa muy positiva. Pero viene ahora lo más difícil, hacer esa idea realidad.

Es justo aplaudir el acuerdo logrado. Seguramente, hace unos meses nadie habría apostado a que, posesionado en Colombia el primer gobierno de izquierda, con un presidente que viene del activismo y de las luchas políticas de ese sector, el primer acuerdo significativo que iba a alcanzar sería con una organización y en particular, con un personaje que, como José Félix Lafourie, a ojos de la izquierda han sido una especie de satanás. Pero se pudo, y si se pudo, es porque se puede, y si se puede, es porque se puede mucho más.

Tal vez el primer motivo de alegría que nos da este acuerdo es el hecho de que la meta de adquirir tierras fértiles para los campesinos que carecen de ellas se logró mediante un acuerdo y no mediante una confrontación. Esto pudo haber salido muy mal: el gobierno les pudo haber declarado una especie de guerra a los propietarios de la tierra, estigmatizándolos públicamente y poniéndolos contra la pared para lograr su objetivo. El resultado habrían sido años de peleas sin que se alcanzara el propósito. Celebramos, entonces, que el camino escogido haya sido el de sentarse a una mesa a hablar.

Un motivo adicional de alegría es la manera aterrizada con la que está manejando el tema la ministra Cecilia López, que contrasta con el modo gaseoso y desinformado con que lo venía manejando el presidente, quien incluso había hablado de la necesidad de romper instituciones como el marco fiscal de mediano plazo y la regla fiscal para lograr el objetivo. Lo cual podría poner al país al borde de un abismo fiscal. Por fortuna, la ministra dice que eso no será necesario ni está en los planes. Es una lástima que, en ciertas perspectivas de izquierda, todavía a veces se piense que la única manera de lograr avances es romper y destruir.

La ministra López, además, le echa agua fría a las cuentas y las aterriza a la realidad: no solo es el costo de la adquisición, sino de todo lo que viene después, desde la titulación hasta el apoyo productivo. Y qué bueno que lo haga: esto no es solo darle a una familia campesina una parcela y decirle adiós. Es necesario que esa familia pueda volverse una unidad productiva, una pequeña empresa exitosa, que provea no solo manutención, sino también esperanza de futuro. Y eso no se va a lograr mediante la caridad o las ayudas, sino mediante un esfuerzo de productividad, logística e integración con los mercados en sus diferentes niveles. De modo que esto va a costar mucho más. Pero si se hace responsablemente, con calendarios prudentes, podría ser posible lograrlo sin dañar nada. Así lo afirmó, por ejemplo, el exministro de Hacienda Mauricio Cárdenas.

De ahí en adelante son muchos los interrogantes. ¿Qué tantos ganaderos estarán interesados en vender sus tierras? Porque hay que tener en cuenta que Lafaurie representa un gremio, pero las decisiones sobre la propiedad son individuales. ¿Quién pondrá el precio? ¿Es cierto que las tierras en Colombia están entre las más caras del mundo como herencia del dinero de la mafia que se involucró en ellas? ¿Qué incentivo puede tener un ganadero para vender la tierra a precio no comercial?

Eso sin entrar a hablar de cómo lograr que las tierras sí se conviertan en alternativa de transformación para decenas de miles de campesinos. Es un buen momento para recordar que, a veces, en los círculos intelectuales urbanos se tiene una visión idílica e irreal de la vida campesina, en la cual se da por descontado que tener un pedazo de tierra automáticamente permite la productividad y la rentabilidad. ¿Cuántos campesinos a pesar de tener tierra se han quebrado? Cometemos un error al pensar que lo único que necesita el campesino es una apacible parcela para vivir entre el canto de las aves y la frescura del río. ¿Cómo hacer para que la familia campesina prospere? El desafío es extremadamente grande para lograr que la vida en el campo no solo sea sostenible, sino también promisoria.

Celebramos entonces este acuerdo, pero que eso no nos haga olvidar que viene ahora la tarea difícil, la de concretar la gran reforma y ejecutarla. Hay mucho detalle todavía en blanco, empezando por aspectos como la ubicación de las tierras ofrecidas, o la manera como esta estrategia se va a articular con políticas de verdadero desarrollo productivo, en un sector que, incluso en este gobierno, ha servido para la repartija burocrática y politiquera.

Todo dependerá de la manera como se aplique esta idea. Sería triste que, a pesar de las buenas intenciones, los detalles enreden la idea y se quede en la firma y en la foto. Ojalá no. Y ojalá este acuerdo se convierta en la piedra angular de la trasformación del campo en Colombia.

Por ahora, celebremos que lo que pudo haberse buscado por la vía pendenciera se consiguió por la vía conversada 

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