La política y las elecciones son por naturaleza cambiantes e impredecibles. La democracia colombiana, de hecho, ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años. En ella sin embargo había un elemento que permanecía constante y predecible en medio de todos los cambios, y era que, al terminar cada jornada electoral, los colombianos nos íbamos a dormir con una idea ya bastante aproximada de los resultados, y lo más importante, con la confianza en que esos resultados eran fidedignos. Así lo fue, hasta el pasado 13 de marzo.
Al día siguiente de las elecciones, en otros años, habíamos tenido quejas de candidatos que se peleaban voto a voto una curul. También desde que existen las redes sociales se armaba algo de alboroto los primeros días con tachaduras y demás errores en los formatos del preconteo. Pero luego se calmaban las aguas con el escrutinio. Y hay que decirlo, a veces la diferencia era de un número importante de votos.
Sin embargo, siempre se hacía un llamado a la calma porque en primer lugar para eso está diseñado el sistema electoral: activa sus controles posteriores para garantizar el valor de cada voto. Por otro lado, las elecciones a Congreso tienen un nivel mayor de complejidad que las presidenciales, y eso hace comprensible que en ellas los resultados se demoren un poco más en consolidarse.
Sin embargo, esta vez todos los problemas se han ido al extremo. Ya no se habla solo de los 400.000 mil votos que se contaron mal al principio, que era una cifra que podía estar en la parte alta del promedio, sino que ahora ya el propio registrador Alexánder Vega salió a decir que en total son 1 millón de votos mal contados. Que “23.000 formularios fueron mal diligenciados por los jurados de votación”.
En su momento se habló de fraude, aunque todo indica más un caso de extrema incompetencia: mala selección de jurados, mala capacitación de los mismos, mal diseño de los formularios, todo mal. Todo mal de parte de la entidad cuya función es precisamente la logística y la organización electoral, es decir la Registraduría.
¿Acaso se hicieron procesos de contratación amañados, por ejemplo, para la capacitación de los jurados? Es algo que la Fiscalía debiera investigar.
Hay que decir que el registrador Alexánder Vega llegaba a esta importante fecha ya rodeado de dudas sobre su capacidad, y con cuestionamientos sobre las garantías que ofrecía. Su trayectoria previa no era más que la de haber sido político, por no entrar en detalles más comprometedores. Declaraciones suyas, como aquella en que dijo que quien pensara que no había garantías pues que no participara, tampoco ayudaban a crear un clima de confianza y transparencia.
Afortunadamente, a pesar de lo que dicen los pesimistas de oficio, esta es una democracia madura que fue capaz de tener sensatez aquel 13 de marzo: en otros países esto mismo habría desembocado en disturbios y peleas callejeras, incendios, asonadas y llamados a desacatar la institucionalidad. Pero por más sólida que sea nuestra democracia no nos conviene estar llevándola al extremo y poniendo su solidez a prueba cada dos meses. Un día se podría quebrar.
Por ello, y aunque todavía las alternativas jurídicas no sean claras, no deja de ser preocupante que Alexánder Vega, el mismo protagonista de todas las decisiones que salieron mal el 13 de marzo, vaya a ser la persona a cargo de organizar las presidenciales del 29 de mayo y el 19 de junio. Estas elecciones son tal vez las más tensas y más cargadas de pasiones de los últimos años. El ambiente de confrontación está al rojo vivo, y la mayoría de los colombianos sienten que en esta elección está en juego mucho más que el nombramiento de un nuevo jefe de gobierno: de hecho, muchos sienten que nuestras preciadas libertades democráticas podrían estar a punto de perderse. Otros, en la otra orilla, temen que se prorrogue un proyecto político al que repudian. Este es, desde cualquier punto de vista, el peor contexto posible para que haya dudas con respecto al resultado electoral.
Pero si rápidamente no se halla una solución, llegaremos a las elecciones con un Registrador en quien nadie parece confiar. Un Registrador que ni siquiera fue capaz de atender una citación al Congreso a explicar lo ocurrido. Un Registrador en quien los partidos de derecha y centro-derecha no confían. Y aunque en la izquierda figuras como Roy Barreras han salido en su defensa, otros como Antonio Sanguino lo han criticado con fuerza. Juan Diego Gómez, presidente del Senado, incluso pidió un registrador ad hoc. Llama la atención que Gustavo Petro que ha sido tan exigente con otros registradores (a Juan Carlos Galindo lo presionaba todos los días en twitter y permanentemente hablaba de fraude) con Alex Vega parece menos obsesivo. De hecho, solo se manifestó en su contra cuando Vega pidió el reconteo.
Este es el resultado de hacer procesos de selección faltos de trasparencia y de rigor. Presidentes de las Cortes, que hicieron cambios en el proceso para elegir a Vega, todavía le deben una explicación al país. Gloria Ortiz, de la Constitucional; Lucy Jeanete Bermúdez, del Consejo de Estado, y Álvaro García, de la Suprema. Esperemos que la investigación que abrió la procuradora Margarita Cabello, por los hechos del 13 de marzo, dé buenos resultados.
Nos jugamos la tranquilidad política del país. Si, como hasta ahora indican las encuestas, el resultado de la segunda vuelta resulta muy reñido, no tengan duda de que habrá voces que gritarán “fraude” y llamarán a la desobediencia. Es fundamental restaurar la confianza, de modo que, terminada la jornada, todos, unos alegres y otros no tanto, nos vayamos a dormir tranquilos